Los bombardeos de la Legión Cóndor sobre los pueblos del Alto Maestrazgo castellonense durante la Guerra Civil española, los Juegos Olímpicos de Berlín en el verano de 1936, la atmósfera libertina de los cabarets berlineses y las contradicciones del nazismo son algunos de los temas que el escritor y periodista leonés Carlos Fidalgo aborda con soltura y maestría en su última novela, Stuka (Algaida Editores, 2020).
La obra, ganadora del Premio Letras del Mediterráneo de Novela Histórica 2020 concedido por la Diputación de Castellón, toma el nombre del bombardero utilizado por las fuerzas alemanas en la Guerra Civil española, el stuka, una despiadada máquina de matar dotada de vida propia, como una metáfora del mal que traen consigo todas las guerras. Pero el autor no se limita a narrar el horror de la guerra, sino que ahonda en la psicología de los personajes para tratar de entender sus motivaciones y sus incoherencias, y da un paso más para afrontar temas antaño tabúes como la identidad sexual o las violaciones de mujeres durante las contiendas.
Carlos Fidalgo participará en el ciclo Escritores y el Mediterráneo a través de un encuentro virtual que tendrá lugar el martes 27 de octubre a las 19:00 horas y se podrá seguir a través de la página web de Casa Mediterráneo y sus redes sociales. Fidalgo compagina el periodismo con la escritura, terreno en el que ha publicado cuatro novelas: El agujero de Helmand, Premio Tristana de Novela Fantástica en 2010, ambientada en el conflicto de Afganistán; La sombra blanca, publicada en 2015: Septiembre Negro, una trama centrada en las zonas oscuras de los Juegos Olímpicos, galardonada con el Premio Tiflos de Cuento de la Fundación One; y Stuka. De forma previa al evento, mantuvimos una entrevista con el autor para conocer los entresijos de su última obra, vinculada al espacio mediterráneo.
Stuka comienza así: “A Claire Hollingworth le fascinaba la guerra”. A tenor de este libro, ambientado en la Guerra Civil española, y otros anteriores, El agujero de Helmand (sobre la guerra de Afganistán) y La sombra blanca (en las trincheras de la I Guerra Mundial), ¿qué le atrae a usted de la guerra para recrear sus relatos en ella?
A mí me pasa lo mismo que a Claire Hollingworth, que es un personaje real de Stuka. Es una reportera inglesa conocida porque fue la primera persona que informó en exclusiva del inicio de la II Guerra Mundial, cuando atravesó la frontera polaca gracias a un coche diplomático y descubrió que los alemanes estaban concentrando tropas y tanques. De hecho, esa frase que he puesto para definir a Claire Hollingworth, en realidad, me define a mí. Me fascina la guerra porque me horroriza. Es un escenario donde puedes situar una gran historia que contar y a unos personajes a los que puedes poner en medio de un conflicto, tanto interno como exterior, es decir, tanto la atmósfera interior del personaje como el escenario real en el que se mueve. Me resulta fascinante.
La historia que cuenta pone en evidencia los horrores de la guerra, utilizando un lenguaje poético. ¿La devastación se puede contar sin renunciar a la belleza?
Por desgracia, hay cierta belleza en la devastación. Me viene ahora a la cabeza la nube, el hongo que dejó la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. Ves esas fotografías y hay hermosura en esa bomba, lo que pasa es que rascas un poco y evidentemente es una foto horrible porque significa que debajo de ese hongo hay una ciudad que está en llamas, que está sufriendo la radiación y hay centenares de miles de víctimas debajo. Entonces, hay cierta contradicción y cierta belleza en el horror. En esa contradicción surge una historia.
Stuka es un libro que habla de la guerra, especialmente desde la perspectiva de uno de sus protagonistas, el piloto alemán Heiko Weber, un personaje siniestro, radical y atormentado por su inclinación sexual. ¿Cómo construye el perfil psicológico de sus personajes?

Ilustración en interior del libro, obra de Juanjo Albares
Quería deliberadamente que el protagonista y en contraposición con los otros personajes femeninos poderosos de la novela, fuera un hombre ambiguo, con un montón de contradicciones, un personaje con muchas sombras pero también con alguna luz, porque a lo largo de la historia hay una evolución y una ligera toma de conciencia respecto a lo que está sucediendo. Quería que fuera un personaje con una carga psicológica muy profunda y que pusiera en contradicción de una forma también externa la propia contradicción de la sociedad nazi. Los nazis tuvieron a un dirigente que era abiertamente homosexual, que fue depurado en los primeros días del nazismo, y los homosexuales acabaron siendo perseguidos, formando parte de ese grupo de colectivos a los que internaban en campos de concentración porque no representaban a la nueva Alemania y su espíritu. En esa contradicción en el personaje que trata de ocultar sus inclinaciones sexuales -podríamos decir que es bisexual-, cuando descubre que le atraen los hombres se produce una quiebra en su cabeza y me parecía que eso era una metáfora de lo que estaba ocurriendo en Alemania también.
