Revista Casa Mediterráneo

Mònica Bernabé: “En Afganistán existe una situación de impunidad generalizada y las mujeres son las que salen peor paradas”

en marzo 8, 2019

Mònica Bernabé fue la única periodista española que permaneció en Afganistán durante más de siete años, entre 2006 y 2014, informando de un conflicto que se prolonga ya casi cuatro décadas. Su primer contacto con el país fue en 2000, cuando los talibán estaban en el poder, mediante el cual establecieron un sistema especialmente represivo hacia las mujeres, a quienes privaron de todos sus derechos y libertades, impidiéndoles estudiar, trabajar, ser atendidas por médicos varones e incluso salir a la calle si no iban acompañadas por un hombre de su propia familia.

El impacto que esta situación le causó a la joven periodista la impulsó a denunciar en España, junto a sus dos compañeras de viaje, lo que presenció en su breve visita al país, generando una ola de solidaridad que le llevó a crear una ONG de ayuda a las mujeres afganas, Asociación por los Derechos Humanos en Afganistán (ASDHA). Cada año, en sus vacaciones laborales, Bernabé se trasladó al país para colaborar e informar sobre su realidad, hasta que en el año 2006 dejó su trabajo en un periódico en Barcelona para establecerse en Kabul como periodista freelance para varios medios, entre ellos el diario El Mundo. Fruto de esos años en Afganistán, ya bajo el régimen de los muyahidines y los señores de la guerra, no menos fundamentalistas que los talibán, publicó ‘Afganistán. Crónica de una ficción’ (Debate, 2012), un libro donde recogió su experiencia personal como periodista.

Tras más de siete años en el país, en 2015 Bernabé buscó otro destino menos traumático y escogió Roma, donde trabajó como corresponsal para El Mundo. Desde mediados de 2017 vive en Barcelona, encargada de la sección internacional del diario Ara. Bernabé estuvo el pasado 7 de marzo en Casa Mediterráneo participando en el ciclo ‘Periodistas y el Mediterráneo’ para arrojar luz sobre un país tan complejo y desconocido como el que ella tuvo el arrojo de conocer desde dentro.

La primera vez que viajó a Afganistán, en el año 2000, el país estaba bajo el control de los talibán. En esa época, ¿en qué condiciones vivían las mujeres?

En esa época estuve muy poco tiempo en Afganistán, tan sólo cuatro días, fue una visita relámpago pero me quedé muy sorprendida por lo que vi. En esos años la educación estaba prohibida para las mujeres y se había creado toda una red de escuelas clandestinas en el país, que yo tuve la oportunidad de ver. Era una red de la cual se hablaba, pero a mí me impactó ver cómo aquéllas mujeres y niñas, en casas particulares, acudían a clase a escondidas y además con el ahínco con el que lo hacían.

Las mujeres tampoco podían trabajar. Yo recuerdo que en ese viaje fui acompañada de una activista afgana y la presenté como mi traductora. En la frontera con Paquistán no pasó nada, pero una vez en Kabul me dijeron que no podía tener una traductora porque una mujer no podía trabajar. Ese radicalismo me impactó muchísimo y más aún viendo un Kabul totalmente arrasado como consecuencia de la guerra. La gente continuaba viviendo en una ciudad completamente en ruinas.

Mònica Bernabé – © María Gilabert / Revista Casa Mediterráneo

En esos años de gobierno talibán llegué a leer en la prensa que la situación era tan opresiva para las mujeres que incluso muchas optaron por el suicidio al no ver salida.

No dispongo de datos sobre ello, pero supongo que sí. En unas circunstancias en las que no tienes ningún tipo de libertad, no puedes hacer absolutamente nada, te vetan en todas partes, estás sometida completamente al hombre y además la violencia doméstica constituye uno de los problemas más graves del país, unida a la violencia que existía bajo el régimen talibán en la vida pública, me imagino que la situación era muy desesperada.

Tras su primer viaje a Afganistán fundó, junto a otras dos españolas, la Asociación por los Derechos Humanos en Afganistán (ASDHA). ¿Cómo surgió la ONG y con qué objetivos?

Esa ONG la disolvimos a finales de 2016, actualmente no existe. Surgió al vernos empujadas por las circunstancias. Yo era, al igual que ahora, periodista y las otras dos compañeras tampoco se dedicaban a la cooperación, pero tras ese primer viaje a Afganistán celebramos una rueda de prensa en Madrid que tuvo un gran impacto mediático. Todos los medios se hicieron eco, informando de que tres españolas habían entrado en el Afganistán de los talibán, cubiertas con un burka para pasar desapercibidas. Es una historia que vende. Y además explicamos la situación que habíamos presenciado en Afganistán, que era tremenda.

