Revista Casa Mediterráneo

Ana del Paso: “La guerra es igual de peligrosa para un hombre que para una mujer”

en febrero 21, 2020

Las mujeres corresponsales de guerra han desempeñado un papel fundamental en la historia del periodismo español, un hecho injustamente desconocido para la inmensa mayoría de la población. Hasta que la prestigiosa reportera Ana del Paso, quien ha sido corresponsal de la agencia EFE en Centroamérica y Oriente Medio y ha cubierto conflictos armados como las cinco guerras balcánicas, la primera Guerra del Golfo, la primera Intifada, la guerra de Afganistán o la de El Salvador, decidió ponerse manos a la obra y reunir en un libro las historias de las pioneras y los testimonios de 34 reporteras contemporáneas que se encuentran entre las mejores del mundo.

Del Paso es doctora en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, donde imparte un Máster sobre Conflictos Armados, labor que compagina con la de analista y consultora freelance de instituciones como el Interamerican Defense School y think tanks de Estados Unidos. Ha sido galardonada con los Premios de Periodismo del Ejército de Tierra, de la Armada y del Aire, además de con el Premio Unicef por su cobertura en la primera Guerra del Golfo.

Con motivo de la presentación de su segundo libro, ‘Reporteras españolas, testigos de guerra. De las pioneras a las actuales’ (Ed. Debate, 2018), Ana del Paso estuvo en Alicante el pasado 19 de febrero invitada por Casa Mediterráneo para participar en el ciclo ‘Objetivo Mediterráneo’, en un encuentro celebrado en el Museo de Arte Contemporáneo de Alicante (MACA) moderado por la galerista Gertrud Gómez. La autora nos concedió una jugosa entrevista en la que evidenció el coraje que tienen en común las mujeres que se dedican a este ámbito del periodismo, pese a todos los obstáculos, y la pasión que les mueve a jugarse la vida por sacar a la luz situaciones que deberían ser inaceptables.

En su libro ‘Reporteras españolas: testigos de guerra’ hace un recorrido por cinco siglos de periodismo de conflictos armados, desde las pioneras hasta las actuales corresponsales. En esta investigación, ¿ha encontrado obstáculos comunes a unas y a otras, pese al salto en el tiempo?

Básicamente, seguimos padeciendo lo mismo. Es increíble que en cinco siglos de historia hayan cambiado muy pocas cosas. Por ejemplo, todo lo que ganamos en el terreno de los derechos de la mujer durante la República, antes de la Guerra Civil, luego, con 40 años de dictadura se vino abajo puesto que a la periodista se la limitó a escribir sobre la familia, recetas de cocina, cuidados del hombre, etc. Teresa de Escoriaza, Carmen de Burgos ‘Colombine’ y Sofía Casanova, que cubrieron la Primera Guerra Mundial, la guerra de Marruecos…, tuvieron unas cortapisas muy distintas a las que hubo luego. Después, las mujeres no pudieron ir a una guerra ni de guasa.

Carmen Sarmiento pidió ir la Guerra de Vietnam, que era la guerra icono que a cualquier periodista le habría gustado cubrir por la libertad de movimientos que se nos dio, sin embargo le dijeron que cómo iban a mandar a una mujer a una zona en conflicto. Se nos considera el sexo débil, se piensa que corremos peligro. A ver, nosotras podemos ser violadas, ése es el principal riesgo diferenciador que tenemos respecto al hombre, pero también hay violaciones de hombres, aunque es algo que se difunde menos. La guerra es igual de peligrosa para un hombre que para una mujer.

Por el hecho de ser mujer, además, puede resultar más sencillo acceder a ciertos ámbitos privados para entrevistar a las ciudadanas autóctonas en algunos países.

