La escritora libanesa Hanan Al-Shaykh alcanzó la popularidad con su novela ‘La historia de Zahra’, el primer libro que retrató la guerra del Líbano, abordando abiertamente temas tabúes en el mundo árabe como la promiscuidad, el divorcio o el sistema patriarcal. Su libro fue muy aplaudido en el Líbano, pero prohibido en muchos países árabes de talante conservador.
La vida de Hanan Al-Shaykh resulta tan fascinante como sus novelas. Criada en Beirut, en el seno de una familia musulmana, su madre los abandonó cuando tenía siete años, para irse con su amante. Años más tarde su madre le contó que había sido forzada a casarse con tan solo 9 años. Desde muy pequeña, Al-Shaykh mostró su rebeldía hacia las costumbres que no compartía y fascinada por la cultura egipcia consiguió convencer a su padre para irse a estudiar a El Cairo. Allí escribió su primera novela, ‘El suicidio de un hombre muerto”. Ya de vuelta al Líbano, encontró trabajo como periodista en un diario y pronto sus inusuales entrevistas, que hacían un rico retrato de su país, la hicieron destacar.
Hanan se enamoró y, desafiando una vez más las tradiciones, se casó por lo civil en Londres con un hombre cristiano de buena posición. Una noticia que en su país fue todo un acontecimiento y que muchos celebraron. Al-Shaykh disfrutaba de una vida plena, feliz con su marido y sus dos hijos, su trabajo en varios medios de comunicación y sus novelas. Pero en 1975, la guerra civil estalló en El Líbano y ante el temor a los francotiradores se marchó con su familia a Arabia Saudí y posteriormente a Londres, donde se estableció.
Allí, marcada por la soledad y la incomprensión hacia la guerra, escribió ‘La historia de Zahra’, que la catapultó a la fama. En la producción literaria de Al-Shaykh, caracterizada por la belleza de las palabras y la precisión de sus descripciones, hay novelas, relatos cortos y obras de teatro. Algunos de sus títulos son: ‘Mujeres de arena y mirra’, ‘Beirut blues’, ‘La rosa del desierto’, ‘Barriendo el sol de los tejados’, ‘La langosta y el pájaro: la historia de mi madre’, ‘Las mil y una noches’, ‘Dark Afternoon Tea’ y ‘Paper Husband’ y y ‘The occasional Virgin’. Sus obras se han traducido a 20 idiomas y es una de las escritoras árabes más reconocidas del mundo.
Hanan Al-Shaykh estuvo el pasado 22 de enero en Casa Mediterráneo participando en un coloquio junto con Silvia García Ponzoda, la directora del documental ‘Palabra de mujer’, en el que comparte protagonismo con la escritora egipcia Nawal Al Saadawi y la marroquí Janata Bennuna.
¿Cuando comenzó su necesidad de escribir y qué supone para usted la escritura?
Siento que escribo todo el tiempo. Quizás es un rasgo de nacimiento. Por ejemplo, ahora que estamos aquí sentadas mi mente sigue escribiendo. Los escritores somos narradores silenciosos, porque tenemos la necesidad de escribir sobre el mundo que nos rodea, la sociedad, las noticias, los vecinos… acerca de asuntos ya sean emocionales, sociales, hábitos… cualquier cosa que te haga pensar y querer expresar tus sentimientos. En vez de discutir con otras personas, prefiero sentarme y escribir sobre ello.
Siempre quise escribir, tanto relatos cortos como novelas, es a lo que me dedico en la vida. Para mí, escribir es tan necesario como comer o beber. Cuando empiezo me vuelvo obsesiva, lo hago por las mañanas, cuando mi mente está despejada.
Siendo muy joven decidió irse a estudiar a Egipto y cuando escribió su novela ‘Historia de Zahra’ usted declaró que consideraba importante obtener el reconocimiento de los grandes escritores egipcios. ¿Qué es lo que le atrae especialmente de este país?
