El veterano corresponsal Ramón Lobo vuelve a tierras alicantinas para participar en el ciclo “Periodistas y el Mediterráneo” en un encuentro que se celebrará el viernes 29 de octubre en las aulas del grado de Periodismo de la UMH en Elche con los alumnos universitarios. Casa Mediterráneo organiza este encuentro en colaboración con el grado de Periodismo de la Universidad Miguel Hernández de Elche con el fin de acercar la visión, las experiencias y el análisis de la actualidad y de la profesión periodística por parte de uno de los corresponsales españoles más prestigiosos. Su amplia trayectoria abarca la cobertura de conflictos bélicos en los cinco continentes, lo que le hizo merecedor, entre otros, del prestigioso XVIII Premio Cirilo Rodríguez de Periodismo en 2001.
Con anterioridad al encuentro, que podrá seguirse online el viernes 29 de octubre a las 11 h. desde la web de Casa Mediterráneo, mantuvimos una entrevista telefónica con Ramón Lobo para que nos hablara de su libro ‘Cuadernos de Kabul. Historias de mujeres, hombres y niños atrapados en una guerra’ (Península), que acaba de alcanzar su tercera edición. Sus páginas retratan las vidas de personas anónimas que malvivían en Kabul tras el desalojo de los talibanes del poder en 2001 por las tropas estadounidenses bajo supuestos aires de progreso y libertad. Un libro de plena vigencia a pesar de haber pasado más de una década desde que fue escrito y que con la llegada de nuevo al poder de los talibanes, vuelve a poner el foco en un país abandonado a su suerte.
‘Cuadernos de Kabul’ fue publicado por primera vez en 2009. Las historias de las personas que recoge en sus páginas están plenamente vigentes ahora que los talibanes han vuelto al poder. Es decir, la supuesta libertad que auguraba la presencia estadounidense en el territorio afgano no se tradujeron en progreso, educación y desarrollo, sino que la pobreza y la desesperanza siguieron campando a sus anchas. El libro parece que está escrito ayer.
Sí, está escrito en 2008, con prisa porque eran pequeñas historias publicadas en El País en dos periodos de ese año. El libro lo publicamos en 2009. Yo no soy un tipo que vende mucho. El libro llegó a sacar un segunda edición, que no se vendió entera, y ahora con la caída de Kabul la editorial lo recuperó y no sólo se ha vendido esa segunda tirada, sino que también han publicado una tercera. Lo mejor que se puede decir del libro es que han pasado once años y sigue vigente, es como si lo hubiera escrito ayer. Esas personas han crecido, sin duda, no sé lo que habrá sido de ellas, pero en el Kabul que dejamos las personas que abandonamos, a las que dimos ilusión, son éstas. No les hemos cambiado su vida, en lo esencial. Hay dos países: Una cosa son las ciudades como Kabul y Mazar-e Sarif y el mundo rural, que es mayoritario, donde el cambio ha sido cero.
Además, creo que nos hemos equivocado con el burka, que no es el problema. El problema es que no hay alternativa al burka. Es decir, si una mujer se lo quiere poner, que se lo ponga, está en su mundo, en su tradición. En el campo, si las mujeres no lo llevan se sienten desnudas. Llevará cincuenta años para una mujer decida no ponérselo, pero en las ciudades es distinto.
Creo que hemos fracasado porque en el 2003 se invadió Irak y se distrajo todo el esfuerzo militar que estaba haciendo Estados Unidos en Afganistán, que se abandonó a todos los efectos; se pensó que ya se había ganado la guerra. Y además modificar estructuras tribales que están relacionadas con la tradición puede llevar cincuenta años, y no con esfuerzo militar, sino con otro tipo de esfuerzos. Después, gran parte de la ayuda que hemos mandado para allá se ha diluido en la corrupción, en la nuestra y en la de ellos. Donde los americanos han puesto un cuartel, los españoles o quien fuera, los señores de la guerra de la zona son los que se han hecho con todas las contratas relacionadas con el mismo. Ésos son los que se han hecho ricos, no la gente de ese lugar. Y además, el otro día lo denunciaba una periodista del New York Times, muchas empresas americanas que han trabajado en Afganistán pertenecen a donantes de George Bush, o sea que tú donas al Presidente en su campaña y si resulta que gana las elecciones, luego te premia con negocios. Entonces, la mayoría del dinero se ha diluido. Lo que les hemos vendido es una ilusión de libertad y de libertad, poca. Y ahora todo esto se ha ido al garete, claro.