Efectivamente, eso ocurre en países como Afganistán o Pakistán. Entrevistar a milicias de mujeres kurdas o a mujeres de talibanes es más fácil para nosotras que para ellos, aunque luego compartimos la información. Por ejemplo, Maysun, que es la segunda fotorreportera que hemos tenido en España, consiguió una exclusiva mundial -que luego le han copiado- al entrar en una cárcel de mujeres controlada por Hamas, algo a lo que un hombre no tiene acceso.

Además, si un hombre le hace una entrevista a la mujer de un talibán va a tener a toda su familia delante, pero si la realiza una periodista con su traductora la reciben con los brazos abiertos. Nos hacen preguntas súper íntimas de todo tipo, se abren y nos dicen lo que piensan realmente. Como luego se va a publicar en España, sus maridos no lo van a leer. Nos cuentan los problemas con sus esposos, con sus hijos, su frustración, admiran el valor que tenemos y somos un ejemplo para ellas de lo que podrían conseguir si no estuvieran acotadas en sociedades tan férreas.

Constituimos una inspiración y un rayo de luz, porque se desahogan e incluso nos plantean preguntas de belleza, de higiene íntima… Eso realmente supone traer su voz y sus pensamientos, ponerlos en negro sobre blanco. Y los hombres, por mucho que lo quieran hacer, van a recibir testimonios políticamente correctos para evitar ser castigadas, lapidadas o maltratadas por sus maridos por decir cosas que no son convenientes.

Ana del Paso, antes de la presentación de su libro en Alicante – © María Gilabert – Revista Casa Mediterráneo

Dentro de la propia profesión, en una zona en conflicto, ¿se dan actitudes machistas?

Hay machismo en esta profesión como en muchas otras. Y también hay mucho paternalismo. Pero éste no se da en la vida diaria cubriendo información local o nacional, pero sí en zonas de peligro, porque lo primero que te dicen es: “Oye, esto no es para ti, no es terreno apto para mujeres o cómo es que te han enviado a ti”. Como éstas han sido las mismas preguntas que han hecho a las pioneras en cinco siglos, creo que todas hemos tenido la misma contestación: “Yo estoy aquí porque me lo he ganado, lo he conseguido y porque es mi vocación y mi trabajo. ¿Y qué haces tú aquí”.

¿Los prejuicios se acentúan cuando una corresponsal deja a sus hijos en casa para cubrir una guerra?

A María Dolores Masana, jefa de Internacional en La Vanguardia, durante la guerra cicvil de Argelia en la década de los setenta, los años durísimos del Frente Islámico de Salvación (FIS), un compañero periodista le preguntó: “¿Tú qué haces aquí con cinco hijos?”. Esa señora, en vez de callarse o preguntarse “qué hago yo aquí jugándome la vida”, se plantó y como lo tenía tan claro, le respondió: “¿Y tú que haces aquí, con uno que tienes en España?”.

Las 34 protagonistas del libro y las pioneras que antes he citado tenemos en común que es nuestra vocación, que queremos contar la historia con nuestros ojos, con nuestras palabras, con nuestra información y sobre el terreno. Queremos contar los hechos por nosotras mismas y esa pasión tan fuerte es la que nos une.

Ahora no se manda a tantos corresponsales ni enviados especiales, porque cubrir una guerra es muy caro y las empresas se lo piensan más. El pastel hay que repartirlo y nos ven como unas fuertes competidoras. Y el precio es alto. Por ejemplo, Mónica Bernabé estuvo ocho años seguidos en Afganistán, de donde trajo consigo grandes problemas físicos.

También estrés postraumático, como ella misma cuenta, del que fue consciente al abandonar el país.

Bueno, el estrés postraumático lo tenemos todos cuando volvemos, pero nosotros regresamos a casa. A mí no me interesa el estrés postraumático de los periodistas, porque al fin y al cabo forma parte de nuestro trabajo; el que me preocupa es el de los civiles que están en el asedio y no pueden salir. Es importantísimo que se sepan sus historias, porque la guerra no se puede contabilizar en número de efectivos desplegados… No. Hay que hablar sobre los civiles muertos, las ciudades devastadas, las vidas rotas. Eso es una guerra y eso es de lo que hay que sensibilizar a la gente, no de si el frente se ha movido dos kilómetros.

