Este año se conmemora el 25 aniversario del Proceso de Barcelona, un proyecto de cooperación regional propuesto por el Gobierno de España y lanzado por la Unión Europa en 1995 en la cumbre euro-mediterránea celebrada en la ciudad condal. En el Proceso de Barcelona se proponían diversas políticas relacionadas con el desarrollo económico entre los países de la cuenca mediterránea, la lucha antiterrorista, la promoción de la democracia y los derechos humanos, la creación de un área de libre comercio y los intercambios culturales, entre otros asuntos encaminados a propiciar la estabilidad en la región. En 2008, al Proceso de Barcelona le sucedió la Unión por el Mediterráneo (UpM), una forma de institucionalizar aquel foro a través de una organización intergubernamental con sede en Barcelona integrada por los 27 Estados miembros de la UE y los 15 países socios mediterráneos del norte de África, Oriente Medio y sudeste de Europa.
Casa Mediterráneo ha querido sumarse a este aniversario haciendo un repaso al Proceso de Barcelona, para lo cual el próximo lunes 14 de septiembre ha organizado un encuentro virtual dentro del ciclo ‘El Mediterráneo hoy’ que contará con Alfonso Lucini, Embajador en Misión Especial para Asuntos de Oriente Medio y el Mediterráneo, e Itxaso Domínguez de Olazábal, coordinadora de Oriente Próximo y Norte de África de la Fundación Alternativas. El encuentro, que será moderado por la periodista Sonia Marco, tendrá lugar a las 19:00 h a través de la web de Casa Mediterráneo, al que se podrá acceder en este enlace.
Como adelanto al encuentro, el Sr. Alfonso Lucini nos concedió una entrevista telefónica en la que analiza la génesis del Proceso de Barcelona, las complejas circunstancias que actualmente atraviesa el Mediterráneo y los retos inminentes de una organización que busca ante todo la estabilidad y la prosperidad en la zona. Diplomático de carrera, con destinos en las representaciones de España en Damasco y Camberra, Alfonso Lucini ha sido embajador de España en Roma, en Atenas y ante el Comité Político y de Seguridad del Consejo de la UE en Bruselas. Fue director general de Política Exterior del Ministerio de Asuntos Exteriores. Además es poeta y traductor, fue codirector de la revista Inventario y colabora en la Revista de Occidente y otras publicaciones.
Este año se celebra el 25 aniversario del Proceso de Barcelona. ¿En este periodo de tiempo se han alcanzado los objetivos trazados con este proyecto?
Los objetivos, todos, eran ciertamente ambiciosos y no se puede decir que se hayan alcanzado. Se ha avanzado en su consecución, pero no olvidemos que el objetivo último del Proceso de Barcelona era la creación en todo el área Mediterránea de una zona de paz, estabilidad y prosperidad compartida. Basta echar un vistazo a lo que tenemos hoy en el Mediterráneo para constatar que ese objetivo último no se ha conseguido todavía, no por falta de intentos ni de esfuerzos, pero la realidad es la que es y es forzoso reconocerla.
La Unión por el Mediterráneo se creó en el año 2008 en la Cumbre de París y se constituyó como una sucesión del Proceso de Barcelona, ¿con qué propósito?
Hay que tener en cuenta una circunstancia histórica fundamental y es que cuando se crea el Proceso de Barcelona en 1995, el conflicto que entonces más afectaba a la estabilidad en el Mediterráneo -hoy tenemos desgraciadamente otros- era el israelo-palestino, que parecía perfectamente encauzado después de la firma de los Acuerdo de Oslo e incluso el conflicto en Oriente Medio en general, porque en el año 95 parecía que entre Israel y Siria se podía producir algún avance, con lo cual el Proceso de Barcelona se pudo permitir, digamos, el lujo de encapsular el conflicto en Oriente Medio, que tenía su propio foro de solución, y plantearse esos objetivos tan ambiciosos.
Posteriormente, ya lanzado el Proceso de Barcelona, el proceso de paz en Oriente Medio acabó descarrilando. La prueba la tenemos en que todavía seguimos sin una solución definitiva al conflicto israelo-palestino y eso contaminó el foro de Barcelona. Entonces, lo que se decidió en la Cumbre de París de 2008 fue, por un lado, institucionalizar lo que era un proceso, porque entonces no había una organización internacional como es la UPM [Unión por el Mediterráneo] al servicio del proceso; y, por otro lado, dado que era muy difícil, por la persistencia del conflicto israelo-palestino, avanzar en los grandes objetivos políticos del Proceso de Barcelona, concentrarse en la realización de proyectos concretos en áreas de cooperación que tuvieran un impacto en las vidas de los ciudadanos como forma de ir creando esa atmósfera de cooperación que pudiera conducir, en su momento, a la consecución de los grandes objetivos.
Como usted ha mencionado, en la región del Mediterráneo se viven situaciones complejas, como el caso de Libia, la guerra de Siria, el persistente problema de Oriente Medio o el conflicto entre Israel y Palestina. ¿Es difícil poner de acuerdo a países tan dispares, algunos de ellos abiertamente enfrentados entre sí, para impulsar proyectos de desarrollo?
Aunque todos los proyectos tienen una dimensión política, se trata de proyectos predominantemente técnicos y en esa dimensión es más fácil ponerse de acuerdo. Por ejemplo, uno de los proyectos estrella de la UPM en estos momentos es una planta de desalinización en Gaza para conseguir agua potable y, evidentemente, pese al conflicto entre Israel y Palestina, la potabilización del agua en Gaza va en beneficio tanto de los propios residentes en la zona como de Israel, porque una Gaza con agua no potable puede ser un foco de infecciones que acabaría afectando también a Israel.
