Miguel Valls: “Las ‘verdades’ cuanto más grandes son, menos caben en las palabras”
en agosto 26, 2020
Una profunda incursión en las tradiciones de los pueblos que han habitado el Mediterráneo a lo largo de los siglos, cuyo saber conforma un legado de incalculable valor que llega a nuestros días, es lo que los telespectadores encontrarán en la magnífica serie documental El viaje a la tradición mediterránea escrita y dirigida por Miguel Valls. A lo largo de ocho documentales, Valls saca a la luz la unidad esencial del pensamiento mediterráneo, marcado por la religión y la espiritualidad en un deseo permanente de conocimiento y trascendencia del ser humano.
Abraham, Oriente y Occidente, Judaísmo, Cábala, Cristianismo, el Islam, Sufismo e Ibn ‘Arabi, ocho capítulos, ocho claves imprescindibles para adentrarse en la espiritualidad del mundo mediterráneo forjada durante décadas y décadas de historia. Seis años de trabajo, 150.000 kilómetros, 15 países, 50 entrevistas a maestros y expertos de todo el litoral dan como resultado una serie de formidable calidad y profundidad. Un trabajo que se ha trasladado a un libro de 500 páginas que incluye los textos íntegros de la serie, un relato de esa búsqueda necesaria y apasionante que une a todo ser humano, en el que los lectores podrán ahondar gracias a la permanencia de los textos, complementando el rasgo efímero del audiovisual.
Casa Mediterráneo tiene previsto proyectar todos los episodios de la serie, siguiendo el mismo orden de su emisión en La 2 de RTVE: Ibn Arabi. El esplendor de al-Andalus; Abraham. Las religiones del libro; Oriente y Occidente. La cara en el espejo; Judaísmo. El pacto de Yaveh; Cristianismo. Jesús según San Pablo; El Islam. Sólo Dios es Dios; Cábala. El lenguaje secreto de Dios; Sufismo. El corazón del Islam. Las proyecciones comenzarán con la emisión del primer capítulo sobre Ibn Arabi y la presentación de la serie a cargo de su director, Miguel Valls, el próximo miércoles 2 de septiembre a las 19:00 horas en la web de Casa Mediterráneo.
Miguel Valls (Madrid, 1957) es Licenciado en Ciencias de la Información (Radio, Cine y TV). Ha trabajado en las corresponsalías de Visnews, NBC y ZDF; como Productor y Director Creativo en varias de las mayores agencias de publicidad; y como Consultor de Comunicación en Oriente Próximo. Ha escrito numerosos artículos y dictado conferencias sobre Conocimiento Tradicional en ateneos y universidades de Murcia, Barcelona y Madrid. Ha escrito y dirigido la serie documental de televisión “El Viaje a la Tradición Mediterránea”. Su siguiente producción es un nuevo documental sobre Omar Jayyam, el científico y “pensador” persa del siglo X, grabado casi íntegramente en Irán, aún sin estrenar. Y está terminando otro, “El Valle de los Sabios”, sobre los talentos del valle de Ricote (Murcia), último reducto morisco de España: Al Ricuti, Ibn Sabaín y El Mursi Abul Abbás, “santo patrón” de Alejandría.
Entrevistamos a Miguel Valls para conocer las motivaciones que le llevaron a realizar la serie documental que ahora nos ocupa y las enseñanzas obtenidas en este viaje al corazón mismo del Mediterráneo.
Miguel Valls en la Kashba de Ait Benhadou en el Valle del Draa, Marruecos
El viaje a la tradición mediterránea es el fruto de seis años de trabajo, 150.000 kilómetros, 50 entrevistas a maestros y expertos de todo el litoral mediterráneo… ¿Cuál es el germen de este proyecto convertido en serie documental?