Mi primer libro, “El suicidio de un hombre muerto”, lo escribí con 19 años cuando vivía en Egipto. ¿Por qué Egipto? Este país para mí era muy importante por su literatura. Los mejores escritores eran egipcios, me gustaban más que los libaneses. Los autores egipcios contaban historias, no sólo sentimientos, creaban caracteres de carne y hueso, muy creíbles, especialmente Naguib Mahfuz. Empecé a leerlo cuando tenía 15 años.
En nuestro edificio en el Líbano vivía un conductor de tren, a quien le apasionaba leer, tenía una biblioteca increíble y siempre me prestaba libros. Tenía muchas obras de escritores egipcios y me quedé cautivada por ellos, porque no sólo hablaban de las grandes ciudades como El Cairo, sino también de los pueblos, del Nilo, de personas pobres y ricas… de todo. Y los personajes de las mujeres eran excepcionales, sobre todo los que construía Naguib Mahfuz. Por ejemplo, me quedé fascinada con su novela ‘Principio y fin’ acerca de un hombre que descubre que su hermana es una prostituta. Al final, ella no quiere que él la mate, porque teme por su futuro y decide suicidarse.
La prosa de Mahfuz era simple, no tenía un lenguaje florido, pero estaba muy centrado y todo sobre lo que escribía era muy interesante, puedes sentir la vida social, entender a la gente, pero no sólo de Egipto, sino a cualquier ser humano, sus luchas internas. Eso es lo que me atraía de estos escritores. Además, las mejores revistas de mujeres eran las de Egipto, te decían cómo cepillarte el pelo, cómo mostrarte, cómo comer… y te ofrecían respuestas a problemas comunes. Estaba fascinada.
A todo esto se añadían las películas. Comencé a ir al cine desde muy pequeña. Mi madre, antes de divorciarse de mi padre para irse con su amante, me llevaba al cine y le decía que nos íbamos al médico porque me dolía la pierna. Yo respondía que me encontraba bien, y ella me decía que me callara. Además, mi tía, que vivía con nosotros tenía un amante y me llevaba con ellos al cine. También lo hacía la vecina de abajo, que estaba enamorada de otro vecino que estaba casado. Tenía siete años cuando todas estas personas me llevaban continuamente al cine y me compraban con dinero y chocolate para que no les delatara. De modo que a esa edad no entendía casi nada de lo que veía en las películas, pero me encantaba, porque en el cine observaba una línea de polvo, procedente del proyector, y a continuación aparecían las imágenes en la pantalla. Y recuerdo que yo miraba de un lado a otro fascinada. También me gustaban mucho la música y la danza, cada aspecto cultural procedente de Egipto.
Quería dejar de vivir en la casa de mi padre, allí me sentía hipócrita viviendo una doble vida. Siempre lo veía llorando, temblando, rezando… Y yo quería otra forma de vida. Además tenía una madrastra horrible, muy desagradable. Cuando mi madre dejó a mi padre, éste se volvió a casar pero sólo para tener a alguien que nos cuidara, sin amor. Yo siempre estaba en casa de mis vecinos.

Silvia García Ponzoda y Hanan Al-Shaykh durante la presentación del documental ‘Palabra de mujer’ – © María Gilabert / Revista Casa Mediterráneo
¿Y su padre le permitió irse a estudiar a Egipto?
Sí, fue algo realmente asombroso. Y lo reflejé en mi última novela ‘Ocassional virgin’ (‘Virgen ocasional’), recordando cómo él representaba el lado bueno del Islam. Mi padre pensaba que los profetas solían tener una buena educación, eran inteligentes y capaces de expresar sus sentimientos. Sólo cuando fui haciéndome mayor me di cuenta de lo estupendo que era, nada fanático. En este libro hablo mucho sobre mi padre y el Islam.
¿Cree que Occidente tiene una imagen distorsionada del Islam, al que suele asociar con el fanatismo?
