Inocencio Arias Llamas, polifacético diplomático con importantes cargos internacionales, entre ellos en la ONU, director general del Real Madrid entre 1993 y 1995, colaborador habitual en prensa, radio y televisión, con su eterna pajarita, mediático y franco, estuvo el pasado 17 de mayo en Casa Mediterráneo para participar en el Ciclo “Escritores y Mediterráneo” donde dio a conocer algunas de sus interesantísimas experiencias profesionales y personales. La charla, moderada por Marina Vicente, estuvo plagada de anécdotas, que cautivaron a un público absolutamente entregado.
Arias ha ocupado relevantes puestos, con destinos diplomáticos en Bolivia, Argelia o Portugal, como Secretario de Estado de Cooperación, Subsecretario de Asuntos Exteriores, representante permanente de España ante Naciones Unidas durante siete años (1997-2004), Presidente de la Asociación de Embajadores ante la ONU, Presidente del Comité Mundial contra el Terrorismo y portavoz del Ministerio de Exteriores bajo tres gobiernos diferentes (UCD, PSOE y PP).
Uno de sus momentos más duros, que casi le hizo perder la salud, fue durante su papel como representante de España en el Consejo de Seguridad de la ONU durante la Guerra de Irak, en 2003, en la que España apoyó a EE.UU. Además, es autor de diversos libros: “Confesiones de un diplomático” (2006), junto a Eva Celada “La trastienda de la diplomacia: De Eva Perón a Barack Obama, 25 encuentros que cambiaron nuestra historia” (2010), “Los presidentes y la democracia: Me acosté con Suárez y me levanté con Zapatero” (2012) y “Yo siempre creí que los diplomáticos eran unos mamones” (2016), entre otros.
Inocencio Arias, antes de su charla, en el hotel y por la calle de camino a Casa Mediterráneo, concedió una entrevista a la Revista Casa Mediterráneo haciendo gala sencillez, inteligencia y enormes dosis de humor.
No me puedo resistir a preguntarle por el título de su libro de memorias: “Yo siempre creí que los diplomáticos eran unos mamones” (Plaza y Janés), que ya va por su cuarta edición.

Inocencio Arias en el Hotel AC Marriot de Alicante – Foto: María Gilabert / Revista Casa Mediterráneo
A mí me parecía excesivamente petulante poner como título ‘Memorias de Inocencio Arias’, no soy lo suficientemente importante o famoso para eso y, sin faltar a la verdad, es una frase en la que yo creía y ya no creo, además de llamativa, para llamar la atención sobre el libro.
¿Por qué creía antes en esa frase y ahora ya no?
Porque cuando yo estudiaba en Orihuela, en el Colegio Santo Domingo y luego en la Universidad de Murcia, sólo conocía a los diplomáticos por el cine y tenía la imagen de que eran unos tipos pedantes, afectados y envarados. Y al terminar la carrera seguía pensando eso. Sin embargo, dos o tres años más tarde, en Madrid fui a un colegio mayor con un amigo mío, conocí a media docena de diplomáticos y me parecieron todo lo contrario, gente simpática, culta y que se dedicaba a algo que era muy bonito: viajar defendiendo a España. Algo que para mí resultaba muy atractivo.
¿Cómo se decidió a dar el salto a la diplomacia?
Iba para notario, pero me pareció que era más apasionante estar en Turquía defendiendo los intereses españoles o en Costa Rica, que haciendo escrituras en un pueblo pequeño. Preferí estar en lugares como Teherán o Guatemala.
Y además supongo que vivir en primera persona acontecimientos relevantes para el mundo y para España…
Y más si te gustan las cuestiones internacionales, como a mí. Desde pequeño, cuando tenía lugar la Guerra de Corea, leía el desarrollo de la contienda, aunque no lo entendiera todo, antes que sobre fútbol, y eso que me éste me gusta mucho. Luego me di cuenta de que sí podía ser para mí.
¿Cómo fue su paso por el Colegio Santo Domingo de Orihuela?
Estuve interno. Yo nací en Almería y en ese momento vivía en Huéscar, un pueblo de Granada. Mi tío había estudiado en Santo Domingo y mi padre dijo que yo tenía que estudiar allí; murió tres meses antes de que yo fuera. Pero mi madre tuvo la fuerza de voluntad suficiente para mandarme, a pesar de que yo era muy pequeño, tenía sólo 9 años, y de que se había quedado viuda. Guardo un buen recuerdo del internado. Por supuesto, con 15 años había momentos en los que me apetecía estar en la calle, pero los jesuitas eran buenos educadores y las disciplinas eran asequibles.
El colegio sigue teniendo buena fama y por allí han pasado personajes tan relevantes como Miguel Hernández.