Cuando tenía diez años pasé unos días en el hospital para una cirugía sencilla. Y mi padre me regaló, para entretener la estancia, los “Cuentos de la Alhambra”, de Washington Irving. Aquella lectura me marcó, no sólo por la belleza de los textos y la sutileza de la expresión andalusí, sino por el descubrimiento de una realidad tan diferente y tan cercana a la vez. Luego, ya adolescente, mi dentista me informó de que la pigmentación de mis encías podría indicar ascendencia judía. Y encontré que, en efecto, mi apellido familiar era uno de los que tomaron aquellos judíos conversos de Baleares, aunque ya existía antes y no suponía prueba concluyente. Creo que esa condición mestiza, tanto genética como cultural, me predispuso a percibir a esos pueblos no como algo ajeno, sino como parte de mí mismo. Para rematar el asunto, supe que en el último Auto de Fe de la Inquisición, celebrado en Mallorca casi en 1700, ejecutaron a cien desdichados acusados de seguir practicando el judaísmo en secreto, los más pobres, sin recursos para marcharse ni donde ir tras los edictos de expulsión. Para mi pasmo, su líder, el rabino de la comunidad de criptojudíos, se llamaba justamente Miguel Valls. Cómo no iba a identificarme con ellos.
Desde 2004, por motivos profesionales, pasé largas temporadas en Gaziantep (Turquía), muy cerca del Eúfrates y de la frontera siria. Allí tuve oportunidad de hacer excelentes amigos que conservo, de conocer su cultura y, sobre todo, cómo viven su tradición y su espiritualidad, por completo diferentes a los estereotipos que manejamos aquí. Y me sentí avergonzado de la arrogancia con que menospreciamos a medio mundo –como si la idea occidental de progreso fuera el único rasero posible–, y resuelto a poner algún remedio, aunque sólo fuese mi mero testimonio.
Pero un fin de semana, varios compañeros fuimos de excursión a Sanliurfa, cerca de Gaziantep, justo cruzando el Eufrates, en Mesopotamia propiamente dicha. Para mi sorpresa resultó ser la ciudad natal de Abraham, el Ur de Caldea, la primera ciudad del mundo, que yo suponía mil kilómetros río abajo, en Irak. A media hora al norte, nos esperaba el yacimiento de Göbekli Tepe, la construcción religiosa más antigua que existe, construida por nómadas –¡nómadas que sabían construir!– hace unos 10 ó 12 mil años. En el trayecto, un rebaño de ovejas cruzaba la carretera y aprovechamos la parada para estirar las piernas. La lluvia de la víspera había barnizado los campos. Al volver al coche, mi amigo nos advirtió: “¡Ni se os ocurra entrar con esos zapatos tan sucios!”. En efecto, Mesopotamia es un inmenso valle de aluvión, 360 grados de tierra sembrada de cereales. La agricultura nació aquí y, con ella, los asentamientos humanos y la ciudad. Y mientras me limpiaba el barro de las botas, de pronto comprendí: Aquí todo es barro, barro que alimenta el trigo, barro que hace crecer el pasto para los rebaños, barro con que hacer chozas, hornos, cántaros, vajillas… ¿De qué sino de barro podría haber hecho Dios a Adán? ¿De piedra donde no hay, de madera donde no existen bosques, de hielo…? Y de repente, todas aquellas fábulas de los textos tradicionales, del Antiguo Testamento, hasta entonces apenas cuentos de pastores remotos, se hicieron reales, actuales, me hablaban a mí. Allí nació mi propia tradición, la de mi estirpe, la de mi auténtica familia, la de mi raza sea cual fuere. Mi tradición de barro. Fue como regresar a lo que un día fue mi casa. Cómo resistirse a compartir semejante hallazgo.
En una entrevista que le hicieron con motivo de la presentación de la serie, usted hizo alusión a un pensamiento sufí que dice: “Sin los símbolos, toda frase sería una herejía”. ¿Qué importancia tienen los símbolos en las antiguas culturas mediterráneas?
