La situación actual que atraviesan las mujeres en las sociedades mediterráneas y en particular en dos territorios con realidades tan diferentes como Túnez y Libia será abordada el lunes 15 de febrero en una nueva sesión del ciclo ‘Mujeres y el Mediterráneo’, por la representante de ONU Mujeres en ambos países, Begoña Lasagabaster. En el encuentro, la experta hablará de los derechos y las libertades de los que gozan las mujeres tunecinas sobre el papel, que no siempre avanzan al mismo ritmo que las normas sociales, de los efectos socioeconómicos del Covid en este colectivo, del valeroso papel que desempeñan las libias en las negociaciones de paz o los riesgos a los que se enfrentan por atreverse a dar el salto a la política y denunciar las injusticias. La charla, moderada por la periodista Sonia Marco, arrancará a las 19:00 horas y podrá seguirse en la web de Casa Mediterráneo, así como en sus redes sociales.
Begoña Lasagabaster es licenciada en Derecho por la Universidad de Salamanca, diplomada en Altos Estudios Europeos por el Colegio de Europa de Brujas (Bélgica) y especializada en Derecho Comunitario, Derecho Civil y Derecho Internacional Privado. Actualmente es la Representante de ONU Mujeres en Túnez y Libia y antes fue jefa de oficina de esta organización en el Líbano (2017-2018). Durante 12 años (1996-2008) fue miembro del Parlamento español y participó en varios de sus comités. También formó parte de la Delegación del Congreso-Senado en la Conferencia de Instituciones Especializadas en Asuntos de la Comunidad Europea y Parlamentos de la Unión Europea (COSAC). A nivel internacional, la Begoña Lasagabaster fue observadora electoral en representación de las delegaciones parlamentarias españolas en varias elecciones: Líbano (2005), Venezuela (2005), Palestina (2006), Perú (2006), Ecuador (2006), República Democrática de Congo (2006), Bosnia-Herzegovina (1996 y 2006).
Especializada en desarrollo internacional y defensora de los derechos de la mujer, Lasagabaster ha recibido el Premio de la Federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias en la Categoría Internacional. En 2004 obtuvo la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort, que otorga el Ministerio de Justicia español por su labor en la elaboración de leyes concursales y en 2000 fue galardonada con el Premio al Mérito Civil del Ministerio de Asuntos Exteriores de España por su labor parlamentaria en relación con la Unión Europea. De forma previa al encuentro, Begoña Lasagabaster nos concedió una entrevista desde Libia en un momento decisivo para la pacificación del país, inmerso desde 2014 en un conflicto armado con demoledoras consecuencias para la población civil y especialmente para las mujeres.
Túnez es considerado prácticamente como el único caso de éxito de las Primaveras Árabes, con importantes logros como la elaboración de una Constitución consensuada en 2014, la celebración periódica de elecciones libres, medidas de discriminación positiva para jóvenes y mujeres… ¿Estos avances políticos e institucionales se han traducido en mejoras significativas para la vida de las mujeres tunecinas?
En primer lugar, Túnez parte de un punto donde tenían ya un reconocimiento bastante alto los derechos de las mujeres, aunque no todos, por supuesto. Desde la independencia del país las mujeres podían votar incluso antes que algún país europeo, la planificación familiar con todos los sistemas anticonceptivos que incluye el aborto estaba permitida… es decir, se parte ya de una base de reconocimiento de los derechos de las mujeres que no existe en otros países árabes. Dicho esto, lo que sí es cierto es que con la transición democrática hay una primera parte, en lo que llamamos la praxis de transición democrática jurídico institucional, si me permites, legislativa, donde efectivamente hubo sus más y sus menos en el debate de la constitución en 2014, pero de alguna manera hay un principio muy importante de igualdad en su construcción.
Y como tal, a partir de ahí, hay un desarrollo legislativo que realmente es bueno. Por ejemplo, tienen una ley de violencia contra las mujeres muy comprehensiva, incluso yo diría que una de las mejores que he visto, porque hasta incluye la violencia económica. La ley electoral incluye no solamente la paridad vertical, que es lo que algunos países tienen, sino también la horizontal, es decir, que el 50% de las cabezas de lista para las elecciones locales -aunque ahora se pretende extender al resto- sean mujeres. Eso ha permitido que el resultado final en las elecciones locales haya sido de un 48% de concejalas mujeres.
