Revista Casa Mediterráneo

Natalia Sancha: “Líbano está colgando de un hilo y la única razón por la que no hay más personas atacando bancos es por las remesas de la diáspora libanesa”

en septiembre 28, 2022

Casa Mediterráneo cierra su programación de septiembre el día 30 con un encuentro con la corresponsal Natalia Sancha dentro del ciclo ‘Periodistas y el Mediterráneo’, que se realiza en colaboración con el Grado de Periodismo de la Universidad Miguel Hernández. El acto tendrá lugar en el campus de la UMH de Elche a las 11 h. y podrá seguirse en emisión online en la web y el canal de YouTube de Casa Mediterráneo. En el encuentro, Natalia Sancha dialogará con Sonia Marco acerca de su experiencia como corresponsal en el Líbano, un país que conoce muy bien y que actualmente se enfrenta a una grave crisis socioeconómica, y su amplia trayectoria informando del mundo árabe, temática en la que está especializada como periodista y politóloga.

Licenciada por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales por el Instituto de Estudios Políticos de París, Sancha además suma en su currículo el Máster en Estudios Árabes y Ciencias Políticas por la Universidad de Georgetown, en Washington DC, becada por la Comisión Fulbright. Antes de afincarse en Beirut en 2008 trabajó como analista en think tanks nacionales como Fundación Alternativas o Real Instituto Elcano. Entre 2015 y 2021 ha sido corresponsal para El País en Oriente Medio y colabora con varios medios como Egypt Independent, Afkar/Ideas, Política ExteriorJadaliyya y Esglobal. Desde 2021 trabaja como Strategic Communication Officer del Servicio Europeo de Acción Exterior (EEAS, siglas en inglés).

Enamorada del mundo árabe, Natalia Sancha ha cubierto durante la última década las protestas populares que estallaron en 2011 en la región y ha seguido el auge y declive del califato del Estado Islámico, así como el éxodo masivo de refugiados sirios hacia los países vecinos y Europa. Como fotógrafa y reportera ha cubierto las guerras y revueltas que han sacudido Oriente Medio desde Líbano a Egipto, pasando por Irak, Siria, Turquía y Yemen.

Es coautora del libro Siria. La primavera marchita (Libros.com, 2015) y coautora y coordinadora de Balas para todas (Larrad Ediciones, 2021), donde la doble condición de mujeres y periodistas de las artífices de la obra se convierte en la llave para acceder a espacios vetados para los hombres. Allí, se descubren todas las formas en que las mujeres no son, como nos habían contado, “víctimas indefensas”.

Tras haber vivido en Beirut durante 14 años, en una entrevista manifestó que “Líbano es el país más híbrido entre Oriente y Occidente”. ¿Qué le lleva a esta afirmación?

Líbano tiene reflejos de la vida de Occidente porque es el único país en el mundo árabe en el que tienes esa cantidad de bares, discotecas, actividades culturales… Puso en marcha la primera Gay Parade del Orgullo Gay, que se celebró en 2017 y luego prohibieron, pero hay locales para gays y lesbianas. Hablo de la capital, que se conocía como la Suiza y el París de Oriente Medio. Tiene todas esas pinceladas que chocan a la gente marcada por el estereotipo de que en el mundo árabe musulmán todas llevan burka -aunque esta prenda es de Afganistán y no de allí, pero esta es la idea que prevalece-, que visten hiyab, velo completo facial, que están todo el día rezando y que hay barbudos con chalecos antibalas apostados a las puertas de las guarderías para estallarse en cualquier momento. Es la idea desgraciadamente transmitida por bestsellers como No sin mi hija o Un burka por amor.

Cuando llegas a Beirut a la gente le choca mucho ver a chavalas en minifalda, debates filosóficos, teatros modernistas… La capital tiene esa faceta de Occidente que adoran, admiran y quieren incrementar ellos mismos en el Líbano, pero también otras facetas de Oriente como un tráfico caótico o unas infraestructuras deleznadas –ahora mismo hay dos horas de energía diarias-. Por ejemplo, frente a El Cairo, que es una grandeza en decadencia, con edificios napoleónicos que te recuerdan que allí hubo un imperio y que se está cayendo a pedazos, en el Líbano te transmiten que es moderno pero que, al mismo tiempo, tiene un sistema sectario embebido en la sangre de la gente.