La capacidad humana de pensamiento simbólico es un tema central, universal, sin tiempo ni lugar, y apasionante. Y muy difícil de sintetizar. Los griegos ya enunciaron las dos formas de conocimiento: primero el mito y, mucho después, la razón. Sabiduría e Inteligencia, las formas de conocimiento “femenina” y “masculina” que todos, sin distinción de sexo, poseemos en potencia y que también enuncia la cábala y tantas otras vías en todas partes. La llamada sabiduría popular, los cuentos tradicionales o infantiles, el refranero… se expresa en el mismo lenguaje de los sueños, el más próximo al centro mismo de nuestra psique, la capa más arcaica, más profunda, lo que Jung llamó “inconsciente colectivo”, esos arquetipos que activan las pulsaciones más elementales, más básicas y vitales. Por ejemplo, la expresión “Quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija” da a entender que resguardarse bajo una higuera frondosa protege del sol excesivo, pero también y simultáneamente, nos informa de la conveniencia de observar unos principios honestos, de cultivar unas amistades edificantes o hasta de frecuentar lugares donde exista la abundancia. Y tantas otras lecturas más. La lectura literal habla sólo de árboles y sombra, pero la simbólica puede multiplicarse a muchas otras áreas de aplicación, según la capacidad y el contexto del que lo escucha.
La Tradición empaqueta su mensaje en términos simbólicos, porque son capaces de transmitir ideas imposibles de expresar con las palabras adecuadas.
Por eso contamos cuentos a los niños, porque los elementos simbólicos de esas narraciones se procesarán a nivel inconsciente donde deben, para ayudarles a superar los problemas propios de cada fase del desarrollo infantil. Quien desee abundar sobre este particular, lea “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, de Bruno Bettelheim. Y lo mismo sucede con los adultos, como vimos con el ejemplo del refrán. Las “verdades” cuanto más grandes son, menos caben en las palabras. Más aún las “verdades espirituales”. Por eso la Tradición empaqueta su mensaje en términos simbólicos, porque son capaces de transmitir ideas imposibles de expresar con las palabras adecuadas, que probablemente no existan ni significarían lo mismo para cada oyente. Otra dificultad añadida sería la vigencia en el tiempo de los símbolos: si hoy no significaría lo mismo el símbolo del paraguas para un saharaui que para un coruñés, imaginemos la distancia entre objetos o situaciones propias de la vida cotidiana de hace tres mil años…
Los cabalistas emplean una expresión muy elocuente: “La Torá no se estudia, se recuerda”, porque aprender no es acumular información sino “recordar lo que ya sabe el Adán que todos llevamos dentro”. Jung estaría muy de acuerdo con esta afirmación. Los chamanes dicen que sus trances les transportan a ese territorio mental donde habitan sus antepasados, y que allí les informan sobre remedios curativos, acontecimientos futuros o sucesos remotos… Tampoco Jung ni los cabalistas pondrían muchas objeciones a eso. El mismo Aristóteles decía que “En la alegría del reconocimiento está la base del goce artístico”. Porque esos símbolos visuales –o percibidos por cualquiera de los sentidos– nos remiten, de forma tan “mágica” como natural, al reconocimiento de aquellos arquetipos, de aquellos valores, tan “supremos” como arcaicos, que rigen nuestras vidas. Así hay que leer la Tradición, en clave simbólica, en el mismo idioma que los sueños, desde esa disposición mental. De ahí que en la mera lectura literal de esos símbolos radique el error, la herejía.
Miguel Valls, Riad Dar Córdoba, Fez (Marruecos)
Su serie documental se adentra en las grandes religiones del Mediterráneo, el cristianismo, el judaísmo y el Islam. Sin embargo, no se trata de un trabajo sobre la religión, sino sobre la espiritualidad que acompaña la vida de todo ser humano. ¿Conociendo la esencia de las religiones podemos entender ese deseo de trascendencia a lo largo de los siglos y las civilizaciones?