Eso hizo que un montón de gente, de forma espontánea, se pusiera en contacto con nosotras con la intención de ayudar a las mujeres afganas. Hay que ponerse en contexto: El régimen talibán era un sistema al que totalmente se condenaba por su trato a las mujeres. Entonces, para canalizar ese dinero que nos querían dar directamente, tanto particulares como administraciones, decidimos, dentro de nuestra ignorancia, crear una ONG, sin saber el gran trabajo que esto implicaba. Empezamos en plan amateur y después esa asociación se fue haciendo cada vez más grande y profesionalizando.

A mediados de 2007 usted se estableció en Afganistán y ejerció como freelance para diversos medios. ¿Cómo conseguía moverse por el país siendo mujer y además en un clima de gran inseguridad y violencia? ¿Sufrió algún episodio especialmente peligroso?

Si sufrí algún episodio especialmente peligroso es la típica pregunta que me hace todo el mundo y a mí me cuesta contestar, refiriéndome a uno en concreto. Es cierto que ha habido momentos en los que he pensado: ¡Qué narices hago yo aquí, pudiendo estar en mi casa! Vivía en Kabul y uno de los problemas de los extranjeros en Afganistán es que ya en el año 2006 había un elevado riesgo de secuestro, por lo tanto todos ellos se movían en coche, nadie iba caminando por la calle.

Yo, como periodista freelance, no me podía sufragar un coche y un conductor -allí los extranjeros no podían conducir-. Y entonces, como solución, opté por intentar mimetizarme con la población local. Iba vestida en plan afgana, con una túnica negra y un pañuelo negro y poco a poco aprendí la manera de moverme, por donde tenía que pasar y por donde no, qué hacer y qué no… Eso lo aprendes con la práctica y el tiempo.

En Kabul me movía básicamente a pie o en taxi y a simple vista, si no hablaba, la gente no se daba cuenta de que era extranjera, cosa que me facilitaba los movimientos. En cuanto a desplazarme dentro de Afganistán, esto siempre suponía un riesgo, básicamente por el problema de los secuestros. Intentaba viajar en avión, pero no era posible en todos los destinos, y entonces, en muy contadas ocasiones me desplacé por carretera; en los casos en los que tenía muy buenos contactos iba acompañada de personas que podían ayudarme. Y en otras ocasiones, una de las estrategias por las que opté fue empotrarme con las tropas internacionales, sobre todo con las norteamericanas, porque estaban en las zonas rurales, las más críticas, y por tanto así podía acceder e informar de la situación en estos lugares.

¿Cómo fue la experiencia de empotrarse con las tropas internacionales?

Me empotré un montón de veces. Hacía unos tres empotramientos al año, la mayoría con los norteamericanos, y cada uno duraba unas tres semanas. Hacía una solicitud oficial a la OTAN, exponía lo que quería hacer y en qué zona exacta. Una vez que te concedían el permiso tenías que firmar una serie de documentos en los que te comprometías a seguir sus normas, a no fotografiar una serie de cosas, como ciertos tipos de armas, a no facilitar el número de tropas desplegadas en un determinado lugar… Vivías en la base militar con el mismo régimen de los soldados y tenías la posibilidad, si salían a patrullar, de seguirlos allá donde fueran. Si permanecían todo el día en la base, te quedabas allí, aburrida.

Había que tener mucha paciencia. La gente tiene la idea de que cuando te empotras con las tropas internacionales todo son tiros y no es así, ni mucho menos. Hay mucha espera o salidas en las que no pasa absolutamente nada. Con frecuencia estaba hasta tres horas dentro de un vehículo blindado. En otras ocasiones, los soldados sí interactuaban con la población local, lo que a mí me parecía muy interesante. Más allá de que las tropas te intentaran vender su película, ver la reacción de la población local ante la presencia de los militares extranjeros ya te decía mucho, podías deducir si eran bien recibidos o no.

Con la intervención de EE.UU. en 2001 la población civil recibió a los militares con los brazos abiertos, al liberarlos del régimen talibán. Pero en la actualidad esta actitud ha cambiado, ¿por qué? 

Yo empecé a acompañar a las tropas en el año 2009 y ya no eran muy bien recibidas. En algunas zonas la presencia de las tropas internacionales garantizaba la seguridad, pero también en muchas otras esto suponía enfrentamientos con los talibán, la población civil estaba en medio y, lógicamente, resultaba perjudicada. A mí, que intentaba verlo desde fuera, me daba la sensación de que eran dos mundos.