La movilizaciones sociales, como se vio en la invasión de Estados Unidos a Irak en 2003 o la Guerra de Vietnam -un conflicto tremendo y fracasado desde el principio-, y las historias que contábamos los periodistas fue lo que forzó a los gobernantes a dar marcha atrás.

Precisamente iba a preguntarle que si un conflicto no se cubre, no existe para la opinión pública, de manera que no se generará movilización ciudadana alguna. ¿Cree en el poder del periodismo para provocar cambios?

Eso está ocurriendo con la guerra de Yemen. Creo en ese poder y además es una obligación, de la que algunos directores de medios de comunicación se olvidan. Aparte de que el número de enviados cada vez es más reducido para disminuir el coste de los seguros de vida, de repatriación de cadáveres, de accidentes, etc. los temas de nacional son los que están copando la información. La de Yemen es una guerra que tiene efecto dominó. Lo que pase allí provoca movilización de ONG, de refugiados… ¿Por qué nos sorprende que haya tantos inmigrantes en el Mediterráneo? Yo, si estuviera en aquel lugar, también me iría. Tenemos que sensibilizar a la sociedad de que están huyendo de situaciones insostenibles y muchos periodistas se han jugado la vida para contarlo.

En mi libro cuento los casos de mujeres que han sido expulsadas de países, amenazadas de muerte, retenidas en el aeropuerto, a las que se les ha requisado el material, se les han retirado las credenciales de periodista, sin las cuales no te puedes mover en ningún país en conflicto si no estás acreditado ante la ONU, la OTAN y los organismos públicos nacionales. Además, otras han sido tiroteadas. Creo que todos compartimos la idea de que estas cosas necesitan ser contadas, aunque te juegues la vida.

Hasta la publicación de su libro, no había ningún otro que recogiera la historia de las reporteras de guerra españolas. ¿Escribirlo ha supuesto para usted un acto de justicia, de reconocimiento hacia ellas? 

La historia del periodismo en España no es completa sin sus testimonios. Yo, que doy clases en la universidad, cuando les hablo a mis alumnos de Rosa María Calaf o Ángela Rodicio, e incluso de ellos, de reporteros como Manu Leguineche, no tienen ni idea de quiénes son. Cuando les pregunto a qué corresponsales de guerra conocen, me dicen tres, pero entre ellos no hay ninguna mujer. Sin embargo, no es culpa de estos chicos, sino de que estamos en la sombra y la información internacional no interesa, aunque sí debería hacerlo.

Por ejemplo, hay células de Al Qaeda que están durmientes en toda Europa. He estado en Irán, Irak y Turquía hace poco y algunos miembros de Daesh y Al Qaeda van a acabar repatriados a Europa por las fronteras porosas existentes. Es una bomba de relojería para cualquier sociedad libre. Y Alicante es un punto caliente de células islamistas radicales durmientes, te lo digo con conocimiento de causa. Desde esta zona hasta Almería más le vale a la gente estar enterada de lo que está pasando.

La acción popular es importante. Ya decía Esquilo que la verdad es la primera víctima de la guerra. Y nosotros hacemos lo que podemos, porque hay muchísima censura. Es importante intentar sacar lo más parecido a la verdad que encuentres con el fact checking, verificar los datos por cuatro fuentes y contrastar la información, no tirarse a la piscina sin agua. Las mujeres han hecho muy buenos reportajes. He analizado 300 trabajos de ellas, de radio, televisión, agencias, periódicos, el número de fuentes que utilizan, su tipología… Y te puedo asegurar que las 34 mujeres que aparecen en mi libro están entre las mejores periodistas del mundo.

