Revista Casa Mediterráneo

María Belmonte, autora de ‘Peregrinos de la belleza’: “El espíritu del Mediterráneo sigue vivo”

en marzo 13, 2020

Los amantes del mundo clásico, de su inconmensurable legado artístico, filosófico o literario y de la grandeza del Mediterráneo tienen ante sí un libro imprescindible: ‘Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia’, el deslumbrante debut literario de María Belmonte, publicado por Acantilado en 2015, que ya va por su sexta edición.

Se trata de un libro que aúna literatura de viajes, ensayo y biografías, en el que su autora, traductora de profesión, ha volcado toda su pasión, numerosas lecturas y viajes a rincones emblemáticos de Italia y Grecia para ofrecernos, a través de las vidas de siete fascinantes personajes, una visión inédita del Mediterráneo como fuente de saber y cultura. Todo ello, con una prosa ágil y brillante en un relato plagado de anécdotas, que además de ilustrar al lector lo harán disfrutar.

Tras este libro, que obtuvo una clamorosa acogida de crítica y público, la autora escribió ‘Los senderos del mar. Un viaje a pie’ (Acantilado, 2017), una travesía por la costa vasca acompañada de personajes como Aristóteles, Goethe, Víctor Hugo o Jane Austen. Y ahora se encuentra inmersa en su tercera obra, que dirige de nuevo la mirada a Grecia.

María Belmonte participó el pasado 10 de marzo en el ciclo ‘Escritores y el Mediterráneo’ que organiza la institución diplomática, donde compartió con los asistentes las sólidas razones de su amor por un espacio que trasciende lo geográfico.

¿Cómo surgió la idea de este libro?

Este libro se estuvo gestando veinte años. Desde pequeñita, siempre sentí una enorme fascinación por el Mediterráneo, por una enciclopedia que me regalaron mis padres. Uno de los tomos era ‘Mitología griega’ y entré en aquel mundo. Luego, de adolescente, mi madre me llevó a París de viaje y fuimos a un evento en el que había un poeta griego. Escuché a ese poeta recitar sus poemas, no entendía nada, pero me dije que tenía que aprender ese idioma. De estudiante, ya empecé a viajar a Grecia, luego a Italia y desarrollé una fascinación por el Mediterráneo, que es esa idea, digamos, poética, porque no estamos hablando del Mediterráneo como un lugar físico.

Después, estuve viviendo muchos años en una isla del Mediterráneo, Menorca. Soy traductora de profesión y allí me dediqué a leer mucho acerca de personajes que fueran sintiendo esa fascinación por el Mediterráneo. Así fui dando poco a poco con ellos. Empecé a escribir libretas y libretas, donde tengo muchísimos más personajes que éstos, unos veinte o treinta -aquí hay nueve-. Y cuando llegó la crisis económica en 2008, me quedé casi sin trabajo como traductora y alguien muy cercano me dijo: “Ahora tienes la oportunidad de hacer lo que querías, que es escribir”.

Y con un miedo y una inseguridad terribles empecé poco a poco. Así surgió el libro y tuve la inmensa suerte de presentarlo en Acantilado, que también era mi sueño; ésa era la editorial que yo quería y al cabo de 15 días me contestó Jaume Vallcorba [su fundador y entonces director], me citó en un su despacho y me comunicó que me lo publicaba. Además me dijo una cosa muy bonita: “María, son nueve personajes, pero tú eres otro más del libro”. Y ahí empezó la andadura de esta obra, que no hace más que darme satisfacciones y me está llevando a muchos sitios con mis peregrinos queridos.

¿Tal como reza su título, los personajes de su libro tienen en común esa búsqueda de la belleza en el Mediterráneo?

En general son todos artistas luego, por supuesto, los artistas buscan la belleza. Practican diferentes artes; hay fotógrafos, escritores, pintores, un médico, que a su manera también es un artista. Todos son nórdicos y venían precisamente al Mediterráneo buscando ese paraíso perdido, porque el Norte de Europa se estaba industrializando, las ciudades eran populosas, contaminadas y las personas que llegaban de Italia sobre todo contaban que en el Sur la gente llevaba vidas muy sencillas, vivía al aire libre, paseaba, practicaba il dolce far niente. Entonces, cada vez empezaron a bajar más artistas al Mediterráneo. Roma fue un centro durante muchísimo tiempo, donde sobre todo acudían pintores de toda Europa. La belleza del Mediterráneo era el imán que les atraía e inspiraba sus obras.