Por una parte, veías a los afganos, con sus chancletas, su shalwar kameez y su turbante, y tenían delante a un soldado americano que iba totalmente equipado con su chaleco antibalas, su casco, su cámara, sus vehículos mastodónticos… Yo imaginaba: ¿Qué debe pensar el afgano de este tipo, que parece un extraterrestre? Y también miraba al soldado americano, la mayoría eran chicos muy jovencitos, y pensaba: Este joven que tiene edad de estar en una discoteca, cómo interpreta todo esto. Era bastante chocante ver esa relación.

Mònica Bernabé (a la derecha) junto a la moderadora del encuentro, Sonia Marco, en Casa Mediterráneo – © María Gilabert / Revista Casa Mediterráneo

En Occidente se pensó que con la caída del régimen de los talibán las mujeres recuperarían sus derechos y libertades. En estos años, ¿ha cambiado la situación de la mujer? ¿Cómo vive la población en general?

Después de la caída del régimen de los talibán hubo una serie de mejoras en cuanto a las mujeres, al menos sobre el papel, a nivel legislativo. Ahora hay una nueva Constitución según la cual hombres y mujeres son iguales ante la ley. Las mujeres, también en teoría, pueden trabajar, estudiar, recibir asistencia médica y participar en la vida pública. Las escuelas para niñas se reabrieron y éstas empezaron a asistir al colegio en algunas zonas, en otras no, debido a la inseguridad. En algunos aspectos sí que ha habido cambios. El problema es que Afganistán es un país especialmente machista y conservador. Y eso no era un problema de los talibán, sino de la sociedad afgana como tal.

Conviene añadir que es un lugar que lleva casi cuarenta años en guerra, un pequeño detalle del que siempre nos olvidamos. Lo que afecta una guerra a una sociedad es brutal, en todos los sentidos. Hay que tener en cuenta que el 70% de la población es analfabeta, con lo que eso supone. Es un país en guerra, con poca educación, que ha estado sometido a cinco años de régimen talibán y a otros cuatro o cinco años de régimen muyahidín, igualmente fundamentalista, una sociedad especialmente cerrada y que considera a la mujer como un ser inferior… En Afganistán esa mentalidad la tienen los hombres y las mujeres, tanto si están los talibán, como si no. Y el hombre se cree con el derecho de decidir sobre la vida de las mujeres.

¿Cómo se puede cambiar esta situación? La sociedad afgana tendrá que evolucionar como evolucionó en su momento la sociedad española. Eso no se puede cambiar en diez años, es una evolución que conlleva generaciones. Desde mi punto de vista, la comunidad internacional tiene una gran responsabilidad. Tras la caída del régimen talibán apoyó a toda una serie de criminales de guerra, que también son de ideología fundamentalista, y los catapultó al poder como recambio a los talibán. Esta gente ahora ostenta el poder. Siempre pongo un ejemplo: Es como si después de la II Guerra Mundial, en Alemania hubiéramos colocado a Hitler para reconstruir el país. Aquí diríamos: ¿Hitler va a reconstruir un país cuando ha matado a cientos de miles de personas? Eso es lo que la comunidad internacional ha hecho en Afganistán.

Personajes que nosotros no conocemos de nada, pero que allí son muy conocidos y perpetraron muchas atrocidades, han sido colocados en el poder. Con estos gobernantes a quienes nunca les interesó la población, sino sus propios intereses, ¿alguien puede pensar que la administración afgana va a hacer algo por la gente? Lógicamente, no. Existe una situación de impunidad generalizada.  No hay confianza en las instituciones y la situación general consiste en un “sálvese quien pueda”. En estas circunstancias, las leyes no se respetan y las mujeres son las que salen peor paradas.

Desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, Washington ha mostrado su intención de retirar a las tropas estadounidenses de Afganistán. Con un avance de los talibán, que según informaciones publicadas en la prensa podrían estar controlando el 40% del territorio del país, y con la presencia de Al Qaeda y el Daesh, ¿qué salida puede haber al conflicto? Se está barajando la posibilidad de que los talibán vuelvan a asumir el poder. 

Yo no tengo la solución para Afganistán. La presencia de tropas internacionales actualmente en Afganistán es mínima. Hay unos 16.000 efectivos en total, cuando en el año 2009 llegó a haber 150.000 militares extranjeros en el país y aún así no pudieron controlar todo el territorio. Por lo tanto, hay una situación de inseguridad generalizada. El dato que mencionabas de que los talibán controlan el 40% del territorio me hace gracia.