Recuerdo que Maruja Torres decía que el Líbano había cogido lo peor de Oriente y lo peor de Occidente y en algunos casos le daría la razón, pero bueno no quiero ser pesimista. Obviamente, lo dijo para hacer una metáfora. Líbano es un país de contrastes. Si hubiera que definir Líbano con una palabra, para mí es “contraste”, porque te puedes encontrar todas esas imágenes confusas de modernidad y antigüedad, de laicismo y de religión, todo eso combinado al mismo tiempo y en un mismo lugar.

Más de la mitad de los libaneses, el 55%, ha pasado de la noche a la mañana, según el Banco Mundial, al otro lado de esa fina barrera que es el umbral de la pobreza.

En los últimos años, el país está sufriendo una grave crisis económica y social. A su parecer, ¿cuáles son los orígenes de esta dramática situación que recientemente ha llevado incluso a una mujer libanesa a atracar un banco con una pistola de juguete para recuperar sus ahorros y así poder costear el tratamiento de cáncer de su hermana?

Efectivamente, una mujer de 28 años ha atracado un banco porque quería sacar sus 13.000 dólares que ha ahorrado con mucho sudor para poder pagar el tratamiento de cáncer de su hermana. Es la cuarta o quinta persona que hace eso, como un chaval que apareció con un bidón de gasolina en un banco para poder pagar las facturas del médico de su padre. Esto es como el termómetro que te dice cuán desesperada está esa sociedad.

El origen está en el 21 de octubre de 2019. El sistema político del Líbano es muy particular. El Presidente ha de ser cristiano, el Primer Ministro, musulmán suní, y el portavoz del Parlamento, musulmán chií. Las cuotas de poder van definidas en función de las confesiones, quitando esa particularidad, tiene otra y es que si otros países han sido dependientes de un autócrata o un dictador –Ben Ali, Gaddafi, Mubarak…- aquí tienen una combinación de seis. Mantener a seis autócratas gobernando simultáneamente, al cristiano, al chií, al sunita, al druso, al alawita y al ortodoxo, cuesta más que a uno. Sobre todo cuando se es un país de cuatro millones y medio de habitantes, con tan pocos recursos y además rodeado de dos fronteras en guerra, Siria e Israel.

Estos autócratas han sableado las arcas estatales. En Líbano los dos únicos productos que han tenido a la venta han sido el turismo y la banca. Esta última se ha convertido en una enorme lavadora para blanquear el dinero, no sólo de gente de Occidente, sino sobre todo de Oriente Medio y del Golfo. Ahí estaba una de las virtudes del Líbano, el problema es que ese sistema ha colapsado, en parte por el receso global que ha habido, las crisis, la pandemia…-aunque esto ocurrió antes-, pero sobre todo por la mala gestión de las élites políticas libanesas que detentan el poder de forma hereditaria. Toda esta gente ha estado robando dinero, sacando divisas del país para ponerlas a salvo en otros países y se ha creado un corralito. Es decir, de repente la banca ha devaluado brutalmente la moneda local, que ha pasado de equivaler, durante veinte años, 1.500 libras libanesas un dólar a 35.000 ahora, con lo cual imagínese la inflación, que ha llevado a que la gente esté al borde de la hambruna. De hecho, más de la mitad de los libaneses, el 55%, ha pasado de la noche a la mañana, según el Banco Mundial, al otro lado de esa fina barrera que es el umbral de la pobreza.