Hay una base jurídico legislativa a raíz de la transición democrática de hace diez años realmente buena. Ahora, dicho ello, como con el resto de la población, no sólo con las mujeres, el cumplimiento de esas leyes es el problema. Es decir, el problema es que diez años después, la población en general, en particular la juventud y las mujeres lo que observan es que no hay réditos reales en su situación socioeconómica, especialmente agravada con el Covid. ¿Qué ha ocurrido? Que efectivamente las mujeres jóvenes, por ejemplo, van en mayor número a la universidad, pero el desempleo es muchísimo más elevado que en el caso de los hombres. Las mujeres han sido las que han estado al frente de la respuesta al Covid y tienen muchos más problemas de conciliación de la vida laboral y familiar que los hombres. Han tenido que soportar una carga mucho mayor que ellos. Gran parte del empleo de las mujeres es informal. Por ejemplo, las mujeres rurales que se dedican a la agricultura, que han sostenido durante la pandemia la seguridad alimentaria, como forman parte de la economía informal no están registradas y no reciben ayudas.
Es decir, hay una parte que sí creo que ha avanzado, sobre todo la de la reforma legislativa, pero hay otra parte, la de la implementación de las leyes, que no ha conllevado beneficios socioeconómicos para la población en general, ni para las mujeres en particular, lo que ha producido una frustración enorme. Y un tercer punto, que afecta a todo el mundo, es que las leyes hay que cambiarlas, son la primera puerta, pero si no cambian las normas sociales y los estereotipos de género nada cambia. Entonces, las mujeres viven en un mundo en el que, por una parte, la ley les da muchísimos derechos que luego no se traducen por la falta de ejecución, y las normas sociales, por otra parte, siguen más o menos ancladas -en muchos casos, no en todos, especialmente en zonas rurales y no costeras- en unos parámetros que son más propios del pasado.
En la compleja situación en la que se encuentra inmersa Libia desde la caída de Gadafi en 2011, ¿cuáles son los principales problemas a los que se enfrentan las mujeres y las niñas en su día a día?
Libia es todo lo opuesto, porque empieza desde una base muy baja. Se trata de una sociedad muy conservadora, con poca apertura al mundo exterior, donde las mujeres gozan de escasos derechos. De hecho, en todo el sistema legal las leyes discriminatorias están muy presentes. Por ejemplo, las mujeres no pueden conceder la nacionalidad a sus hijos ni a sus hijas. Esto ocurre en algunos países, en el Líbano también aunque parezca tan moderno. Libia parte de una base donde el sistema conservador está amparado por un sistema religioso y patriarcal. Y esas leyes están ahí, no ha habido ningún cambio. Además a lo largo de estos diez últimos años ha habido dos conflictos, el primero en 2011 contra el dictador [Gadafi] y luego el de 2014 entre diferentes actores políticos dentro del país. Ahora nos encontramos en una fase que considero que es un momento cualitativo muy importante, en general para el país y en particular para las mujeres.
El pasado 5 de febrero, por fin, se llegó a un acuerdo en el Foro de Diálogo Político entre los actores libios para tener un gobierno transitorio hasta las elecciones [previstas para marzo de 2021]. Y en los últimos dos años las mujeres han comenzado a formar parte de estas negociaciones. Cuando yo llegué a Libia precisamente hace dos años, no había ninguna mujer en estos procesos y parecía imposible que las hubiera. Y en este momento, en el Foro de Diálogo Político, ha habido un 21% de mujeres, 17 mujeres que han hecho un papel espectacular dicho por todo el mundo. La sociedad civil y las redes de mujeres han mostrado una valentía y un coraje impresionantes. Hay que decir que aquí, las mujeres que hablan, que expresan su opinión de una manera clara y rotunda pueden ser objeto de una violencia extrema. Hay muchas mujeres que han sido asesinadas en los últimos años, recientemente también, por denuncias de violaciones contra sus derechos, como el caso de la parlamentaria Siham Sirgiwa. Éste es uno de los graves problemas, la seguridad y la violencia contra las mujeres por el hecho de expresar su opinión. Son muy valientes y han hecho un papel excepcional. Estamos trabajando mucho con ellas, seguimos haciéndolo de cara a las elecciones y esperamos que esto cambie. También dedicamos grandes esfuerzos a la reforma de las leyes, con los jueces… Y ahora vivimos un momento de esperanza para esto vaya adelante. Hay momentos en la historia que son cualitativos, donde la situación de las mujeres puede cambiar, y éste es uno de ellos. Soy realista, pero creo que nos encontramos ante un momento cualitativo de cambio.