En el libro recoge que a finales del siglo XVIII los hijos de los aristócratas convirtieron en tradición viajar al Sur para realizar lo que vino a denominarse el Grand Tour. ¿Qué buscaban en esa experiencia mediterránea? 

Nadie podía considerar que había completado su educación si no había hecho un viaje a los lugares propios de la cultura clásica y sobre todo viajaban a Italia porque Grecia hasta mediados del siglo XIX formaba parte del Imperio Otomano; entonces era un país sin infraestructuras para viajeros, mucho más peligroso y se consideraba que llegar hasta allí estaba reservado para los más aventureros. Por esta razón, se quedaban sobre todo en Italia y empezaron a establecerse colonias en Florencia, en San Remo… e incluso cementerios para ellos, porque cada vez eran más abundantes.

Querían ver con sus propios ojos todas estas maravillas. Y el iniciador de todo esto fue mi primer personaje: Johann Winckelmann, que escribió la primera historia del arte de Occidente, poniendo como paradigma de la belleza el arte clásico de la Grecia del siglo V con esa frase de “noble simplicidad y serena grandeza”. Digamos que esa frase se marcó a fuego en las conciencias de Occidente, de modo que los viajeros venían a visitar los “santos” lugares del clasicismo.

Destáquenos algún personaje de los que recoge en el libro que sea especialmente significativo para usted.

Bueno, estoy enamorada de todos, porque para escribir sobre cada uno me iba metiendo en sus vidas, lo leía todo y luego viajaba a donde ellos habían vivido. Entonces, llegaba a conocerlos muy bien. Y cuando estaba con uno, estaba enamorada de ése. Luego pasaba a otro y se me pasaba un poquito.

No obstante, en conjunto, quizás si tuviera que llevarme a uno a una isla desierta, sería Patrick Leigh Fermor, porque lo que hablaba antes con Marina [Vicente, moderadora de su presentación en Casa Mediterráneo] es que era un hombre seductor, guapo, aventurero, que cantaba bien, al que lo mismo le gustaban las marquesas que las gitanas, lo mismo era feliz en los palacios que durmiendo en los pajares. Es el único personaje al que además he visto físicamente en Grecia, en algunas ocasiones. Y nunca me atreví a abordarle para no molestarle, soy discreta.

Pero sé que estuvo a punto de conocerlo.

Sí, tuve la ocasión de conocerle e ir a su casa y justo ese día me avisaron de que había que anular la cita porque se había puesto muy enfermo. ¿Cómo sabes eso?

Lo dijo en la presentación del libro que hizo hace unos años en una librería de Barcelona.

Sí que me dio pena no haberle estrechado la mano, para qué voy a mentir, pero bueno están sus libros y su espíritu. Luego, realicé un viaje a pie que él hizo y estaba conmigo en cierto modo.

La crisis de la deuda soberana que sufrió Grecia en 2009 trajo consigo una campaña de desprestigio por parte de ciertos países del norte de Europa que hirió profundamente el orgullo nacional. ¿Somos conscientes hoy en día del legado de los antiguos griegos a la civilización occidental?

Es una pregunta muy difícil porque yo tengo amigos griegos y no se identifican con los filósofos, ni con las estatuas. Ellos son griegos de ahora. Es como si a nosotros nos hablan del Siglo de Oro o de los conquistadores. Para ellos forma parte, por supuesto de su herencia, pero también de la nuestra, de toda Europa. No obstante, en Grecia hay una dicotomía: el alma griega está dividida entre la antigua Grecia y la esencia bizantina. Muchos de ellos, de hecho, se consideran bizantinos, romí, que significa romanos.

Por ejemplo, la biografía de Melína Merkoúri, la famosa actriz que fue ministra de Cultura, se titula en griego Eímai romiá, “Soy bizantina”; no dice Eímai Ellinída, que supondría apelar a la antigua Grecia. Ahí hay una dicotomía maravillosa. Al principio, yo acudí a Grecia en busca de aquel mundo antiguo clásico, pero luego con el tiempo he descubierto la otra y me he enamorado también. El libro que estoy escribiendo ahora precisamente es sobre esa otra Grecia mucho más oscura, pero también fascinante y maravillosa. Y las quiero a las dos.