El estallido de las protestas fue ese 21 de octubre porque la élite política, que no sabía de dónde más sacar dinero de sus ciudadanos, decidió poner un impuesto sobre las llamadas de WhatsApp. Imagínese, en todo el mundo a nadie se le ha ocurrido cobrar por las llamadas de WhatsApp, pero en Líbano querían poner una tasa de unos cuantos céntimos por cada una. A la gente ya le pareció el colmo del descaro y una pareja de jóvenes salió en las redes sociales diciendo que eso era demasiado e iban a manifestarse. Y espontáneamente miles y miles y luego decenas de miles y cientos de miles de personas salieron a la calle. A partir de ahí ha habido todo un encadenamiento de acontecimientos.

Con la pandemia se ha cebado la crisis, con la inestabilidad la gente intentó retirar su dinero, pero los únicos que pudieron hacerlo fueron los multimillonarios, como Hariri, Jumblat…, toda la casta política cristiana y musulmana, ahondando aún más la bancarrota. El jefe de la Banca Central, Riad Salameh, está auto encarcelado en el banco porque sabe que si sale seguramente se lo llevan por delante, aunque nadie le ha arrestado, ni ha habido juicio alguno. Y el problema es que el Fondo Monetario Internacional les ha ofrecido ayuda, pero las autoridades son tan opacas y tienen tanto que esconder que cuando ha llegado la agencia forense para rendir cuentas, ni siquiera le han provisto los números de cuántas divisas quedan en la Banca Central. Entonces, ahora mismo el país está colgando de un hilo y la única razón por la que no hay más personas atacando bancos y por la que ahora mismo no hay gente con escopetas matando políticos creo que es por las remesas, porque la diáspora libanesa, que dobla o triplica la población que hay en el país, está haciendo unos esfuerzos inhumanos por enviar 200 o 300 euros cada mes a sus familiares para mantener la cabeza sobre el agua y que no se mueran de hambre. El caso de los medicamentos es otro problema porque ahí ya estamos hablando de una sanidad privada, con lo que eso conlleva para pacientes crónicos de cáncer o que necesitan diálisis.

Por ahora los atracadores son personas que tienen que hacer frente a costes de enfermedades de familiares muy costosas. Este problema se está dejando y no tiene visos de ninguna solución, va a ir de mal en peor.

A toda esta preocupante situación se añadió la explosión de un depósito con 2.700 toneladas de nitrato de amonio en agosto de 2020 en el puerto de Beirut, que ocasionó 211 muertos, más de 6.500 heridos y 350.000 desplazados. ¿Las investigaciones para esclarecer la causa de la explosión han dado frutos?

Natalia Sancha

Eso explica otra vez la desidia total y completa de la casta política libanesa. Todavía no se sabe si fue un accidente o fue provocado, precisamente porque no hay una investigación real, porque nunca la habrá y porque los resultados nunca se harán públicos. Para que se haga una idea, como ejemplo, Rafic Hariri, el padre de Saad Hariri [Primer Ministro del Líbano], fue asesinado un 14 de febrero de 2005; desde entonces estamos hablando de 17 años de investigación y de un tribunal internacional, con el coste que eso conlleva, pagando una fortuna por una investigación que todavía no ha arrojado resultados. En el Líbano nunca se obtienen resultados, porque hay seis poderes con intereses mezclados -si fuera uno se le derrocaría- y siempre se tapan los unos a los otros. Es un país en el que o se tira de la manta y caen todos o siempre habrá alianzas temporales; es la realpolitik al más puro estilo maquiavélico.

Y la explosión no fue un accidente. Todos estaban informados, el Presidente, el entonces Primer Ministro, Hassan Diab, dos semanas antes por parte de los responsables del puerto. Les habían dicho: “Señores, caballeros, tenemos 3.000 toneladas de nitrato de amonio. Es un componente explosivo, es una bomba de relojería, y no sólo lo tenemos durante seis años almacenado en el puerto, sino que además está junto a neumáticos y fuegos artificiales”. Es decir, todo lo que está prohibido almacenar por el peligro que conlleva estaba allí. Hubo un informe, se pasó, llegó a las más altas instancias, léase el Presidente y el Primer Ministro, no tuvieron tiempo, no bajaron, cancelaron la visita, algo raro ocurrió y luego estos materiales estallaron llevándose por delante a 210 personas, 7.000 heridos y 350.000 desplazados.

