El escritor y director del Instituto Cervantes en Estambul, Gonzalo Manglano (Valencia) participa en un encuentro literario en la librería Pynchon&Co el 20 de marzo a las 19:30 h. en el marco del ciclo “Escritores y el Mediterráneo”, que organiza Casa Mediterráneo.
El autor nos cuenta en esta entrevista el vínculo existente entre sus novelas y el Mar Mediterráneo, y lo que le motiva a escribir historias que van más allá del mero entretenimiento.
La charla literaria que va a ofrecer esta tarde en la librería Pynchon&Co, ¿qué vinculación tiene con el Mediterráneo?
Mi relación con el Mediterráneo es evidente por todos lados, dado que nací en Valencia, a orillas del Mediterrráneo, y ahora estoy en Turquía como director del Instituto Cervantes de Estambul, antes en Argelia como director del Cervantes de Orán. La cultura, la idea del libro y la cuna de lo que somos nace en el Mediterráneo. Vertebrando la charla a través de la cultura mediterránea hablaré de mis libros, de la experiencia cultural, literaria, vital… y, en particular, de esta última novela.
Háblenos de su último libro, “Arde, memoria” (Huerga & Fierro editores).
Se publicó en noviembre de 2017. Tiene que ver con mi primer libro (“Crónicas de humo”, Ed. Alfama 2008), en cuanto a que hay personajes que aparecen -eso es algo recurrente en mi obra. En éste, todo empieza con un crítico de arte que va a buscar un cuadro que desaparece en el siglo XVIII, obra de un pintor del que apenas se conserva nada, y hay una pista que indica que se encuentra en la Isla de San Lorenzo. En torno a esa idea, el crítico de arte deja París y se va en busca del tesoro perdido.
La Isla de San Lorenzo es una provincia de Francia, con un gobernador, hay un proceso de independencia, a la vez llegan los americanos intentando colonizar montando un aeropuerto… Y se crea un microcosmos en el que confluyen la nueva colonización, la descolonización, la relación entre los isleños y los europeos siempre distante y con falta de comunicación y entendimiento. Todo eso va unido a la memoria de la isla, de la que habla el narrador, que es un personaje fundamental que cuenta lo que ve, como un cronista. De hecho, la novela se narra como un autobús de dos pisos: hay un piso en el que habla el narrador sobre lo que está viendo, a modo de crónica; y otro piso en el que los propios personajes mueven la acción. “Arde, memoria” es esa isla y su relación con la metrópoli parisina, ya muy alejada y muy distante.
En Argelia, ¿cómo se vive esa relación con la antigua metrópoli, París? ¿Es de amor-odio?
Absolutamente. Por un lado, todavía está todo muy cercano. Aún hay cierto recelo. Los argelinos confiesan que tienen mucha más simpatía hacia España que hacia Francia. Sin embargo, todas las elites tienen casa en París, el idioma les une, todos han sido educados en francés y todos los que pueden, que son pocos, viajan constantemente a la capital francesa.
¿Los nexos de unión entre Alicante y Orán siguen siendo palpables?
Sí. El Fuerte de Santa Cruz de Orán es gemelo al de aquí, es obra del mismo ingeniero. Incluso se dice que son hermanos los paseos marítimos, parece ser que en el de Orán no hay números impares porque están aquí. Son ciudades hermanadas y muy cercanas. De hecho, la primera medición intercontinental de geodésica se hizo desde Alicante, que es el punto más cercano a Argelia.
Según dice en su biografía, la mediocridad le perturba y la trascendencia le inspira. ¿Cómo lo refleja en sus libros?
En “Arde, memoria” hay una discusión sobre la inmortalidad y acuden personajes, autores que me han influido o me interesan. En ese debate intervienen Kundera, Goethe, William Blake… y todos ellos hablan sobre los distintos conceptos de trascendencia e inmortalidad. El que más aparece es el de Goethe, con la inmortalidad en los otros a través de la obra. También es muy interesante William Blake, que habla de la trascendencia como la imaginación, a la que se refiere como el regazo de Dios en el que todo sucede, más allá de que éste sea un ser trascendente clásico o no. En ese regazo, todo acontece y la imaginación crea.