Cuando lees a los grandes maestros de cualquier época o región del planeta –y cuando digo “maestros” me refiero a la legión de hombres y mujeres buenos y sabios que nos legaron su talento y su trabajo–, resulta muy reconfortante constatar que todos ellos llegaron a las mismas conclusiones, por más que su forma de expresarlas sea tan diversa como sus contextos y sus diccionarios particulares. Pero si algo me ha quedado claro es que nadie reconoce una respuesta como tal si no se ha hecho antes la pregunta. De modo que no sirve de nada estudiar seis metros de estantería si no has reflexionado antes sobre aquellas preguntas fundamentales. Eso justamente es Abraham, el ser humano sin adjetivos ni prejuicios que encara la Creación y se interroga de dónde ha salido todo eso, de dónde viene él mismo, dónde irá después y qué sentido tiene todo este lío. El profeta Muhammad dijo que no venía a inventarse ninguna religión, que el Islam es la “fitra”, la creencia de Abraham, el instinto natural del ser humano por lo trascendente. Luego vendrán los literalistas y dirán que el Islam es cubrirse el cabello, dejarse tirabuzones en las patillas o ir a misa los domingos. Abraham rompe los ídolos que fabricaba su padre –ídolos también de barro, de qué si no– significando la ruptura con los prejuicios, las inercias, la rutina indolente, las frases hechas y las respuestas a preguntas no formuladas. Y mira al mundo y se dice: “El responsable de todo esto tiene que ser el Creador, Elohim, la Potencia Creadora”. Y sólo por eso, por esa valentía intelectual, Yahvé en persona baja, establece Su alianza con él y le promete los dones de la Realidad, para sí y para toda su descendencia, para los valientes capaces de pensar por sí mismos.
Luego vendrá Melquisedec, que representa el saber primordial, aquel “Adán que todos llevamos dentro” y le dirá: “Vas bien, pero el nombre de Dios no es el Creador, Dios no necesita crear para ser, Él es el Existente por Sí Mismo, su verdadero Nombre es Adonai, el Altísimo, el Grande –“Allahu Akbar”–, tan grande que resulta inalcanzable para la comprensión humana”. Así que confórmate a convivir con la duda –duda no es antítesis de certeza– y limítate a agradecer la oportunidad de la vida, sométete a Su ley –la misma Ley que hace girar las constelaciones, a una semilla convertirse en árbol y te hace feliz al recibir el beso de tu hijo–. Ese sometimiento agradecido y pacífico, como el lactante que se entrega al pecho de su madre, es el significado de “Islam”. Esa Ley Suprema es la que simboliza el judaísmo con las 613 normas –muchas de ellas absurdas– que se comprometen a cumplir en agradecimiento y homenaje al Legislador por el don de participar de Su existencia, de la Creación, fruto de su Rahma, de su Misericordia –Rahmán y Rahim, de esa misma raíz, son los primeros Nombres de Allah en el Islam–, del supremo principio del Amor que el cristianismo convertirá en bandera. De ahí que la historia de Abraham hubiera que contarla. Y de ahí que esas Religiones del Libro las llamemos abrahámicas también.
La capacidad para comprender los principios espirituales es un potencialidad más, como el talento matemático o el musical, valga el símil.
El Mediterráneo es más que un lugar geográfico, es la esencia que comparten los países que lo bordean y que ha ejercido una enorme influencia en las culturas de Oriente y Occidente, en la literatura, la ciencia, las artes… ¿Cree que esa esencia que parte del pasado es lo suficientemente conocida por las actuales generaciones?
Dice el Corán que “Dios se da a entender a quien quiere y como quiere”. Y hay que conformarse con lo que nos toque a cada cual. La capacidad para comprender los principios espirituales es un potencialidad más, como el talento matemático o el musical, valga el símil. Pero también dice el Corán que “Hemos distinguido a los hijos de Adán” sobre todas las criaturas por la capacidad de concebir ese Principio Supremo, aunque no sea más que una mera conjetura. La dictadura del racionalismo, la idolatría del placer, la riqueza, el poder o la popularidad como metas vitales no dan muchas oportunidades a pararse a mirar el horizonte con la disposición de Abraham. La tecnología condiciona un mercado basado en el sistema capitalista, que exporta sus inercias individualistas a todo el orbe. Y ese marxismo mal entendido que mete en el mismo saco la espiritualidad y los abusos innegables de muchos administradores de las religiones en todas partes, tampoco ayuda mucho que digamos. Hasta el punto de que presumir de ateo se haya convertido en una especie de medalla, como un signo de libertad individual. De ahí que muchos busquen esa espiritualidad que nos pide el cuerpo en vías orientales contra las que no han desarrollado prejuicios, intentando encontrar allí lo que ya tienen aquí.