Y no se ha asumido responsabilidad alguna, hasta tal punto de que dos años después, el pasado 4 de agosto, ha vuelto a caer otra parte del silo porque se está derrumbando en pedazos y no han tenido ni la poca decencia de destinar una cantidad de dinero para tirarlo abajo y evitar así que no haya más muertes ni más víctimas. Y no sólo eso. La investigación no va a ningún sitio y además tres personas envueltas en la misma, entre ellas el fotógrafo militar que tomó las primeras imágenes en el puerto, han muerto de forma opaca e inusual. Uno se suicidó, otro fue asesinado y ha habido otras tres o cuatro muertes extrañas. Los periodistas que han hecho investigaciones apuntan hacia que ese nitrato de amonio iba en dirección a Siria en 2014, que es cuando se almacenó; tiene todo el sentido del mundo porque era cuando el régimen de Bashar al-Assad estaba lanzando bombas barriles sobre su población. Pero algo tiene que haber para que estén otros partidos implicados, porque unos apuntan a Hezbolá, otros a Hariri, todo el mundo apunta a todo el mundo, pero aquí nadie ha sacado adelante ninguna investigación.

Y ya han pasado dos años. En su día dijeron que en diez días tendrían los resultados, pero no van a salir, no lo vamos a saber nunca y el problema es que una vez más, al igual que ocurrió con Hariri, con tantos otros asesinatos, con tantas otras explosiones y estallidos, todo se queda en un sistema de impunidad y la gente está harta de no obtener justicia. Y no sólo es una cuestión de justicia, sino que también hay que ponerse en la situación de los familiares de esos 7.500 heridos que no pueden recibir tratamiento, porque el seguro médico hasta que no se dictamine que es un acto de sabotaje, un acto terrorista o un accidente no va a cubrir los tratamientos de gente que ha perdido un ojo, una pierna, que necesita rehabilitación o una operación. Y el Estado tampoco lo cubre hasta que no se determine. Es decir, esas 7.500 personas que se han quedado en el limbo se pueden quedar cojas, ciegas… porque ni el seguro que ellas tienen ni el Estado les están cubriendo los tratamientos que necesitan. Una vez más, cuando ya ha terminado de sablear el dinero a todos los libaneses, ahora el Estado está poniendo la responsabilidad de mantener con vida a sus ciudadanos sobre los bolsillos de la diáspora libanesa, que son los que están ayudando.

La situación de los refugiados sirios es deplorable. Es un país en el que no tienen trabajo, en el que no son bienvenidos, en el que son tratados con desprecio y en el que los políticos los utilizan como cabeza de turco.

También le querría preguntar por la crisis de los refugiados sirios, uno de sus principales temas de interés. ¿Qué trato están recibiendo en el Líbano por parte de las autoridades y cuál es su situación en la actualidad? Se está estudiando la posibilidad de que sean repatriados a Siria, bajo una supuesta amnistía por parte del Gobierno de al-Assad.

La situación de los refugiados sirios es deplorable; yo diría que bastante peor que la que tienen en Jordania y Turquía. Es un país en el que no tienen trabajo, en el que no son bienvenidos, en el que son tratados con desprecio y en el que los políticos los utilizan como cabeza de turco para decir que si la crisis económica está ahí es porque están acogiendo a un millón y medio de refugiados sirios, sin contar que la comunidad internacional ha puesto más de 25.000 millones de euros en los diez años de crisis. De modo que el gran “coste” que infligen los refugiados sirios para esos países lo sufraga la comunidad internacional y el mayor donante es la Unión Europea. Pero ese es el discurso de cabeza de turco de cara a su mercado doméstico que tienen Turquía y el Líbano para explicar su mala gestión, en vez de reconocerla y asumir la existencia de una enorme corrupción. Siempre es más fácil decir que la culpa la tienen los refugiados sirios. Es un discurso muy oído en Turquía y el Líbano, más ahora en tiempos de crisis y de elecciones y el problema es que está alimentando el discurso del odio.