En Alemania lo que pasó con el nazismo es que mucha gente se adaptó, miró para otro lado y es verdad que hubo una minoría perseguida que trató de oponerse, pero la sociedad alemana abrazó en nazismo aunque una mayoría lo abrazara de una manera indiferente. A la contradicción del propio personaje se traslada la contradicción del entorno en el que se mueve.
Un episodio destacado de la novela es el triunfo del atleta estadounidense Jesse Owens en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 ante la ovación mayoritaria del público y el rechazo de Hitler y sus seguidores. Pese al desprecio que esta victoria le produce a Heiko Weber, en el fondo no puede evitar sentir admiración por la portentosa hazaña de Owens. ¿Esto evidencia que hasta las más firmes convicciones pueden tener grietas cuando no son tan sólidas como parecen?
Efectivamente, Heiko Weber tiene un montón de grietas que trata de tapar. Hay una escena en la que va a uno de los clubes alemanes donde tocan swing y jazz y donde la atracción son músicos negros afroamericanos, es un sitio que trata de evitar pero en el fondo le atrae. Ésa es la grieta que se va abriendo a lo largo de la novela en Heiko Weber. En realidad, no es tan nazi como a él le gustaría y eso sabe que le mete en un conflicto con la sociedad en la que se mueve.
Hablabas de Jesse Owens y de la sociedad alemana. Fíjate, Jesse Owens era una estrella en Alemania. Cuando los atletas norteamericanos llegaron a Berlín en tren desde Hamburgo, que es donde les había dejado el transatlántico que les trasladó desde Estados Unidos, el Manhattan, se bajaron del vagón y la fama de Jesse Owens ya era tal -había batido cuatro récords del mundo el año anterior- que las jovencitas alemanas, algunas con tijeras, trataron de cortarte trocitos de ropa, de la corbata que llevaba, como si fuera una rock star y el atleta tuvo que refugiarse en el vagón porque estaba sufriendo uno de los primeros efectos del fenómeno fan de la historia. Eso demuestra que la sociedad alemana en general no era racista, sino que los nazis llegaron con un discurso que a una parte de la sociedad le pudo parecer adecuado. Aparecieron como si fueran los salvadores de Alemania, de su pobreza, del orgullo de la Alemania derrotada en la I Guerra Mundial y mucha gente aceptó ese estado de cosas, pero en el fondo la mayoría de los alemanes no era racista y la prueba está en Jesse Owens, en esos aplausos y en esas ovaciones que despertó su hazaña en los Juegos Olímpicos.
Una directora de cine como Leni Riefenstahl, que rodó la película Olimpia, donde una obra de arte puede ser vista como una exaltación de la raza aria y de los ideales del nazismo, no oculta tampoco su fascinación por Jesse Owens. Habla de la belleza del cuerpo, pero en el fondo le da igual que éste sea blanco o negro.
El stuka se describe en la novela como un ser endemoniado, una máquina de matar, un tiburón despiadado que parece que tiene vida propia. De hecho el protagonista llega a creer en un momento dado, cuando pierde el conocimiento, que el stuka dispara solo, con voluntad propia. A lo largo del libro diversos objetos y símbolos de enaltecimiento del nazismo adquieren esa dimensión, ¿qué importancia tenían los símbolos en aquella época a la hora de intimidar a la población?
Efectivamente, el stuka es una metáfora de Alemania, esa Alemania que dispara sola, que es como un tren sin conductor, como un avión sin piloto, con el piloto automático, que es el nazismo, y ese momento en el que al piloto le parece que dispara solo el avión y un poco el final -aunque no quiero hacer spolier, cuando están sobrevolando la Cancillería, no vamos a detallar para los lectores que no hayan leído la novela- evidentemente lo que refleja es que de alguna forma Alemania se vio arrastrada a la guerra y a caer en la ignominia del nazismo, que es el régimen más terrible que ha dado la historia, el régimen que ideó un plan industrial para eliminar a un sector de la población, a los judíos, a los homosexuales, a los socialdemócratas, a los comunistas… en fin a todo aquél que no encajara con una idea de Alemania. Eso era el fascismo, una idea muy alejada de la realidad del país.