No obstante, es injusto lo que mencionas. La historia de Grecia en el siglo XX es de las más dramáticas de Europa, complicadísima, desgarradora, con una guerra civil sanguinaria… y luego cayó en un sistema político de clientelismo, en el que dos familias políticas se iban repartiendo el poder, con lo cual la corrupción llegó a tales niveles que la situación tenía que estallar de alguna manera. Grecia ha sacado muchos boletos para caer en ese estado, pero como siempre han palmado los pobres, los que menos tienen, eso es lo más terrible. Y desde Bruselas han sido muy crueles también con ellos. Pero, afortunadamente, están saliendo.

Usted recomienda leer ‘El coloso de Marusi’, escrito por Henry Miller, a todo aquel que se proponga viajar a Grecia. ¿Por qué?

Creo que es de los libros más bonitos que se han escrito sobre Grecia. ¿Por qué? Porque Henry Miller llegó de París totalmente en la indigencia, sin dinero en los bolsillos, sin saber nada de Grecia, todo era nuevo para él, con lo cual es maravillosa su mirada. Era un americano que no había recibido mucha educación clásica. Y la visión que da de Grecia es absolutamente increíble y fascinante. El libro de Henry Miller es como un viaje iniciático. Llega en una ola de calor a Atenas, de noche va a un parque que está al lado de la Plaza Síntagma y allí ya ve cómo la gente pasea tranquila y hay muchos niños, mientras que en París él decía que no los había.

Además, en Grecia es muy bonita la costumbre de que pidas lo que pidas te ofrecen un vaso de agua fresca. A él le encantaba esa tradición. De hecho, la primera palabra que aprende es neró, “agua”. Esa primera noche empieza ya a enamorarse. Y luego de allí coge un barco y viaja a Corfú, donde le está esperando su amigo Lawrence Darrell. Corfú en aquella época, finales de los años 30, era el paraíso. Era una isla verde, había pobreza, pero podías vivir por nada y todo el mundo comía pescado fresco.

De allí vuelve a Atenas y tiene la gran suerte de conocer a todas las personalidades literarias del momento, a los mejores poetas, dos de los cuales luego fueron premios Nobel. Y ellos le enseñaron Atenas. ¡Imagínate, qué otra etapa en tu viaje! Esos escritores le admiraban muchísimo porque había publicado y se había hecho muy famoso con ‘Trópico de Cáncer’, hablaban de literatura, le enseñan la luz del Ática… Y luego él, por primera vez en su vida, coge un avión y se va a Creta, donde quería conocer el Palacio de Cnosos. Es un viaje iniciático, con el que vas participando de ese enamoramiento y ese entusiasmo que le suscita un país, que además le gusta porque es pobre, pero donde la gente sonríe, es amable. Me parece un libro precioso, por eso lo recomiendo, simplemente.

Marina Vicente junto a María Belmonte – © María Gilabert / Revista Casa Mediterráneo

En su libro destaca un pasaje de la novela de E.M. Foster ‘Una habitación con vistas’, cuando su protagonista llega a Florencia procedente de una rígida sociedad victoriana y su visión del mundo cambia al toparse con la belleza y la sensualidad del país y sus gentes.

Sí, sobre todo la sensualidad. Lucy llega allí con la guía Baedeker para ver los lugares que ésta le indica. Y expresa así lo que descubre: “En ese momento decidí dejar de aprender y dedicarme a ser feliz, nada más”. Es decir, dedicarse a vivir, dejar la guía Baedeker y ver qué le ofrece Italia, que es un gran amor, George.

Lawrence Darrell que, como antes ha dicho, mantuvo una estrecha amistad con Henry Miller, vivió en Corfú a la que le dedicó su libro ‘La celda de próspero: una guía del paisaje y las costumbres de la isla de Corfú’. ¿Qué importancia tiene Darrell para usted?