Para que se haga una idea, y esto no es nuevo, hay poblados en los que hay toques de queda específicos, en los que los ciudadanos sirios no pueden circular a partir de las siete de la tarde, no pueden usar motos, vehículos… Con la reducción de la ayuda internacional, la situación es que ahora falta de todo, se está en los mínimos. Para un refugiado que ha tenido que irse de su casa con un trauma a cuestas, ya sea un adulto o un niño pequeño, el problema es la cabeza. Un niño que se haya ido con cinco años y ahora sea un adolescente de 15 forma parte de la generación de los analfabetos, porque no están recibiendo educación. Los refugiados sirios ya no se mueren de hambre, aunque algún bebé se muere de frío cada invierno; tienen el estómago más o menos cubierto con la ayuda internacional, pero el problema es el limbo en el que se encuentran, de no poder retornar, de no poder construir viviendas sólidas porque eso significaría que se quedan en el Líbano, un caso parecido al de los palestinos. Con lo cual están en un limbo en el que ni pueden establecerse en el país en el que han sido acogidos, ni pueden retornar al suyo.

Los planes de retorno tampoco son nuevos. Llevan desde 2016, están negociados entre Damasco y Beirut, Hezbolá por un lado y el Ejército sirio por otro. Esos planes de retorno pasan ahora porque hay más crisis económica, hay muchos sirios que quieren retornar porque, no todos los que están en el Líbano son refugiados, muchos son migrantes económicos para los que volver a su pueblo no les supone un peligro de vida, pero sí se encuentran con todo destruido, con lo cual no disponen de medios económicos para vivir allí, ni tienen las ayudas que reciben en el Líbano. No obstante, algunos de los que han huido por motivos económicos están dispuestos a retornar y dejar a atrás la vida que están llevando en el Líbano y ese es un retorno organizado. No se puede decir que sea obligado, porque no los meten en camiones ni los echan, pero es cada día más forzado por parte del Gobierno libanés que se quiere deshacer de los sirios que tiene en su territorio.

El problema es que sólo las mujeres, los niños y los hombres viejos son los que están retornando, porque los jóvenes en edad de hacer el servicio militar no van a volver ante el riesgo de perder su vida. Los hombres jóvenes son susceptibles de haber luchado con la oposición y por mucha amnistía que haya corren bastante riesgo de acabar en una mazmorra torturados. Así es cómo funcionan los retornos ahora mismo y hay gente que no va a retornar nunca porque ha formado parte de la oposición y sabe de sobra los riesgos a los que se enfrenta. Esa gente se va a echar al mar, a Turquía, a Europa, antes que ser forzada a volver a Siria.

Y el último punto, para hablar de la perspectiva del Gobierno y la población libanesa: están hastiados. La guerra de Siria se alarga mucho en el tiempo y pensemos que el Líbano tiene una población de cuatro millones de habitantes, a los cuales se suman un millón y medio de sirios y medio millón de palestinos. Estamos diciendo que casi un tercio de la población del país, de cada tres personas que andan por la calle, una es palestina o siria. Es un peso enorme para un país que tiene unas infraestructuras ya de por sí deficientes para su propia población. Y si les sumamos dos millones que tiran desechos, que usan electricidad, agua y en muchas ocasiones de forma ilegal, desconectando cables o tirando las basuras en medio de la nada… significa un coste adicional al país y una saturación de unas infraestructuras que ya han colapsado desde hace tiempo. Es el país con la más alta densidad de refugiados de todo el mundo, un país que se puede recorrer de arriba abajo en tres horas de coche. Tener un cuarto de la población de refugiados es mucho peso y es normal que busquen una solución. El problema, como todo, es que lo hacen de manera desorganizada, y si se dan fondos para ayudarles se quedarán con la mitad, que es lo que suelen hacer por la corruptela crónica que hay entre las filas de la élite política.