Si el analfabetismo afectaba entonces al 50% de los hombres y a dos terceras partes de las mujeres -con frecuencia los niños dejaban de ir a la escuela para contribuir a la exigua economía familiar- ahora que los talibán prohiben expresamente, de nuevo, la educación a las mujeres, ¿qué futuro les depara?
Los talibán no dejaban ir a las niñas a la escuela secundaria, a la primaria sí. Como dices, ahí muchas veces prima la situación de la familia. Normalmente, una niña de siete u ocho años no pasa nada por que vaya al colegio, pero luego cuando crecen un poco sí, las quieren en casa, trabajando y sobre todo las quieren casar para quitárselas de en medio, una boca menos. Entonces, claro, esto supone un cambio cultural muy profundo en Afganistán: que todas las mujeres no sólo tengan el derecho, sino también la obligación de ir hasta la escuela secundaria y después tengan la posibilidad de ir a una universidad supone una transformación muy importante. Son los cambios que en la política no se ven porque ésta se mueve en grupos de cuatro años al máximo para apuntarse los tantos en las próximas elecciones, pero la realidad necesita mucho más tiempo. Éstas son las cosas que sí producen cambios.
Lo que yo no sé, por tener una mínima ventana de optimismo, es cómo los pequeños cambios que se han producido en la mentalidad de la gente, sobre todo en las ciudades, van a operar dentro de quince años. A veces hacemos cosas que tienen efecto dentro de diez o quince años y no somos conscientes de eso. Creo que nosotros hemos lanzado piedras en el estanque que producen unas ondulaciones que hemos dejado de ver, pero que van a dar algún tipo de resultado. Para empezar, los talibanes que han llegado al poder son tan hijos de puta como los talibanes que se fueron, pero para empezar están manejando Internet, se meten en un mundo en el que las presiones van a ser mucho mayores. Turquía, que ha jugado más o menos de mediador, Qatar o Paquistán les están diciendo que no es islámico prohibir a las mujeres ir a la escuela. Hay una frase de Napoleon que contaba de los Rothschild -quienes fueron tan listos que financiaron a los dos bandos y así ganarían seguro- cuando necesitaba financiación para la Batalla de Waterloo que decía: “La mano que recibe siempre está por debajo de la mano que da”. Los talibanes necesitan ahora dinero, apoyo, ayuda. Ésa es la mano que recibe, con lo cual tienen que ceder en muchas cosas. Veremos a ver.
Los analistas políticos barajan la posibilidad de que los talibanes se guardan la baza de la educación secundaria de las niñas, en la que estarían dispuestos a ceder a cambio del reconocimiento internacional.
Igual que hemos vivido la fantasía en estos años pensando que estábamos liberando Afganistán, no podemos vivir en la fantasía de que no se puede reconocer a los talibanes. No estoy diciendo que tengamos que reconocerlos oficialmente mañana, eso también es producto de una negociación, pero hay que reconocer la realidad y ésta es que ellos han ganado la guerra porque nosotros no hemos sido capaces de sostener un gobierno que pudiera enfrentarles, no ya militarmente. El gobierno al que hemos sostenido era profundamente corrupto y los talibanes no lo son. Los talibanes son unos hijos de puta, pero no son corruptos. Por ejemplo, contaba Mikel Ayestarán que cuando los talibanes entraron en el Valle de Panshir lo que le sorprendió fue que no habían saqueado ninguna tienda, no entra en su cultura. En cambio, por ejemplo, en Siria: grupo que entraba en un pueblo, saqueaba absolutamente todo. En Afganistán habrá que pactar con los talibanes, reconocerlos de la forma que sea, son una entidad y ellos tendrán que aprender a moverse en un mundo que no es el de 1996, que es cuando tomaron el poder.