En la revolución que se engendra desde la isla en contra de la metrópoli también hay un ánimo de trascendencia por parte de los revolucionarios, más o menos ingenuos algunos de ellos. Y por supuesto, el pintor que busca la obra de arte es porque quiere trascender como el gran crítico y el gran marchante de arte de París. Cada uno busca una trascendencia más terrena o menos, de un modo u otro.
¿Qué pretende transmitir a sus lectores?
Un libro tiene que entretener, eso es lo primero. Si al principio digo que en la génesis de este libro están Haider y Kierkegaard nadie lo va a leer. Creo además que un personaje fundamental en un libro es la prosa y ésta debe tener una música que lleve al lector. Pero para mí la literatura tiene que tener algo más, tiene que abrir puertas, hacer pensar, cuestionarnos lo que nos rodea. Creo que la cultura en general y la lectura en particular nos permiten como mínimo cuestionarnos lo que nos plantean, por ejemplo, desde el poder.
Con esta misma editorial, Huerga, el próximo mes de noviembre saldrá un libro que se titula “¿Por qué la literatura?”, en el que muchos autores responden a esta pregunta. Participan desde Vargas Llosa, Fernando Arrabal, Elena Poniatowska -siempre autores que escriben en español, entre los que hay americanos- hasta Héctor Abad Faciolince o Soledad Puértolas.
¿Usted participa en ese libro?
Sí, yo lo dirijo y también escribo en él. Para mí es fundamental que el personaje esté vivo, de hecho él dirige la acción, porque sí tú le has dado una forma de ser luego no puedes torcerle la mano, porque entonces te lo cargas. Sábato, por ejemplo, deja en un momento la ciencia y se dedica a escribir porque considera que hay un punto al que la ciencia no llega. Yo opino igual, a donde llega la ficción no llega a veces el ensayo. La novela sabe explicar, a través de las vidas de otros y de lo que te cuenta, y para mí además debe tener una idea detrás que te haga cuestionarte determinadas cosas, como el tiempo, la memoria, las relaciones entre distintas culturas… que no sea un mero entretenimiento.
No creo que una imagen valga más que mil palabras, porque al fin y al cabo la imagen la traduces a través del lenguaje y con las palabras te creas tu propia imagen, tu propia película. Cuando ves un filme, lo importante no es el guionista, sino el director, porque él es el que muestra su visión. En los libros el guionista es el escritor, pero el lector es el director, dirige su película con lo que imagina.
¿Cómo se adentró en el mundo de la literatura?
Desde siempre he sido muy lector, gracias a mi madre que era una gran lectora que me iba pasando mucha literatura francesa, debido a su educación. Esta historia se sitúa en Francia, no por esnobismo, sino porque yo en ese momento estaba viviendo en París. Tanto ésta Ono “Crónicas de humo”, que fue mi primera novela. Estaba haciendo el doctorado en Francia y ahí se quedó la acción. De repente, hay algo que te pide más que un relato. Los personajes cobran vida, la propia novela me lo pidió.
La siguiente novela es muy distinta, se llama “Un cadáver en su tinta”, y es un paso al lado. Ésta es una novela humorística dramatizada, en la que los personajes manejan la acción y el autor está fuera y observa, con acotaciones. Es una crítica a la nueva literatura que sólo pretende entretener. De hecho, hay un asesinato por la lectura de falsa literatura. Hay un juicio, un cadáver, un testamento post mortem,… Esa novela tiene un componente muy surrealista.
¿Y “A pesar de la tierra”?
Es una historia muy curiosa: es esta novela (“Arde, memoria”) pero cambiada. “A pesar de la tierra” es la primera novela que tuve en un catálogo, con Funambulista, pero se retrasó tanto que se la di a Alfama, que era la editorial de “Crónicas de humo”. Llegué a presentar la novela sin que estuviese publicada. Reuní a 100 personas en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, con Germán Gullón presentando la novela y el editor. Pero éste no llegó a imprimir la obra, porque la editorial ya estaba en quiebra e iba a cerrar. De modo que hicimos una presentación de una novela que nunca estuvo y de la que incluso se publicó alguna reseña. Esa novela nunca llegó a imprimirse, pero fue el origen de “Arde, memoria”.