Por último, me gustaría aludir al libro Balas para todas, del que es coordinadora y coautora, que ofrece una visión distinta del papel de la mujer en países en guerra. Como mujer que ha tenido acceso a espacios privados vetados para los hombres, ¿qué destacaría de lo que ha descubierto de estas mujeres encasilladas habitualmente en el papel de víctimas por parte de Occidente?

He descubierto un abanico muy amplio y muy ancho de roles de las mujeres en los conflictos. Puedo empezar por el ejemplo con las yihadistas, las extranjeras, sobre todo las occidentales. Cuando compañeros hombres empezaron a cubrir el tema, como no les daban acceso y no podían hablar con ellas, las llamaban “las novias del ISIS”, haciendo entender a la opinión pública que eran pasivas, que habían sido lobotomizadas. Eso funcionaba para menores de edad, tanto mujeres como hombres, pero no para mujeres mayores de 30 años, cabales, ingenieras, que se fueron allí, que se sumaron al Estados Islámico conscientes y con un discurso muy radical. Para mí esas no son novias del ISIS, sino el Me too yihadista. Y el problema de pintar a unas mujeres como inofensivas novias de, puede eximirlas de la responsabilidad penal que tienen. Ese, por ejemplo, es uno de los roles, el de las radicales del Estado Islámico, que ha sido una novedad, porque en Al-Qaeda no se les daba ese papel a las mujeres. Eso ha sido un cambio ideológico y radical dentro del Estado Islámico.

Las kurdas, por supuesto, las peshmergas, las mujeres que luchan con el Ejército sirio que tienen un batallón –de las que poca gente ha hablado debido a que como trabajan para el gobierno no quieren mostrar esa visión positiva-, esas mujeres que han tomado las armas están entregando sus vidas para defender su territorio también, en un mar de patriarcado, es decir, que están luchando contra su propia sociedad, en una lucha metafórica de alguna forma, y una lucha real.

Luego tienes a las mujeres que han huido, mujeres que no habían salido de su casa, mujeres religiosas, veladas, que todo lo que conocían era su hogar donde hacían las compras, se han quedado viudas y de repente han sentido tanto miedo que han agarrado a sus hijos y se han lanzado a la travesía del Mediterráneo para buscar una vida mejor en Europa. Y esa travesía de 14 kilómetros en barca desde las costas de Turquía hasta las costas griegas, una travesía que lleva tres horas en patera, en la que miles de personas han perdido la vida, es una travesía transformadora para esas mujeres, porque de repente se convierten en el padre de familia, en la que toma las decisiones, en la que lidia con otros hombres, la que negocia. Y eso también les ha pasado a las que se han quedado en casa, que han tenido que tomar las riendas del negocio de un marido muerto o de un hijo que se ha ido a la guerra.

Para ponerte un paralelismo que es más fácil de entender, durante la Segunda Guerra Mundial en Europa los hombres estaban en el frente y fueron las mujeres las que se insertaron en el mercado laboral y en la industria. Pues eso es lo que está ocurriendo en muchas zonas, sobre todo en Siria. También como anécdota: como no hay hombres, se casan más tarde y tienen menos hijos, van más tiempo a la universidad, que es gratuita… Está habiendo una transformación, lenta, que no digo que sea positiva o negativa, al igual que la hubo en Europa y en España, por supuesto, durante la Segunda Guerra Mundial, para que después las mujeres dijeran: “No nos vamos de aquí, hemos conseguido nuestra libertad y nuestra independencia económica”, y eso es lo que les ha dado otros muchos derechos en la sociedad, que antes no tenían. Entonces, hay muchos roles de los que hablar, un papel de la mujer que cambia el concepto de víctima por excelencia que se tiene, pero también el concepto de cómo una guerra impacta a la sociedad porque nosotras somos capaces de analizar ese cien por cien de la población y no el cincuenta por ciento de la misma. Y también porque nos traemos relatos más originales que los de compañeros hombres que tienen vetados.