El año pasado se celebró el vigésimo aniversario de la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que establecía la inclusión de las mujeres en todos los aspectos de la paz, consagrando su papel esencial en su consolidación y mantenimiento. ¿En estos años ha habido avances en la participación de las mujeres en los procesos de paz?
Yo creo que sí ha habido avances y una concienciación, pero los progresos en este campo siempre son muy lentos. Recordemos que hasta esa resolución las mujeres no existían o si lo hacían era tan sólo como víctimas de los conflictos. Recuerdo que un general canadiense llegó a decir que en estos momentos en las guerras es mucho más arriesgado ser mujer que ser soldado. La violación de mujeres se ha convertido en una táctica de guerra. La Resolución 1325 viene a decir que las mujeres son víctimas hasta ese extremo, pero también actores en la resolución y la prevención de los conflictos. Hace cinco años realizamos un estudio sobre todos los procesos y las negociaciones de paz que había habido en los últimos 30 años y lo que se evidenció es que donde habían participado las mujeres los acuerdos llegaban antes y tenían mayor sostenibilidad.
Hay una demostración clara de que el papel de las mujeres tiene una efectividad práctica en la sostenibilidad de la paz, así como en su logro. Una razón muy sencilla es que las mujeres normalmente en la guerra ni tienen las armas, ni el poder, ni el dinero. Las mujeres no sacan nada de la guerra, porque son ellas las que siguen manteniendo las comunidades, las familias, siguen dando de comer, siguen haciendo el intercambio de los prisioneros en sus municipios, son las que llevan a cabo las negociaciones a nivel local, las que tratan de evitar que se lleven a los jóvenes a la guerra, etc. Cuando en una negociación de paz para resolver un conflicto sólo tienes un statu quo, quienes sacan algo de la guerra, en este caso los hombres, es muy difícil que quieran hacerse un harakiri. Ellos son los que de alguna forma resultan beneficiados porque tienen armas o lo serán en el futuro cualquiera que sea el acuerdo, pero tendrán muchos más reparos para llegar a un pacto. Mientras que las mujeres, al revés, pierden todo en la guerra, además de ser víctimas y ver cómo sus comunidades se destrozan. Entonces, en lo que realmente trabajan es en conseguir un acuerdo que, de alguna manera, cruce las partidas antagonistas, partidistas o sectarias.
Las mujeres se preocupan mucho por los servicios básicos y eso es lo que da sostenibilidad a la resiliencia en un país, en una comunidad o en un territorio. Es muy importante también que haya hombres que tengan conciencia del papel de las mujeres, porque si sólo son ellos, los que tienen las armas, los que están en la mesa de negociación se entra en un círculo vicioso y no llegamos a un acuerdo. Hay que introducir en las mesas de negociación a otras representantes que realmente estén luchando por la paz, no quedándose en el statu quo. Y en ese sentido, los cuatro ejes de la Resolución 1325 -la prevención de conflictos, ellas son las primeras que detectan cuando algo no va bien dentro de una comunidad y dan la voz de alarma; la protección; la participación; y la reparación, sobre todo ayuda humanitaria- se han demostrado absolutamente eficaces.

En marzo de 2020, el Secretario General de la ONU hizo un llamamiento de alto el fuego mundial, que fue respaldado por organizaciones de mujeres, para dedicar todos los esfuerzos a la lucha contra la pandemia, ya que los conflictos armados socavan gravemente las infraestructuras y los sistemas sanitarios, imprescindibles para combatirla. ¿Esta demanda ha tenido algún efecto?
Es algo difícil de medir, pero por ejemplo en Libia muchas de las organizaciones de mujeres lanzaron un manifiesto que decía: “Queremos la paz”. Eso crea un entorno y en este caso había un hartazgo de tal calibre por la guerra… al que se unió el Covid. La sensación era de que ya no podían más con el hecho de estar 20 horas al día sin electricidad, sin agua, sin acceso a los centros sanitarios, con dificultades para recibir la ayuda humanitaria… Creo que sí tiene efectos el hecho de que las mujeres libias hicieran ese llamamiento y fueran tan valientes, pero es otro elemento más que refleja el hartazgo por la guerra sumado al Covid. Estas circunstancias también han tenido una traducción en la violencia contra las mujeres, que se ha incrementado en todo el mundo terriblemente. Concretamente en los países en los que trabajo, en Túnez ha aumentado seis o siete veces y en Libia en las encuestas que hicimos al principio de la pandemia, las mujeres advirtieron de que el incremento de la violencia iba a ser espectacular. Las razones: el confinamiento, la falta de trabajo, la violencia económica… Por ejemplo, las mujeres libias si están enfermas no pueden ir a un centro médico si no van acompañadas.