Vivía justo al lado. En aquella época los curas no lo mencionaban, sólo uno que era más literato. Ahora yo, que estoy dando recitales de poesía por diferentes ciudades españolas, junto a una poetisa granadina, siempre leo uno de Miguel Hernández: “Fuera menos penado si no fuera”. Es decir, si todo esto no fuera así, para mí sería más agradable, porque cuando quiero tocarte, tu piel es un cardo. Lo que está diciendo es que con ella, la que fue su mujer (Josefina Manresa) por las convenciones sociales de la época, no podía sobrepasarse lo más mínimo, lo que le causaba gran frustración física.

Inocencio Arias durante su charla en Casa Mediterráneo junto a Marina Vicente – Foto: María Gilabert / Revista Casa Mediterráneo
Háblenos de sus polémicas declaraciones en agosto de 2003, bajo el Gobierno de Aznar, cuando se estaba dirimiendo la intervención en Irak y usted afirmó: “Si las armas de destrucción masiva no apareciesen, todo se pondría en tela de juicio”.
Es falso que España entrara en la guerra, nunca entró, sino que la apoyó; otra mentira es que la ONU prohibió la intervención, cuando no se pronunció al respecto; y la tercera falacia es que Aznar, Blair y Bush se habían inventado las armas de destrucción masiva, eso es una memez absoluta, las armas existían y Sadam las había utilizado en dos ocasiones, contra los iraníes y contra los kurdos iraquíes.
Lo que ocurre es que Sadam Husein, en ese momento, las había destruido pero no lo demostraba claramente porque quería asustar a los iraníes y a su población.
Entonces, ¿el Presidente iraquí deliberadamente no quiso demostrar que había destruido las armas de destrucción masiva?
Él jugó con el equívoco todo el rato. Enseñaba dos fabriquitas, pero no mostraba otras… Mis palabras molestaron porque yo dije una cosa que sería una gran verdad, pero era algo que le hacía daño al gobierno para el que yo trabajaba. Era embajador de la ONU para el Gobierno de Aznar y esa frase ya empezaba a cuestionar que el Ejecutivo hubiese hecho bien. La pronuncié en incondicional, para no pillarme los dedos. Yo me adelanté a una cosa que iba a ser absoluta verdad en cuatro o cinco meses. Pero cuando lo dije yo intuía que si los americanos llevaban ya tres meses en Irak y no habían descubierto las armas, pues estábamos equivocados. Todos creíamos que existían, todos los embajadores de la ONU, pero no existían. Entonces, al cuestionarlo yo, le estaba haciendo el juego a la oposición española.
Todo esto, ¿qué consecuencias tuvo para usted?
La primera fue que me quitaron las vacaciones. Fue al día siguiente de llegar a España por vacaciones y tuve que volverme a Nueva York. Aunque mis palabras favorecieron a la oposición, en realidad yo había defendido todo el rato la intervención. Entonces, cuando llegó el Gobierno de Zapatero me pasó factura y me cesó al día siguiente, sin esperar más.
Cambiando de tercio, hablemos de su gran afición al fútbol: Háganos una pincelada sobre el libro que escribió “Los tres mitos del Real Madrid”.
Este libro trataba sobre la vida, contada por ellos mismos, de Di Stéfano, el mejor jugador mundial del siglo XX; Butragueño, un mito de los 80; y Raúl, un mito de los 90 y de principios del siglo XXI. Tuve una conversación con cada uno de ellos, durante una semana, y mi obsesión desde joven era hablar con Di Stéfano, que fue quien me convirtió al Real Madrid, en Alicante.
Yo me caí del caballo, como San Pablo, me postré de rodillas y dije: “Sólo quiero creer en esta religión blanca”. Esto sucedió en Alicante, durante un partido en el año 63 ó 64, de Copa del Generalísimo -como se denominada entonces la Copa del Rey- entre el Hércules de Alicante y el Real Madrid. Yo vine, no a aplaudir al Madrid, como Goliat era el Hércules y Sanson el Madrid, acaso acudí a silbarle a éste. Pero jugaron tan bien, fue tan deslumbrante… que me ocurrió lo que a San Pablo.
¿Una conversión?
Me caí del caballo y entonces me convertí a la causa blanca, aquí, aquí en Alicante, en el Campo de la Viña.
¿Como fue su etapa al frente de la dirección general del Real Madrid?
Agridulce. Era muy interesante tratar a los jugadores y, más aún, trabajar en una institución que es una fábrica de sueños para millones de personas en el mundo, jóvenes y no tan jóvenes… Pero al mismo tiempo era muy decepcionante el trato con los que mandaban, porque eran muy informales, no eran tan mentirosos como Trump, pero casi. Si trabajas con gente informal, que miente y que además no cumple la palabra -lo subrayo- esto es incómodo.
Está teniendo una jubilación muy activa por lo que veo… Escribiendo un blog dentro del Diario El Mundo hasta hace unos pocos años, colaborando en otros medios, es el presidente del Club Siglo XXI…
Demasiado activa (risas).