En todas las religiones existe el fanatismo. Pensando en mi padre, muestro otra imagen, otro punto de vista. Mi padre quería que tanto mi hermana como yo lleváramos velo. Nosotras nos lo poníamos al salir de casa y cuando bajábamos las escaleras nos lo quitábamos y lo guardábamos en el bolso. Una vez me vio por la calle sin el pañuelo, cuando tenía 14 años, y me dijo que me iba a castigar. Le respondí: Padre te he mentido todo el tiempo, nunca me lo he puesto, ni lo voy a hacer. Mátame si quieres. Entonces empezó a llorar y me dijo que como me amaba no quería verme en el infierno. Y yo le respondí: tú eres muy piadoso y religioso, vas ir al cielo, entonces no te preocupes porque no vas a verme en el infierno (risas). Empezó a reírse y me replicó que me quería mandar a la mejor universidad para que me hiciera abogada, porque sabía cómo pensar y expresarme.
¿Cómo era su vida en el Líbano antes de la guerra civil?
Volví de Egipto con la novela que escribí allí y la llevé a una editorial en el Líbano. Les gustó y me dijeron que tan solo tenía que pulirla un poco. Me preguntaron que dónde trabajaba y les respondí que estaba buscando trabajo. Cuando era muy joven escribía artículos breves sobre mis preocupaciones en la sección juvenil del periódico An Nahar, todos mis escritos eran contra las tradiciones. Quería imitar a autores franceses de la corriente existencialista como Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre o Françoise Sagan. Hablé con mi mentora, una poetisa que escribía en ese periódico y me ofrecieron un trabajo a los 19 años.
Les gustó mi estilo valiente. Hacía entrevistas totalmente inusuales. Pasé una noche entera junto a un pescador viendo cómo pescaba. Entrevisté al último verdugo del país, un empleado del gobierno que se encargaba de ejecutar a los condenados a la horca. También conseguí entrevistar, tras seis meses detrás de ella, a una princesa saudí que huyó con su secretario libanés. Esta entrevista se hizo muy popular en El Líbano. También trabajé en un programa de televisión.
Estaba especialmente interesada en contar historias de mujeres de mi país. Entre 1974 y 1975, antes de la guerra, entrevisté a 21 mujeres que hicieron algo extraordinario en el Líbano, como la primera jueza, la primera abogada, la primera doctora, la primera política… Estaba con ellas durante todo el día, incluso pasé la noche en casa de una de ellas. Mis entrevistas ocupaban cuatro páginas en el suplemento literario, se hicieron muy populares en el país porque te daban una idea sobre el Líbano.
Con 22 años me casé, me enamoré de un hombre cristiano, aunque yo era musulmana. En el Líbano no puedes casarte con alguien de otra religión, a no ser que te conviertas. Entonces, nos fuimos a Londres y nos casamos por lo civil. Fue el gran tema en El Líbano, recibí muchísimas cartas de felicitación, porque los libaneses estaban preparados para algo así. Mi padre nunca leía los periódicos y un día alguien le felicitó por mi boda con un gran hombre, de muy buena familia, y mi padre exclamó: ¡¡¡¡Qué!!!
No se lo había contado a nadie. Sólo se lo comuniqué a mi periódico, que se apresuró en publicar la noticia porque estaban muy contentos de que una mujer musulmana se casara con un cristiano griego ortodoxo y querían sensibilizar a la gente para que cambiara su mentalidad. Cuando volví al Líbano recibí muchas felicitaciones, sobre todo de asociaciones de mujeres. Y fui a visitar a mi padre junto a mi marido, a quien le dijo: Eres cruel pero me gustas porque mi hija te quiere y debes ser un buen hombre (risas). Luego tuve dos hijos. Mi vida fue increíble, tenía muy buena posición, trabajaba el periódico, en una revista y un programa de televisión, estaba escribiendo mi segunda novela ‘La mantis religiosa’. Entonces la guerra estalló y mi vida cambió.
