Revista Casa Mediterráneo

Pedro Olalla: “La actitud humanista es el mejor antídoto contra la indiferencia”

en junio 3, 2022

El helenista Pedro Olalla, uno de los máximos exponentes de nuestro país en el conocimiento y la divulgación de los valores de la Grecia clásica, estuvo el pasado 1 de junio en Casa Mediterráneo para ofrecer el coloquio titulado Como las ranas de Sócrates. Los profundos orígenes de la cultura en el Mediterráneo. Este asunto, no exento de controversia, lo aborda en su último libro Palabras del Egeo. El mar, la lengua griega y los albores de la civilización’ (Acantilado, 2022), un ensayo en el que un padre que espera a su hijo en un lugar perdido del Egeo reflexiona sobre la lengua griega y su hondura como exégesis del mundo. Un relato profundo y poético, basado en evidencias científicas, capaz de cambiar la visión del lenguaje, de la historia de los griegos y de la propia historia de la civilización tal como la conocemos.

Con el propósito de acercarnos a estos sorprendentes hallazgos, que permiten hacer una revisión de la historia, y valorar en su medida el legado de los antiguos griegos mantuvimos una entrevista con Pedro Olalla, venido de Atenas, donde reside desde 1994.

Escritor, profesor, traductor, fotógrafo y cineasta, por el conjunto de su obra y por su labor en la promoción de la cultura griega, Olalla, ha recibido, entre otros importantes reconocimientos, los títulos de Embajador del Helenismo (por el Estado griego), Caballero de la Orden del Mérito Civil (por el Estado español) y miembro asociado del Centro de Estudios Helénicos de la Universidad de Harvard.

Entre sus obras destacan el Atlas Mitológico de Grecia –patrocinado por la Fundación Onassis y premiada por la Academia de Atenas–; la serie documental de televisión Los lugares del mito; la película documental Ninfeo de Mieza: El jardín de Aristóteles’; el libro Arcadia Feliz; la trilogía integrada por Historia Menor de Grecia’, ‘Grecia en el aire’ y  ‘De senectute politica: carta sin respuesta a Cicerón’; así como las películas ‘Con Calliyannis’,  ‘Grecia en el aire, versión audiovisual de su libro homónimo, Juan de Fuca. En busca del Paso del Nortey Francisco Albo. Marinos griegos en la primera vuelta al mundo, estas dos últimas realizadas con la colaboración de Casa Mediterráneo.

Numerosas palabras griegas han sobrevivido al paso de los siglos, navegando por mares y océanos y cruzando vastas extensiones de tierra, hasta llegar a nuestros días. Palabras designadas por los antiguos griegos para nombrar el mundo de una manera poética y cargada de sentido, que no fueron escogidas al azar. ¿Cómo fueron concebidas estas palabras? ¿Podrías ofrecernos algunos ejemplos?

Nuestra forma de hablar –y, por tanto, nuestra forma de pensar y percibir la realidad- está marcada desde sus orígenes por la lectura del mundo que hicieron los griegos. Y no digo “los griegos” en un sentido restringido a la Grecia clásica, sino los griegos en un sentido amplio y profundo, aludiendo a toda la civilización formada desde el Neolítico en el espacio del Egeo y sus tierras aledañas. Explorar la conformación de su milenaria lengua –y, por tanto, la de su cultura- nos permite cobrar cierta consciencia del proceso por el que hemos llegado a hablar y a razonar como lo hacemos y de nuestra deuda con esa civilización.

Por ejemplo, si llamamos física a la ciencia que estudia la naturaleza y las leyes que la rigen es, evidentemente, porque los griegos llamaron φυσική [fysiké] al “arte de estudiar la naturaleza”, a la que, en su conjunto, llamaron φύσις [fýsis]; y la llamaron φύσις [fýsis] porque brotar se decía φύω [fýo], y concebían la naturaleza como “el conjunto de todo lo brotado”, “lo nacido”. A las plantas –que son por excelencia “los seres que brotan”-, las llamaron φυτά [fytá], un adjetivo construido sobre el verbo φύω [fýo].

Y al hijo lo llamaron υἱός [hyiós], porque es como un “retoño, como un “brote”. Y el verbo φύω [fýo] contiene, a su vez, el verbo ὕω [hýo], que significa “llover”, condición necesaria para que todo brote. Sólo Zeus, de quien provenía la lluvia, podía ser sujeto de ese verbo; y, a las ninfas de la lluvia las llamaban híades, como seguimos llamando hoy a las estrellas de la cabeza de la constelación de Tauro. Y, finalmente, en el verbo ὕω [hýo], “llover”, está contenida la vieja raíz ΣΥ [sy], relacionada con el “agua de lluvia”, presente aún en palabras que van desde “sudor” hasta “hidráulica”. Hablamos y pensamos, pues, combinando unas piezas que fueron diseñadas, hace milenios, por la civilización del Egeo.