La Unión por el Mediterráneo tiene como finalidad promover la estabilidad y la integración de toda la región mediterránea. ¿Cuáles son las principales amenazas actualmente a la estabilidad de la región y por ende a los países del norte de Europa?

Alfonso Lucini
Por un lado, sin duda, los conflictos que acaba de mencionar usted: el conflicto libio, el conflicto en Siria, la persistencia del conflicto israelo-palestino… Luego, por otro lado, tenemos una serie de tensiones geopolíticas, que son características de una fase que está ocurriendo no solamente en el Mediterráneo, sino que yo diría que a escala global. Estamos saliendo de un modelo que ya está acabado y entrando en otro que empieza a existir, pero cuyos perfiles definitivos no terminamos aún de imaginar. Desde luego, es un modelo en el que tenemos una Europa mayor que la Europa de cuando se creó el Proceso de Barcelona -entonces éramos 15 los Estados miembros-, una Europa más difícil de gestionar con una vecindad en el Sur donde el ideal de integración está muy lejos de conseguirse y que además a escala geopolítica coincide con un cierto repliegue de Estados Unidos, que tuvo un papel más preponderante en el Mediterráneo hasta no hace mucho tiempo, con el regreso de Rusia, la presencia de China y un nuevo activismo de países del Golfo y Turquía.
A esto habría que unir, también, tensiones político-religiosas que en parte derivan del fracaso de las esperanzas que se pudieran suscitar con las llamadas Primaveras Árabes, las tensiones económicas con un patrón de intercambios entre el Norte y el Sur, que favorece claramente al primero, y una situación socioeconómica en todos los países, tanto en los europeos como en los de la orilla sur, que se ha visto extraordinariamente complicada con los efectos de la pandemia del Coronavirus, tensiones demográficas con los fenómenos migratorios que además coinciden con un repunte de la xenofobia y los nacionalismos excluyentes en países de Europa. Tensiones en torno a la explotación y la gestión de los recursos energéticos, como estamos viendo actualmente en el Mediterráneo oriental, como la tensión entre Turquía, por un lado, y Grecia y Chipre, por otro. Y tensiones ecológicas en uno de los entornos probablemente más contaminados en el planeta. Todo esto configura un escenario de una crisis con muchas caras, pero que no deja de ser en el fondo una crisis sistémica donde las diversas crisis se alimentan unas a otras.
¿Cree que la sociedad civil española es consciente de la importancia de las acciones que lleve a cabo el Gobierno español para contribuir a la estabilidad en la zona? Tengo la impresión de que en nuestro país el interés por la información internacional no es tan fuerte como por las noticias de ámbito nacional y local.
Yo comparto esa opinión. Es una opinión personal mía, pero creo que en los últimos tiempos se ha producido una especie de ensimismamiento de la opinión pública española, es decir, una renuncia a ver más allá de nuestras fronteras y una tendencia a concentrarnos en los propios problemas internos, en vez de considerar que vivimos en un mundo absolutamente globalizado, donde lo que suceda en cualquier sitio, no digamos en la vecindad más próxima mediterránea, nos afecta muy directamente.
Y eso ha coincidido con una especie de, sino declive, digamos de desaceleración del compromiso de la sociedad civil en estos temas, porque no olvidemos que en el año 1995 cuando se celebró la Conferencia Euromediterránea de Barcelona, en paralelo se hizo un foro social civil que reunió allí a miles de personas. Entre los actos que está previsto celebrar en noviembre, si lo permite la pandemia, para conmemorar los 25 años de la Conferencia de Barcelona se contempla también un tramo, que organizaría la Unión por el Mediterráneo, de sociedad civil para tratar de relanzar el compromiso de ésta con los problemas del Mediterráneo que, como acabamos de ver, no son precisamente pocos.
Ya por último, ¿cuáles son los principales retos a los que se enfrenta la Unión por el Mediterráneo? ¿Hay motivos para depositiar expectativas positivas en el futuro?
Los retos son responder adecuadamente a todas esas tensiones que acabamos de enumerar. La Unión por el Mediterráneo no es una herramienta para resolver directamente los conflictos, pero sí es una herramienta para crear una atmósfera de cooperación entre todos los miembros de la organización, que a su vez sirva para que los conflictos se puedan resolver en los foros que les son propios. De ahí el enfoque de los proyectos técnicos, con evidente dimensión política.
En mi opinión, lo que debe hacer ahora la Unión por el Mediterráneo es seleccionar una serie de prioridades y concentrarse en ellas para ir avanzando en esa vía de creación de confianza. Y ahí tenemos, sin necesidad de ser exhaustivo, además en el marco de la respuesta a las consecuencias socioeconómicas de la pandemia, unos grandes retos como el Medio Ambiente y la protección de la biodiversidad, la llamada “economía azul”, la agenda digital -la transformación digital está cambiando por completo la forma de enfocar la economía en el ámbito mediterráneo y en el conjunto del planeta-, cuestiones de inclusión social como el acceso de los jóvenes al empleo en un momento de crisis económica generalizada. Ésos son el tipo de prioridades que, insisto, tienen su dimensión política, pero se pueden enfocar desde un punto de vista eminentemente técnico para ir generando esa confianza que, a su vez, permita resolver los conflictos de fondo.