¿Qué criterios tuvo en cuenta para seleccionar a las protagonistas de su libro?

Rigor, curriculum, permanencia en zonas de combate, trabajos publicados, continuidad en su labor… Han sido seleccionadas con lupa. El libro tiene el rigor de investigación de una tesis doctoral.

¿Cómo se gestiona el miedo cuando se cubre una guerra?

Miedo lo tenemos todas. Quien te diga que va a una movida de éstas y que no tiene miedo, no es posible. Pero te abstraes tanto que a veces, si permaneces mucho tiempo, puedes perder el norte, en el sentido de que la violencia te adormece un poco, te acostumbras a ella, aunque suene políticamente incorrecto. El primer bombazo te llama la atención, pero los siguientes ya se convierten en lo cotidiano.

No obstante, es imposible abstraerse cuando se va a una morgue o a un hospital, porque creo que todos los periodistas tenemos muchísima sensibilidad y, desde luego, arriesgamos la vida por contar las historias de la gente que sufre. Parece muy fácil decir: “Eso es lo normal”. Pero no. Una guerra debería ser de militares contra militares, o contra rebeldes o paramilitares, pero ¿por qué contra la gente civil? ¿Por qué tienen que arrasar una ciudad? No. Eso es lo que hay que subrayar, hay que respetar los derechos humanos universales. Estamos acostumbrados a ver las largas filas de refugiados y los campamentos atestados de gente, pues no, no debería ser así.

Además, esas situaciones constituyen una flagrante violación del Derecho Internacional Humanitario.

Pues nosotros, al publicarlo dejamos en ridículo a los gobiernos, a las administraciones, a la OTAN, a la ONU… por ser incapaces de gestionarlo, dejando aparte a los civiles. Además, esto va a ir a peor, porque la guerra híbrida, como bien dice el adjetivo, ya no va a consistir en un frente a frente, como en la Primera Guerra Mundial, la guerra de las trincheras, sino que cada vez más va a producirse dentro de las ciudades y utilizando a la población civil como escudos humanos.

Esto es lo que está ocurriendo en Siria, entre otros lugares.

Marie Colvin

Marie Colvin, que para mí es un icono del periodismo, fue la que se quedó con otros seis periodistas en el cerco de Homs, en Siria, y cuando todo el mundo se enteró de que allí seguía, los grandes medios como ABC, CNN o la BBC le preguntaban cómo estaba viviendo el asedio a la ciudad. Y ella decía: “Yo me quedo aquí porque hay civiles, hay civiles conmigo”. En Homs no había nada, estaba todo destruido y el Ejército sirio fue a por ella, a machacarla.

Era un testigo icómodo.

Sí. El problema es que, cuando entras en un sitio en conflicto te tienes que mover y cada vez que lo haces es súper peligroso. Y luego tienes que buscar un lugar para transmitir. Una noticia no transmitida es no noticia y nuestro trabajo no tiene sentido si no transmites la información.

Trabajar en esas condiciones debe ser muy complicado y además caro: contratar a un traductor, a un conductor, hallar la forma de transmitir la información…

Por eso mucha gente lo que hace es trabajar en pool, es decir, compartir información. Y cuando las cosas se ponen feas somos muy solidarios, una piña, ahí no hay distinciones de género, todos nos apoyamos y cuidamos los unos de los otros. La confianza es el pasaporte de la vida y en una zona de combate hay tanta inseguridad es que difícil confiar en la gente, porque todos te quieren vender su versión de la historia; los políticos, los diplomáticos, los observadores, los trabajadores de las ONG, los vendedores de armas, la CIA, los espías, las milicias de turno… de modo que es muy importante conocer a los colegas y haber convivido con ellos en otros conflictos, saber cómo trabajan, si tienen bien puesta la cabeza o no, porque hay de todo. Muchas de las 34 periodistas (reflejadas en el libro) han trabajado juntas y te dirán que con unos se irían hasta el fin del mundo y con otros no.