Lawrence Darrell ha sido un gran divulgador del Mediterráneo. Primero, por sus libros sobre las islas, que son bellísimos, aunque él los consideraba “libros alimenticios” para pagar el dentista de la niña. Le daban dinerito, pero no le llevaban mucho tiempo, y son una belleza. Luego escribió su obra maestra, ‘El cuarteto de Alejandría’, que también es Mediterráneo. Para mí Lawrence Darrell, al que yo llamo “tío Larry”, tiene una importancia inmensa a nivel personal porque fue uno de los que más me contagió su pasión por el Mediterráneo y por Grecia. Fui a Corfú y lo recorrí bajo su embrujo, también el de su hermano Gerald, que escribió ese libro maravilloso, ‘Mi familia y otros animales’.

Si un día me encuentro baja de forma, abro cualquiera de sus libros de las islas y enseguida me oxigeno y me lleno de poesía. Era un gran poeta además y siento un gran amor por él. Hay biografías que le ponen como un personaje con muchos claroscuros pero, bueno, creo que todos los tenemos.

A lo largo de estos viajes, recorriendo los lugares donde han vivido estos personajes, ¿qué sensaciones ha experimentado? ¿Ha tenido alguna decepción?

En general, el único momento que recuerdo en el que estuve llorando incluso, porque era tal la decepción que sentí, fue en Taormina [Sicilia], cuando fui buscando la casa en la que vivió D. H. Lawrence, el autor de ‘El amante de Lady Chatterley’ y de libros muy bonitos sobre el Mediterráneo. Hablaba de su villa, que se llamaba Fontana Vecchia, donde él describía que había un bosquecillo de naranjos y limoneros que llegaba hasta el mar, una fuente romana en la entrada… Había descrito esa villa de tal manera que para mí era un lugar mágico. Y cuando llegué, ya de lejos empecé a sospechar. La villa formaba parte de un barrio construido por la mafia. Dentro del jardín donde vivió D. H. Lawrence, donde hay una placa que lo recuerda, habían metido en cuña otra casa. Era todo tan horroroso que me dio una llorera terrible.

Del mismo modo, Corfú ya no era el Corfú de Lawrence Darrell. Él volvió en 1964 y exclamó: “¡Dios mío!”. Se sintió culpable, porque él y su hermano habían sido los impulsores de que la gente visitara masivamente la isla. Y ahora que hay una serie de televisión, ‘Los Darrell’… vuelta a Corfú. No obstante, sigue siendo precioso, si te sabes perder un poco, como en Capri.

Mi libro habla de un mundo que ya no existe, un Mediterráneo que dejó de existir en los años 60, cuando empezó el turismo masivo. Pero cuando me preguntan si sigo yendo al Mediterráneo, siempre respondo que sí, sobre todo a Grecia y a Italia. Si eliges la época y los lugares todavía, para mí, el espíritu del Mediterráneo sigue vivo.

Esos lugares especiales que señala quizás no atraigan a tanta gente.

Bueno, Atenas está petada. Pero si vas a ciertas horas, a una determinada colina, todavía puedes ver esa luz del Ática que tanto emocionó a Henry Miller. Es más difícil, pero sigue existiendo. Para mí, el espíritu del lugar, el espíritu del Mediterráneo sigue vivo. Igual soy muy romántica o lo necesito para vivir, pero creo que todavía se puede encontrar.

Un lugar puede ser muy bello, pero sin conocer la historia que encierra no se puede apreciar del todo su valor.

Tienes que saber detectar los fantasmas, la antigüedad, porque están allí. Y cuanto más los visitas, vas desarrollando una especie de antenas y teniendo una sensaciones increíbles. Recuerdo haber estado en Delfos en Navidad, nevando, yo sola sentada en la Palestra, donde competían los atletas y todavía quedan las gradas antiguas. Nevando, con el Monte Parnaso detrás, los buitres, sin nadie, me senté allí y tuve una sensación de haber vuelto, de estar rodeada de gente bullendo y animando a los atletas. Afortunadamente, tengo la facilidad de procurarme muchas vivencias de ese tipo.

Intento estar sola para concentrar toda la energía, porque si vas con gente siempre hay estímulos. He viajado también acompañada y me encanta pero, sobre todo, si estoy escribiendo un libro prefiero ir sola y estar perceptiva a los fantasmas. Por eso, quizás, obtengo vivencias más especiales.

Más información, en la web de la Editorial Acantilado
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mariagialma@gmail.comMaría Belmonte, autora de ‘Peregrinos de la belleza’: “El espíritu del Mediterráneo sigue vivo”