En el libro habla de la labor de los periodistas que van a cubrir un conflicto, que deben mancharse las botas, recorrer las calles y hablar con la gente del lugar para contar la realidad de primera mano. Desde una habitación de hotel poco se puede contar de la vida real. ¿Se ha encontrado con periodistas que trabajan desde la distancia?
Sí, yo creo que hay periodistas que trabajan desde Nueva York y hay periodistas que están en Kabul en un hotel de cinco estrellas y no salen a la calle, con lo cual es como si estuvieran en Nueva York. En vez de poner en la data, funano de tal desde Nueva York, que suena peor, pones desde Kabul. Pero lees una crónica e inmediatamente ves si tiene aquello que decía Larry Collins: “Toda crónica tiene que tener, color, olor y sabor”. Si tú no estás oliendo, percibiendo los aromas, viendo los colores, si no hay voces de gente no estás en la calle y si no estás en la calle no estás en el país, estás en otro sitio. Después también puedes salir a la calle y mancharte los zapatos y no enterarte absolutamente de nada, porque vas desde una especie de esquemas preconcebidos primermundistas.
Uno de los trabajos del periodista es desnudarse al máximo posible de todos sus prejuicios y tratar de empaparse de lo que hay allí, de lo que te dice la gente. Y todo eso lo tienes que contextualizar, porque si no son voces perdidas, tienen que estar en su contexto, y muchas veces en los periódicos grandes norteamericanos en una gran pieza se pueden juntar varias voces. El periodista que está recogiendo material en el terreno, tú, que estás en Nueva York, tienes 60 años y has estado en todas las guerras habidas y por haber y sabes de política, tienes un contexto que igual el periodista que está desplazado al lugar igual no lo tiene y juntos se establece una pieza que se entiende perfectamente. Por eso los americanos empiezan casi todas sus crónicas con una historia de una persona, que no es alguien suelto, sino una persona tipo de una realidad. Supone una forma de decir que estás ahí. ¿Empezarías a leer una crónica burocrática que comienza con datos? Hay una frase en la película de Billy Wilder ‘Primera plana’, en la que están discutiendo Walter Matthau y Jack Lemmon sobre dónde poner el nombre y dicen: “¿Quién diablos va a leer el segundo párrafo?”. Eso es lo que debería estar en todos los ordenadores de los periodistas. Tienes que hacer un primer párrafo lo suficientemente bueno, no tiene por qué ser llamativo ni extraordinario, sino simplemente atractivo para que atraigas al lector y siga leyendo.
¿Ese primer párrafo debería incluir entonces una historia personal que luego habría de contextualizarse con la gran película que hay detrás, como usted la denomina, en este caso, la situación de Afganistán?
Claro, es fundamental porque cuando lees la historia de una persona, automáticamente sabes que está hablando de alguien como tú. Es más fácil que tengas interés por leer lo que está pasando que si empiezo por una cifra o un dato. A veces se puede empezar de manera sorprendente. En una de las crónicas que no están en el libro pero que escribí para el periódico, cuando ganó Karzai las elecciones dije: Las elecciones que dice Karzai que ha ganado las ha perdido el jefe de la oposición, cité a toda la gente que también las había perdido, y Afganistán, porque fue una mascarada que no llevaba a ningún lado. Los comicios se hicieron para decirles a las madres de los soldados americanos muertos en Afganistán que sus muertes habían servido para algo, porque ya tienen democracia, pero democracia no es votar.
La democracia es un sistema que nace de un crecimiento económico y cultural de un grupo importante de la sociedad que demanda unos espacios de libertad para poder expresar su trabajo, su pensamiento, desarrollar sus empresas y demás. Eso va generando el espacio que produce una democracia, que es una consecuencia. Nosotros vamos con las urnas a sitios donde como dices casi todos o el 80% de las mujeres son analfabetas, que votan lo que les dice el jefe del clan y afirmamos que ya hay democracia porque están votando. Pero no, eso es un teatro.