Dicen que al Dalai Lama, cuando fue a visitar Montserrat, le sorprendió muchísimo que tantos peregrinos se fueran al Tíbet teniendo ese santuario aquí. Por no mencionar los muchos pretendidos y pretenciosos “coach espirituales”, meros vendedores de utopías de peaje, que proliferan últimamente por motivos similares. No creo que Wikipedia o Instagram sean el medio más adecuado para transmitir ese conocimiento. Otros, en nomenclatura hindú, hablan de esta época como de “Kali Yuga”, de decadencia profunda y fin de ciclo que, afortunadamente, dará paso a un renacimiento también gradual. En nuestro episodio “Oriente y Occidente” tratamos específicamente de esas cuestiones.
Desde Casa Mediterráneo se trata de fomentar el conocimiento mutuo de los países que habitan la cuenca mediterránea. tendiendo lazos culturales y económicos despojados de estereotipos. Cuando usted ha viajado a los países que le han servido para realizar la serie documental, ¿qué imagen de España se ha encontrado?
Al entrar en el recinto de Persépolis, cerca de Shiraz (Irán), el guarda me preguntó: “¿Español? ¿Del Real Madrid o del Barça?”. En Cairo muchos coches lucen insignias y pegatinas de uno u otro equipo. Cerca de Diyarbakir (Turquía oriental), tradicionalmente zona de bandidos, muchas veces disfrazados de independentistas kurdos, y en un control militar de carretera, el oficial se sabía de memoria la alineación del Real Madrid. Y el chaval de la ametralladora, la del Barça. En Ammán (Jordania) las tiendas de artículos deportivos exhiben carteles con Messi o Ronaldo junto al nombre del establecimiento… Dicho esto, hay que añadir que cuando se generaliza, siempre se miente, porque siempre hay excepciones que contradicen la norma general.
En Israel, por ejemplo, parece que se tiene muy en cuenta la posición propalestina de nuestros gobiernos progresistas. No en vano, las protestas en Barcelona contra el ataque a Irak fueron las más concurridas del planeta, y eso se difundió en todos los informativos. Los israelíes en general guardan un recuerdo amargo de las deportaciones de los Reyes Católicos y de la cruel represión de la Iglesia contra los judíos, pero también porque la cábala moderna tomó cuerpo en las juderías de Gerona y de Castilla, y la expulsión truncó un desarrollo muy prometedor que apenas prosiguió en los nuevos asentamientos de los deportados. El Zohar, el libro más querido del judaísmo después de la propia Torá, fue escrito por nuestro compatriota Moisés de León en Sefarad, el nombre en hebreo para España. Y maestros como Nahmánides, Maimónides y tantos otros florecieron en aquella España medieval, aunque tengo para mí que su talla no habría sido tan alta sin la vecindad de las otras tradiciones presentes, el contraste y la puesta en común del conocimiento. También en Israel, en Jaruvit, el Fondo Nacional Judío (KKL) reforestó una colina a la que puso el nombre de “Parque Fernando Mújica”, el abogado socialista asesinado por terroristas en San Sebastián, en homenaje a su esfuerzo por el reonocimiento por España del Estado de Israel. En los alrededores del monte Athos, en Grecia, todavía siguen amenazando a los críos con aquello de “Si no te duermes pronto vendrán los catalanes”, en recuerdo de las incursiones de Roger de Flor y su banda, que irrumpieron a sangre y fuego en los monasterios ortodoxos para robar todo lo que brillase, ladrones por cuenta del rey de Aragón. Roger de Flor disfruta de una calle a su nombre en Barcelona, en memoria de las riquezas que desembarcó en su puerto. Así que, por respeto y por prudencia, no mencionamos que veníamos de allí.