Cuando se estableció en Londres a causa de la guerra, ¿cómo influyeron en sus escritos la soledad y la sensación de sentirse extranjera?
Esos sentimientos influyeron sobre todo en ‘La historia de Zahra’. Quería expresar toda mi ira, escribir una novela sobre la guerra. Los libaneses que estaban en el país durante la contienda no podían escribir un libro sobre la guerra, porque estaban en medio de ella. Yo veía la guerra desde fuera, mi visión era más real, porque ellos estaban obsesionados con esconderse de los francotiradores, con lo que iban a comer,… estaban preocupados por los asuntos inmediatos del conflicto. Como escritora, necesito alejarme de los acontecimientos, cuando estoy inmersa en ellos no me siento preparada para escribir, preciso cierta distancia. Mi libro fue la primera novela sobre la guerra que fue publicada en el Líbano.
Este libro obtuvo un enorme éxito en el Líbano, pero fue prohibido en muchos países árabes. ¿Por qué?
Por su contenido sexual y porque pensaron que no retrataba nada bueno, como la familia tradicional, y malinterpretaron los sentimientos del tío de la protagonista, Zahra, considerando que trataba el incesto. Fue demasiado para ellos. Y muchos países no quisieron distribuirlo. Pero los escritores egipcios y los medios de comunicación libaneses escribieron estupendas críticas. No me lo podía creer. Además, inmediatamente fue traducido al francés, ganó varios premios…
Cuando se inauguró el Institut du Monde Arabe (Instituto del Mundo Árabe) en París quisieron traducir al francés a destacados autores árabes, como Naguib Mahfuz, y la persona encargada de la selección de las mejores novelas eligió ‘La historia de Zahra’. Pero como el instituto contaba con las aportaciones económicas de todos los países del mundo árabe, Arabia Saudí, Qatar…, algunos dijeron que no estaban de acuerdo con traducir un libro que no les gustaba y que además habían prohibido. Se produjo una gran fricción, pero los franceses, los libaneses, los sirios, los argelinos y muchos países árabes tomaron posición por mi libro, dijeron que era moderno y tenían que publicarlo junto a las obras de otros importantes escritores. Finalmente, lo publicaron, ganó premios, y el Institut du Monde Arabe quedó muy satisfecho al mostrar una imagen moderna y abierta.

‘The occasional virgin’, última novela de Hanan Al-Shaykh
En Occidente existen muchos estereotipos sobre el mundo árabe, especialmente sobre el rol de la mujer. ¿Sus libros tratan de ofrecer una visión más acorde a la realidad?
Sí, escribo sobre situaciones reales que viven las mujeres. Siempre escribo en árabe y mis libros se publican en el mundo árabe. Por ejemplo, en Yemen, la ley permite que un hombre se case con una niña de 12 años, sin mantener relaciones sexuales hasta que ella tenga el periodo. Hubo un caso que obtuvo mucho eco en los medios de comunicación de todo el mundo.
Hace cinco o seis años, una niña yemení de 12 años fue obligada a casarse con un hombre mayor. Pese a que su suegra dormía entre ambos, su marido intentó forzarla a mantener relaciones. Un día, la pequeña se hizo con dinero, se subió a un taxi y se fue a la Corte. Allí, entre lágrimas, dijo que quería hablar con un juez. Una abogada que la vio le preguntó por qué lloraba y la niña le contó su historia. La letrada se hizo cargo de su caso y éste alcanzó una repercusión internacional de tan magnitud que los yemeníes se comprometieron a cambiar la ley. No lo han hecho, sólo la niña consiguió librarse de su matrimonio.
Todos mis trabajos los escribo en árabe, aunque también podría hacerlo en inglés, tal como me pide mi editor. Pero no lo hago. Si pierdo mi lengua, lo pierdo todo.