Las mujeres que participan activamente en la vida política están en el punto de mira de quienes las ven como una amenaza y con frecuencia son víctimas de la violencia. Es el caso de la parlamentaria libia que antes ha mencionado, Siham Sirgiwa, secuestrada y desaparecida desde 2019, o los ataques verbales que sufren algunas políticas tunecinas. ¿Existen indicadores para registrar este tipo de acciones violentas?
La violencia contra las mujeres en la política ocurre en todo el mundo. Hay dos estudios hechos por la Unión Interparlamentaria, cualitativos, no cuantitativos, con resultados espeluznantes en todas las regiones del mundo. Por ejemplo, alrededor del 80% de las parlamentarias ha sido objeto de violencia psicológica y más del 20% ha sufrido violencia física sexual. En 2018 el relator especial presentó un informe sobre este tema en la Asamblea de Naciones Unidas y desde ONU Mujeres estamos haciendo una metodología para cuantificarlo en todos los países. Ya hay parlamentos que están tomando medidas de registro dentro de las cámaras. Nosotros trabajamos mucho este fenómeno en Túnez, más con las candidatas electas locales porque tienen menos posibilidades de visibilizar este tipo de acciones violentas.
No obstante, en Estados Unidos también está sucediendo la renuncia de muchas mujeres a ser candidatas debido a las amenazas. Es un tema que está ocurriendo en todo el mundo, pero se hablaba poco de él hasta ahora. En Túnez, la violencia contra las mujeres en política es un tema que se incluye en la ley. Ahora estamos trabajando con el Parlamento y con las candidatas electas locales, primero para verbalizar que es una realidad que está pasando y, segundo, para poner en marcha los procedimientos para evitarlo. En Libia, como decía antes, todavía es mucho más grave. Además, lo que hemos constatado es que a través de los medios sociales el problema se ha agravado muchísimo en todo el mundo.
En Libia, las mujeres que se atreven a dar su opinión de una manera consistente y constante se exponen a un riesgo físico tremendo. En ese sentido, en algunos casos se habla con los gestores de los medios sociales para que determinados tipos de amenazas no aparezcan o que haya un filtro. Y nosotros, en función de quién y cómo, tratamos de ver si tenemos algún medio para ayudarles en la protección. Por eso siempre añado la coletilla de que son muy valientes. En algún sitio te pueden criticar por hablar, incluso virulentamente, lo cual es muy desagradable, pero aquí se juegan la vida. Hace poco mataron a una señora en Bengasi porque denunció violaciones contra las mujeres, hace dos años desapareció Siham Sirgiwa, en 2014 la activista y abogada de derechos humanos Salwa Bugaighis fue asesinada …. Ha habido siete u ocho mujeres claves a las han matado con una facilidad impresionante o las han hecho desaparecer.
Estos crímenes, además de silenciar a quienes se atreven a alzar la voz, lo que tratan es de disuadir a otras mujeres de que se metan en política…
Claro, están hechos para lo que están hechos. La violencia contra las mujeres en política va más allá del crimen por odio, tiene otras consecuencias, pretende que no se atrevan a hablar ni a presentarse como candidatas. Pero también hay violencia económica. Cuando las mujeres acceden a determinados cargos, las dotaciones de asistentes o de coche que tenía su antecesor si era hombre desparecen. Son cosas muy sibilinas. Eso es violencia, pero está pasando en todo el mundo, no sólo en los países subdesarrollados. En la medida en que las mujeres han llegado en mayor número al terreno político, la violencia se ha exacerbado contra ellas. Además, las mujeres rotan mucho porque no aguantan más y se van. Y eso tiene unas consecuencias. En la vida todo requiere experiencia y tiempo. Y la rotación de las mujeres políticas es muy elevada. Es un fenómeno que estamos estudiando.