Otro tanto pasa con los musulmanes respecto a Al Ándalus. Tienen plena conciencia del esplendor que su cultura alcanzó en la Península Ibérica, pero también de su derrota y expulsión, y de la brutal represión que padecieron los moriscos de las Alpujarras, considerada un auténtico genocidio. En la isla de Yerba, en Túnez, los descencientes de los expulsos aún conservan el habla morisca, mezcla de castellano y árabe andalusí medievales. Y el responsable de la biblioteca nacional de Túnez que nos acompañó en la grabación, no paró de mencionar que se apellidaba Del Río, todo orgulloso de su origen andalusí. Ibn Arabi de Murcia, el Sheij Akbar, el Doctor Máximus, el mayor de los maestros, es muy popular entre las personas cultas de los países musulmanes, aunque en algunos de ellos continúa en la lista de herejes, habida cuenta de su radical tolerancia religiosa, de sus elogios a la figura de Jesús y la recomendación a sus discípulos de estudiar las otras religiones con el mismo afecto que la propia. Otro moro murciano completamente ignorado en España, El Mursi Abú-l-Abbás, es el santo patrón de Alejandría nada menos, y segundo maestro de la vía sufí Shadiliyya que tanto prestigio tiene en Egipto y en el mundo musulmán.
En general la imagen de España, entre la gente común, es buena a mi juicio. A esto ayuda mucho la ausencia de conflictos recientes. Pero salvo para las personas formadas, nuestra cultura es bastante desconocida, no porque haya reservas, sino porque su propio contexto cultural es lo bastante rico y exuberante para dejar espacio a los demás. Baste decir, por ejemplo, que los universitarios turcos lo desconocen todo de la antigüedad clásica griega, excepto tal vez Platón, Aristóteles o Pitágoras. Hasta el punto de que mis amigos se sorprendían de que yo supiera que “Mesopotamia” viene del griego “entre ríos”, una etimología que ignoran hasta los propios mesopotamios. Por no mencionar la batalla de Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos”, con la derrota de la escuadra imperial otomana de la que no tienen constancia alguna, como es natural.
España, por su dilatada historia y tradición, ¿ocupa un lugar privilegiado para entender la esencia del Mediterráneo?
Uno de cada cuatro españoles tiene trazas de ADN judío, al menos un antepasado. Dicen que de las 10.000 entradas del diccionario español, 4.000 provienen del árabe. Las alfombras, las persianas, las comidas de tres platos, las naranjas, las granadas, las berenjenas, las especias, el azúcar, el arroz… fueron traídos por los musulmanes y forman parte de nuestras vidas tanto como de las suyas. Se dice que los persas llegados con los almohades refundaron Shiraz en Andalucía, la ciudad persa famosa por la calidad de su uva y de sus vinos. Hoy esa ciudad es Xeres, Jerez. La explosión cultural del siglo XIII y la difusión del conocimiento a toda Europa no habría sido posible sin las nuevas técnicas de fabricación de papel importadas de China por los musulmanes, a partir de hojas de morera, papel “con alma de seda”. Los conocimientos de medicina, los instrumentos quirúrgicos y musicales, la astronomía, la geometría y matemáticas, los corrales para la cría de animales, las norias y técnicas de regadío, los injertos de plantas, la brújula y la vela latina o la filosofía que hicieron de Europa lo que es, vinieron de Oriente.