No ha habido más bajas de milagro. Muchos periodistas le deben la vida al CNI (Centro Nacional de Inteligencia). También es verdad que los periodistas hemos salvado muchas vidas, porque tenemos gran capacidad de movimiento, dentro de las restricciones y las dificultades existentes, hablamos con mucha gente y disponemos de abundante información, que compartimos, quid pro quo, hoy por ti y mañana por mí. Aunque también es verdad que la información sensible es peligrosa. Y además tenemos nuestros reparos; en los desayunos en los hoteles ni dios te dice cuál es el plan del día de cada uno.

Por ejemplo, cuando Julio Fuentes (corresponsal de El Mundo) fue asesinado en Afganistán (el 19 de noviembre de 2001), el día antes había ido Ángeles Espinosa, de El País, a esa misma zona en un vehículo compartido, que es lo que hacemos todos para recortar gastos. Era un sitio muy interesante, se lo propuso a El País y al periódico no le interesó publicarlo. Y cuando asesinaron a Julio Fuentes el diario enseguida llamó a Ángeles para pedirle la historia.

Mónica Bernabé en Afganistán ha entrevistado a francotiradores, un trabajo muy interesante. Una cosa que te dicen en los cursos de preparación a los conflictos armados, que casi nadie hace porque son carísimos pero que ella pudo hacer junto a Rosa Meneses y dos compañeros, al acceder a ello Pedro J., es que para conocer dónde están apostados los francotiradores tienes que hablar con ellos, saber cómo trabajan, conocer su mentalidad para así conseguir evitarlos. Y Mónica Bernabé tiene un magnífico reportaje que no he visto en ningún otro sitio. Ellas han conseguido unas exclusivas y unos pedazo de reportajes de quitarte el sombrero.

Cuando digo que las 34 periodistas están entre las mejores del mundo no estoy exagerando. He analizado trabajos buenísimos de ellas, que están estupendamente escritos, proporcionan mucha información y reflejan muy bien la realidad. Leer sus trabajos, ver sus reportajes en televisión y escuchar sus crónicas es como tener un libro con cinco siglos de historia. Estas mujeres han cubierto los principales acontecimientos internacionales, pero nos ha costado muchísimo. Si ese reportaje sobre los francotiradores lo hubiera hecho un hombre, le habrían dicho: “¡Qué huevos tienes, qué valentía, qué coraje!”; mientras que a ella sólo le dijeron: “Vale, muy bien”. De hecho, se lo estuvieron retrasando hasta su publicación, se lo podría haber pisado cualquiera.

¿Cómo consiguieron las primeras corresponsales que sus medios de comunicación aceptaran enviarlas a un conflicto armado?

Por ejemplo, me contaba Maruja Torres, con la que estuve horas y horas en su casa hablando de buen periodismo, que para ser enviada especial, delante de su jefe, había llorado, suplicado, gritado, amenazado… es tal la pasión que hay que insistir, insistir e insistir. Antes, como decían que la guerra era sólo para hombres y resultaba muy peligrosa para las mujeres, sólo iban ellos. Pero llegó el momento en que empezamos a salir y decir: “Por qué no voy a ir yo”. Era la época de Rosa María Calaf o de Carmen Sarmiento, a quienes les debemos mucho.

Me quito el sombrero ante ellas, porque eran tiempos de Franco, y yo les digo: “¡Qué ovarios le echasteis, qué valor!”. Les estoy muy agradecida, nos abrieron el camino, junto a otras como Ángela Rodicio. Hemos sido la mosca cojonera con nuestros jefes, a base de insistir o estar dispuestas a ir cuando nadie quería. Como cuando se piden voluntarios y nadie se presta; eso me pasó a mí en El Salvador. Te dedicas a esto porque crees que es una obligación de los periodistas informar de estos acontecimientos. Si no vamos nosotros, ¿quién lo va a contar? Nadie.

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