Entonces en el stuka hay una especie de personificación, de encarnación, como si en lugar de metal fuera un animal salvaje, que tiene voluntad propia y ése es el toquecito fantástico que le meto a la novela histórica. El libro es novela histórica, efectivamente, porque describo un escenario histórico con el mayor rigor posible, con todas las licencias de la ficción, pero tiene ese punto fantástico que remite un poco a ese horror por la guerra que le causaba a Claire Hollingworth. Creo que el stuka es un avión que a mí me fascina porque también me horroriza. La guerra es un animal salvaje, es un animal descontrolado. Cuando un país entra en guerra no se sabe lo que va a pasar, es como si la guerra tuviera vida propia y se encarnara en ese avión.
La guerra puede sacar lo mejor y lo peor del ser humano. De hecho, su novela aborda temas de fondo como la violencia sexual hacia las mujeres, asuntos que quizás no trascienden en los libros de texto.
Lo terrible de la guerra es que supone la vuelta a un estado salvaje, la quiebra de la civilización, las leyes no existen, la humanidad no existe, lo importante es matar y sobrevivir. Y entonces hay una quiebra moral, en la que parece que pueda hacerse todo, que todos los instintos más salvajes que todavía guarda la humanidad dentro puedan salir libremente y expresarse. Y eso es lo que ocurrió con un tema que fue tabú durante mucho tiempo, el de las violaciones en la II Guerra Mundial. Digo tabú porque, por supuesto, hubo violaciones en los dos bandos, las violaciones en guerra han ocurrido a lo largo de toda la historia, pero en este caso es que los vencedores y los que supuestamente tenían la ventaja moral sobre el nazismo también cometieron actos tremendos, como violaciones masivas de mujeres alemanas. Eso fue lo que ocurrió con el Ejército Rojo y por desgracia -y se está descubriendo ahora con artículos en prensa y en investigaciones- es algo que también pasó con el resto de tropas aliadas. Entonces, ves que la barbarie no tiene nacionalidad. Ése era un tema tabú, que a mí siempre me causaba una especial fricción porque, ya te digo, eran los vencedores los que se estaban vengando con las mujeres alemanas de lo habían hecho los hombres alemanes a sus propias mujeres en Rusia y me parecía el súmmum del horror. En el fondo, nadie se salva en una guerra, nadie es bueno en una guerra.
Stuka ha sido reconocido con el Premio Letras del Mediterráneo, que concede la Diputación de Castellón. Supongo que el jurado habrá tenido en cuenta que se trata de una novela histórica mediterránea, que en parte se desarrolla en el Alto Maestrazgo castellonense. ¿Qué ha supuesto para usted este reconocimiento?
La parte de la novela que se desarrolla en el Alto Maestrazgo es muy interesante porque a parte de que es el momento en el que se produce en la cabeza del piloto protagonista una especie de espoleta, es atrayente también la parte histórica porque refleja el uso de la aviación para bombardear masivamente a civiles, que es algo que aunque ya se había hecho en la I Guerra Mundial de una forma un poco menor, en la Guerra Civil española se ensayó con más saña: los bombardeos en Madrid, sobre todo el de Guernica, tan simbólico, y mucha gente lo ha comparado con los bombardeos de Benasal; yo no creo que se puedan comparar exactamente porque lo que ocurrió en el Alto Maestrazgo no es similar a lo que aconteció en Guernica, estaban en la línea del frente y no fue un bombardeo tan devastador, pero es verdad que mayoría de las víctimas fueron civiles y eso es algo que en los pueblos de esa zona todavía se guarda como una herida. La Iglesia de Benasal, que resultó afectada por los bombardeos, tardaron 20 ó 25 años en reabrirla. Ésa fue la herida física, pero luego hay una herida que no se ve, una herida interior en los ancianos que vivieron esos bombardeos, que todavía se está cerrando, precisamente hablando de ello. Ésa es mi opción.
¿Qué ha supuesto para mi novela ganar el Premio Letras del Mediterráneo? Evidentemente, la oportunidad de seguir publicando una historia que me apetecía escribir, sin estar pendiente de los condicionantes en cuanto a temas y fondo de las editoriales. El premio me da libertad para fabular, libertad para narrar, y luego una visibilidad que se agradece a la hora de difundir la novela y la historia.