Panorámica de la portada del libro ‘Palabras del Egeo’

En tu último libro, Palabras del Egeo”, un narrador en primera persona descubre a su hijo el origen de esas palabras y le desvela, en base a evidencias, la posible génesis de la civilización griega. ¿Por qué elegiste esta fórmula narrativa?

Esta obra aborda un “corpus” enorme que va desde la lingüística hasta la ética, pasando por la arqueología, la historia, la geología, la náutica, la genética o el análisis de materiales. Por eso, si pretendía ser un relato literario de compendio y no una enciclopedia, era absolutamente necesario definir la figura de un destinatario.

El destinatario de todo este relato es mi hijo Silvano, un joven que ha nacido en Grecia y ha aprendido el griego de forma natural, pero que carece de esa reflexión metalingüística y de las referencias, sobre todo de lo que, a partir de ese entorno, ha ido dando forma a nuestra civilización.

El destinatario, pues, inspira y condiciona la forma del relato; pero es el lector el que se beneficia finalmente, leyendo “furtivamente” un texto que no se presenta como formulado directamente para él. Dicho de otro modo, hubiera sido imposible para mí escribir un libro tan diverso como este teniendo en mente a un lector abstracto y desconocido.

Como las ranas de Sócrates, el título de la charla que has ofrecido en Casa Mediterráneo, alude a la frase del célebre filósofo que definió a los griegos como humildes ranas asomadas al mar”. ¿Qué quiso decir con ello?

Sócrates, hablando de los hombres en el “Fedón”, dice que, vistos desde el éter, seríamos “como hormigas al borde de un pantano” o “como ranas que viven asomadas al mar”. Más allá de la sugerencia de esta imagen para reflexionar sobre lo humilde y limitado de nuestra condición humana, me ha parecido muy gráfica para entender nuestra civilización como una civilización nacida en las orillas de esta charca del Mediterráneo y dispersa después, en todas direcciones, como las ondas que genera un guijarro arrojado a sus aguas.

Hablando del Mediterráneo, los romanos llamaron a este mar Mare Nostrum, pero antes los griegos ya denominaron al Egeo nuestro mar”. ¿Podría afirmarse entonces que la designación del Mediterráneo como “Mare Nostrum” fue una creación de la cultura griega?

Sí, mucho antes de que los romanos formaran un imperio alrededor del Mediterráneo y lo denominaran “Mare Nostrum”, ya los griegos se referían al Egeo como “ἡμετέρα θάλασσα –es decir, “nuestro mar”– y con otras denominaciones afines. Pero más allá de la denominación, está el hecho del dominio de la navegación: el elemento diferencial de la cultura del Egeo y lo que la llevó a convertirse en una potente civilización. Y ese elemento sí que es antiguo; hay evidencias de navegación desde el Paleolítico, y los hallazgos de obsidiana prueban que ya se comerciaba con ella por mar desde hace, al menos, doce mil años. Fueron las naves, pues, las que posibilitaron esa vida “como ranas alrededor del mar”; las que han marcado el carácter de esta cultura que hoy llamamos “griega” desde momentos en que aún era temprano para hablar propiamente de civilización.

Lo que “Palabras del Egeo” trata de explicar y argumentar es que lo que llamamos “pregriego” es, en realidad, “protogriego”; es decir, que la cultura que llamamos griega se gesta en este espacio desde los tiempos más remotos como una civilización autóctona que evoluciona a lo largo de milenios sin que se pierda la continuidad.

La versión hasta ahora imperante de la historia ha considerado a los sumerios la civilización más antigua del mundo. Una serie de hallazgos de diversa naturaleza pondría en cuestión este relato aceptado de una forma casi dogmática. ¿Sería necesario una revisión de la historia a la luz de estas nuevas evidencias?

El influjo de la teoría tradicional del “Creciente fértil” –introducida hace un siglo por autores como Breasted, Montelius y Childe- consiguió hacernos concebir la civilización como un hilo que sale de Mesopotamia y ensarta sucesivamente a sumerios, egipcios, acadios, babilonios, hebreos, fenicios y otros pueblos.

Junto a esta teoría, asumida como una realidad histórica incuestionable, vino a formularse la teoría del indoeuropeo, que concibe a los griegos como un pueblo que, en el segundo milenio antes de Cristo, habría llegado a las tierras del Egeo, procedente de un lugar impreciso e imponiendo su lengua y su visión del mundo sobre un confuso sustrato cultural mediterráneo, ajeno a sus orígenes y llamado, con condescendencia, “pregriego”.

Lo que “Palabras del Egeo” trata de explicar y argumentar es que lo que llamamos “pregriego” es, en realidad, “protogriego”; es decir, que la cultura que llamamos griega se gesta en este espacio desde los tiempos más remotos como una civilización autóctona que evoluciona a lo largo de milenios sin que se pierda la continuidad.