En Afganistán se había conseguido extender la seguridad con la presencia de tropas internacionales, la policía y el ejército afgano. Entre un pueblo y otro, por la carretera te encontrabas con controles de vigilancia cada ciertos kilómetros, dependiendo del grado de seguridad de la zona. Con la retirada de las tropas internacionales esos puestos de vigilancia no se pueden mantener porque no hay suficientes efectivos. Entonces, el control se ha reducido y en muchos casos lo único que se controla es la capital de provincia; el resto carece de presencia policial y militar.

Ahora, con las negociaciones con los talibán, lo que se busca es poner de alguna manera fin al conflicto. ¿Eso significa que se vaya a crear un Estado sostenible o a garantizar la defensa de los derechos humanos? Yo lo pongo muy en duda. Ya lo hice en el momento en el que la comunidad internacional intervino en 2001 e hizo caer el régimen talibán colocando a criminales de guerra en el poder, demostrando que le importaba tres pitos la población afgana. De la misma manera, actualmente lo que se está intentando es mantener una cierta estabilidad, entre comillas, aunque sea pactando con el diablo, como está ocurriendo con los talibán, para tratar de quitarse de encima esta patata caliente.

Según las informaciones publicadas en ciertos medios de comunicación, los talibán, a cambio, se comprometerían a que Afganistán dejara de ser una base para el terrorismo del Daesh y Al Qaeda, pero claro, ellos mismos protegieron a Osama Bin Laden tras los atentados de las Torres Gemelas.

Los talibán no sé si pueden controlar ellos mismos todo el territorio. Hay que tener que en cuenta que Afganistán es un país sumamente montañoso, donde buena parte del territorio carece de carreteras y los caminos son de tierra. Entonces, suponer que los talibán van a tener la suficiente capacidad para evitar la entrada de grupos terroristas creo que es un poco ilusorio.

Si los propios soviéticos con todos sus recursos no pudieron hacerlo durante la época de la guerra ruso-afgana (1979-1989)…

Exactamente.

En su libro ‘Afganistán, crónica de una ficción’ relata que se han producido auténticas masacres de pueblos enteros, donde se ha ejecutado a todos los hombres. ¿Por qué la comunidad internacional no ha actuado contra los culpables y sin embargo cuando los talibán destruyeron los Budas de Bamiyán esta noticia generó tanto revuelo en todo el mundo? 

Es algo que la población afgana no acaba de entender: Los extranjeros llegaron diciendo que iban a defender los derechos humanos y después han mirado hacia otro lado. Después de los años que he vivido en Afganistán, de ver la evolución que ha seguido el país y la manera como ha actuado la comunidad internacional, incluida la Unión Europea, creo que ésta sólo se guía por sus propios intereses. Si se masacra o se pisotean los derechos humanos, a la comunidad internacional le da igual.

Pondré un ejemplo: La UE, de la que tanto nos vanagloriamos como defensora de la igualdad, los derechos humanos y la libertad, en octubre de 2016 firmó un acuerdo con el gobierno afgano según el cual la Unión Europea seguiría dándole apoyo económico si a cambio aceptaba la repatriación de, al menos, 80.000 afganos que estaban en los países europeos.

Eso suponía hacer regresar gente a un país que está en guerra, pero eso le da igual a la UE, porque lo que quería era quitarse de encima a los afganos. Cuando se hizo ese pacto era la época en la que en Europa el Estado Islámico cometía atentados, en Francia, Reino Unido o Alemania, y cuando escuchaba la reacción de la gente, que decía que era algo inaceptable y que no se podía ir con seguridad a ninguna parte, yo pensaba: ¿Qué te crees que pasa en Afganistán, todos los días, y nosotros estamos devolviendo a todas estas personas allí? Solamente nos damos cuenta de la gravedad del terrorismo cuando nos afecta a nosotros, pero cuando pasa en otros países nos da igual.

La retirada de tropas, la mayoría en el año 2014, se produjo porque la mayoría de los países no podía mantener la factura electoral de continuar perdiendo soldados en Afganistán.

Al principio del libro incluye una cita del político y escritor inglés Edmund Burke: “Para que el mal triunfe, sólo hace falta que las personas justas no hagan nada”. ¿Esta frase podría resumir la situación de Afganistán?

Eso resume lo que está sucediendo en Afganistán y en tantísimos lugares, incluso en España mismo, no hace falta irse a la otra punta del mundo. Es lo que está sucediendo en el Mar Mediterráneo, donde miramos hacia otro lado mientras la gente intenta llegar a nuestras costas poniendo su vida en riesgo para escapar de la guerra o del hambre; es lo que pasa con los menores inmigrantes que deambulan por las calles de España; como mil ejemplos que podríamos poner. Ante lo que no nos interesa, no hacemos nada. Yo creo que en cierta manera somos responsables, somos cómplices de esa situación.

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