Los matemáticos musulmanes llamaban “cosa”, “shay” en árabe, a las incógnitas cuyo valor querían calcular. Con el tiempo, quedó reducida a su inicial que, al llegar a Andalucía, se transcribió a caracteres latinos como la X que conocemos ahora… Los sufís andantes venidos de Oriente, que cantaban por las plazas canciones de amor a Dios acompañados de su “truba”, el pequeño laúd oriental, fueron el germen de los “trovadores”, de la música popular y del amor romántico tal y como lo entendemos hoy. Incluso se dice que el “txistulari” vasco, tan racial e icónico, es reminiscencia de aquellos mismos sufís andantes de la orden Chisti, vestidos de blanco con fajín rojo. Pero también se dio el fenómeno inverso: la movilidad de las personas y bienes dentro del vasto contexto musulmán medieval hizo que Al Andalus exportase a Oriente y el Magreb sus propos logros, música, conocimientos, narraciones y hasta meros chistes populares, expresiones y gestos. Y si todos esos objetos, palabras, dieta o manifestaciones culturales que nos rodean forman parte de los hábitos de vida de uno y otro lado, ¿cómo no iban a formar parte de nuestros hábitos mentales también? En efecto, los españoles gozamos de ese privilegio. Y vale la pena ejercerlo en beneficio mutuo.
Trailer de la serie documental El viaje a la tradición mediterránea:
¿La espiritualidad es más poderosa o esta más presente en Oriente que en Occidente?
De momento, sí. Pero, como dijimos antes, el modelo de producción capitalista se impone en todo el mercado global al que tendemos irremediablemente. Y con él, sus daños colaterales: la dictadura del racionalismo, la idolatría de la tecnología, de la practicidad y del individualismo, del “ego” frente al “nosotros”. Y la “inteligencia” se reduce a la capacidad de explotar los recursos naturales al menor coste. Como muy bien lo expresa el antropólogo Eudald Carbonell, el de Atapuerca, “Ahora, más que Conciencia de Clase, hace falta Conciencia de Especie”. La espiritualidad también va de eso.
La Tradición, como las personas y todo lo demás, es un espejo que devuelve la actitud con que la encaremos.
¿Qué poso le gustaría que quedase en los espectadores de la serie?
Otra máxima de la Tradición dice que los maestros sólo relatan su propio camino para demostrar que existen caminos propios. No pretendemos otro fin que el que los espectadores se formulen sus propias preguntas. Y que se asomen a la Tradición en busca de sus propias respuestas. Pero como advierte Moisés de León en el Zohar: “La Torá sólo muestra su sonrisa a quien la ama”. Miremos la Tradición con el mismo cariño y generosidad con la que nos fue legada, sólo así mostrará toda la utilidad que atesora. Porque la Tradición, como las personas y todo lo demás, es un espejo que devuelve la actitud con que la encaremos.
El viaje a la tradición mediterránea se ha trasladado a un libro de 500 páginas. ¿Qué pueden encontrar en él los lectores?
El libro recoge nuestras propias reflexiones acerca del proceso, muchas anécdotas y pormenores de la producción de la serie, y muchos datos que complementan o amplían los textos de los documentales y que, por las servidumbres del medio, no pudieron incluirse. Pero también los textos íntegros de los documentales y las intervenciones de los expertos que participan. Porque las imágenes, la música y las concesiones al medio audiovisual, muchas veces distraen o no dejan tiempo para reflexionar debidamente sobre lo que se dice. Y así, transcritos, cada lector puede administrarlos a su propio ritmo. También, por la densidad de la materia de la que se trata y su lenguaje técnico específico, muchos espectadores nos dicen que los documentales merecen ser vistos y consultados más de una vez. De ahí que hayamos editado una colección en DVD con excelente acogida.
Ambos, libro y DVDs, pueden encargarse por email a la dirección miguelvalls@mac.com. Cada aportación, por pequeña que sea, contribuye a la producción de un nuevo título y a completar la segunda entrega de la serie, de la que ya se han terminado dos nuevos episodios sobre “Oman Jayyam”, el científico y pensador persa del siglo XI, grabado casi íntegramente en Irán; y “El Valle de los Sabios”, sobre los talentos del Valle de Ricote (Murcia), último reducto morisco de España. “El Viaje a la Tradición Mediterránea” es el viaje a la esencia de un mismo pueblo, el viaje a todo lo que nos une.
Imagen destacada de portada: Miguel Valls, Lago Tiberíades, Galilea.