Dicho de otro modo, gran parte de los rasgos por los que hoy reconocemos la cultura helena -los mitos, los dioses, los ritos, la música, el vino, el aceite, el uso de los metales, el trabajo de la piedra y del mármol, la navegación, la curiosidad científica, la sensibilidad artística y, por supuesto, la propia lengua- pueden ser rastreados con certeza en este espacio geográfico durante los milenios anteriores a la supuesta “llegada de los griegos”, y algunos de ellos -como los mitos o la navegación- hunden sus raíces a través del Neolítico hasta llegar a tiempos más remotos aún. Lo curioso es que así lo veían los griegos antiguos, y que el revisionismo de la historia a la luz de nuevas evidencias y nuevas herramientas de estudio nos está confirmando, en gran medida, la visión que ellos tenían de sí mismos.

¿Transmiten, pues, los mitos información histórica de tiempos remotos?

Los mitos son, indudablemente, las memorias más antiguas de nuestra civilización. Y son una amalgama de informaciones de muy diversa índole, desde lo geológico hasta lo político. No pueden tomarse al pie de la letra para hacer historia de manera científica, pero sí contienen muchos elementos que, interpretados a la luz de la ciencia, nos informan sobre conocimientos y estadios remotos de la civilización. Es curioso, pero, a veces, los datos aportados por los mitos nos están ayudando a “desmitificar” la historia.

La vocación de la cultura griega por cifrar por escrito su experiencia en el mundo es lo que la ha hecho tan duradera e influyente.

La griega es una cultura marcadamente literaria. A la luz de la investigación actual, ¿qué podemos decir de la invención de la escritura?

En efecto, la cultura helena es una cultura eminentemente literaria. Su vocación por cifrar por escrito su experiencia en el mundo es lo que la ha hecho tan duradera e influyente. Es verdad que puede haber cultura sin haber escritura; pero cuando así ha sido, el saber y la memoria han supeditado su existencia a la de sus depositarios, que a menudo formaron una élite, cuando no una estructura de dominio. La escritura, en cambio, guarda el conocimiento fuera de las cabezas, genera una memoria que viaja por sí sola, permite a cada uno aprender por sí mismo, creando así un espacio íntimo para la duda y para el pensamiento; es decir, un espacio para la libertad. Para mí está muy claro que la cultura griega nunca hubiera llegado a ser lo que fue, ni a influir como ha influido, sin la existencia de las letras y de la escritura.

Y sobre la invención de la escritura hay mucho de nuevo que decir. Las evidencias arqueológicas y el estudio profundo de muchas otras fuentes ya no permiten seguir afirmando que los griegos fueron una cultura oral hasta que compusieron su alfabeto inspirados por unos caracteres fenicios de los tiempos de Homero. Y ya no es sólo que tengamos la escritura lineal o la jeroglífica de Creta, sino que los hallazgos de caracteres muy parecidos a las “letras griegas” en el Palacio de Ramsés III, en cerámicas cicládicas del tercer milenio antes de Cristo o en fragmentos de barro o de madera y aún muy anteriores, así como el descubrimiento en los Balcanes de todo un inventario de signos de hace siete milenios –la llamada escritura de la Vieja Europa- entre los que encontramos decenas de caracteres idénticos a los de la escritura lineal minoica y micénica, y signos donde se reconocen casi todas las letras del alifato fenicio y del alfabeto griego, nos hacen pensar que la escritura nació en estas latitudes; y digo nació porque estos signos de los que hablamos son anteriores en dos milenios a las primeras inscripciones sumerias y en mucho más aún a la china.

Coloquio ofrecido por Pedro Olalla en Casa Mediterráneo

La palabra “ántroposes el término que los griegos nos dejaron para nombrar al Hombre, al ser humano consciente de sí mismo. En estos tiempos en los que imperan el pragmatismo y el vacío existencial, ¿no convendría echar la vista atrás para incorporar a nuestras sociedades la noción del humanismo griego?  

Claro que sí. Lo más valioso que ha inspirado esta vieja cultura ha sido una actitud de cultivo y de resistencia: el cultivo esmerado de nuestras facultades y la resistencia frente a la hostilidad del hombre con el hombre. Gracias a esa actitud, tenemos las conquistas de la ética, de la política, del pensamiento crítico y de la ciencia; y seguimos necesitando esa actitud para ponernos límites, para que nuestra responsabilidad crezca a la par de nuestra capacidad de obrar, para no desaparecer como víctimas de nuestras propias fricciones y delirios. La actitud humanista es el mejor antídoto contra la indiferencia, y no hay mayor amenaza para la humanidad que nuestra indiferencia.

El coloquio ofrecido por Pedro Olalla el pasado 1 de junio en Casa Mediterráneo puede verse en diferido a través del canal de YouTube de Casa Mediterráneo.

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