Una de las historias que incluye el libro es muy interesante, e incluso divertida aunque sea de guerra: la que cuenta la compañera italiana Nancy Porsia. Nosotras cuando vamos a las zonas de combate siempre pasamos un momento incómodo porque si te toca dormir en una base militar son todo hombres. Se trata de personas muy hospitalarias, bastante higiénicas, pero bueno la higiene que se puede tener en un barrizal en una zona de combate es la que es. Entonces, siempre están un poco avergonzados e incómodos sobre qué baño cedernos -como todo va segregado de ahí que tengamos más acceso-, qué cuarto asignarnos, sacando a 30 hombres que al día siguiente van a luchar para dejárselo a una periodista que duerma tranquilamente. Hacen esas cosas que, obviamente, hay que rechazar. Nancy estaba en Irak y decidió hacer un reportaje sobre Um Hanadi, una mujer que atraía mucho a los medios occidentales porque esta señora era la única mujer líder de una milicia que además era suní, y ella era chií, o sea que había una diferencia religiosa entre la confesión que practicaba y la de los 70 hombres a los que dirigía. Y encima estaba velada, lo que era aún más atractivo para los medios occidentales. Además, esta mujer cuando capturaban a combatientes del Estado Islámico una vez muertos, pos mortem, hervía sus cabezas. Ahí había una historia suculenta y Nancy decidió hacerle una entrevista.

Era una señora de 40 años. Llegó tarde y a la hora que repartir las camas, Um Hanadi le dijo a Nancy que le tocaba dormir con ella. Al principio Nancy dudó de dormir junto a una comandante que hierve las cabezas de yihadistas del ISIS, pero al mismo tiempo era el lugar más seguro donde estar y al ser la única mujer era lógico que durmiera en su cama. Esta fiera guerrillera su puso su pijama de corazoncitos y conejitos y ya en la cama las dos entablan una conversación de almohada. Nancy le pregunta entonces: “Comandante, usted, por qué hierve las cabezas de sus enemigos?”. Y Um Hanadi le cuenta cómo en su casa entraron yihadistas del Estado Islámico, violaron a su madre y a sus hermanas delante de ella, y las mataron, así como a su padre. Luego cuenta cómo mataron a su primer marido y ahí decide tomar las armas porque lo único que tiene es sed de venganza, vengarse y echarlos de aquí. A partir de ahí se casa con un segundo guerrillero y también lo matan. Entonces, como estaba combatiendo con él, ella se convierte en la líder de la milicia que estaba liderando su marido. Y dice que los yihadistas, como piensan que van a ir al paraíso, tienen que ser enterrados de una forma determinada: antes hay que lavarlos, amortajarlos y enterrarlos lo más rápido posible. Ella consideraba que decapitándoles, desprendiéndoles la cabeza del resto del cuerpo, hirviéndola, les impedía el pasaje al paraíso, dejándoles en un limbo. Es una forma de vengarse de ellos y de decirles que incluso muertos no iban a conseguir lo que querían.

Ser mujer le permitió tener esa conversación tan íntima con una comandante “hierve cabezas”, con un pijama de corazoncitos en una cama de matrimonio en medio de un frente. Si hubiese sido un comandante hombre y un periodista hombre esa escena no se hubiera dado a la inversa.

Este libro debería leerse en Occidente para derribar estereotipos sobre las mujeres…

Sí y, en cuanto a estereotipos, además a nosotras no nos es más difícil cubrir Oriente Medio, sino más fácil, simplemente tenemos que estar navegando entre nuestro estatus híbrido de ser periodista extranjero que nos deja acceder a los frentes y periodista mujer que nos permite acceder a las zonas de las mujeres. El único miedo añadido que tenemos es que nos violen, un riesgo que siempre ha existido en todas las guerras, pero que hoy en día desafortunadamente como el umbral de la violencia va subiendo a más, también les pasa a hombres, a niños y a cualquiera a quien encarcelen. Ya no es exclusivo de la mujer.

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