En el libro recoge dos casos que son bastante ilustrativos al respecto: El de Malalai Joya, una de las 64 diputadas del Parlamento afgano, que fue expulsada de su escaño -cuando la ley no lo contemplaba- y amenazada de muerte tras arremeter en 2003 contra los jefes muyahidin en la Gran Asamblea (Loya Jirga). Y el de un político opositor que parecía bastante honesto, pero con escasas posibilidades de éxito, que se daba a conocer en una tienda de campaña frente al Parlamento.
Nosotros hemos sostenido esa mascarada porque en realidad no vamos a cambiar nada, si no somos capaces de cambiar las cosas ni en nuestros propios países… Vamos de campaña publicitaria a campaña publicitaria. Ahora todo lo que se está haciendo en el Sahel, por ejemplo, contra los grupos yihadistas es mentira. Frontex [la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas], que es la Unión Europea, tiene un presupuesto de 24.000 millones quinquenal para invertirlos en frenar la inmigración irregular. Ese dinero se emplea para ir a Mali, a Burkina Faso, pero no para mejorar esos países u otros de los que viene la inmigración, la gente huye de Boko Haram, de la violencia yihadista del Sahel. Vamos a estos gobiernos que son corruptos y les damos dinero para la seguridad a cambio de que adquieran tantos carros de combate, tanquetas, uniformes y cámaras de seguridad a nuestras empresas. Les damos dinero europeo para que compren productos de seguridad europeos. ¿Dónde está aquí la gente? ¿Dónde estamos modificando los entornos? ¿Dónde estamos creando espacios de seguridad para que las personas no tengan que emigrar? Si las personas tienen espacios de seguridad, no se van; se van porque no los hay, porque hay violencia, violaciones, grupos armados, etc. No estamos cambiando nada.
‘Cuadernos de Kabul’ está plagado de metáforas como el vuelo de las cometas, una larga tradición en Afganistán que fue prohibido por los talibanes y de nuevo lo ha sido, como si éstas fueran algo irreverente.
Es algo que está disputando a Dios el Reino de los Cielos. Tú escuchas las cosas que dicen muchos cardenales católicos -y en Valencia tenéis uno al que le gusta vestirse con capas de superman, Cañizares-, y son las mismas tonterías. Lo que pasa es que cuando las dices con un pañuelo en la cabeza parece que son más graves, pero las suelta la mayoría de las religiones, lo cual no implica que no haya gente religiosa haciendo trabajos extraordinarios.
En su libro muestra las continuas contradicciones en las que caen los talibanes al prohibir las cometas, la música, el cine y tantas otras cosas, que a ellos mismos les gustan. Incluso se les van los ojos detrás de las mujeres, mientras ocultan a las suyas para que no puedan ser observadas.
El próximo mes de noviembre saca un libro Natalia Sancha, estáte atenta, en el que un grupo de periodistas mujeres, alguna árabe y otras extranjeras que han trabajado en Oriente Próximo y hablan el idioma, muestra cómo la mujer periodista tiene ventajas sobre nosotros, los hombres. En Afganistán se ve claro. Primero, porque la figura del huésped, del invitado, es muy importante en el Islam. Si te permiten entrar en un espacio donde hay hombres talibanes eres una invitada y como tal estás protegida porque no eres una mujer como la de ellos. Luego, representas un tipo de mujer que a ellos les gusta, pero en los demás, no en las suyas, en una especie de atracción/rechazo. Además se te considera tonta, con lo cual hablan delante de ti sin saber que tú conoces el idioma y lo estás entendiendo todo. Y todo eso te da unas ventajas que quizás nosotros tenemos en menor medida. Y después, sobre todo, si accedes a las mujeres, si hablas el idioma, como les pasa a Natalia y a las otras periodistas, llegas a ellas sin traductor varón. Yo tengo que ir con un traductor que será siempre un hombre, con lo cual ya hay una doble barrera para que esa mujer se abra. En cambio tú, si hablas el idioma y eres mujer no tienes esas barreras. Pero es que además hay un tercer elemento: tú eres mujer y entiendes los silencios o las estructuras mentales de otras mujeres. Yo puedo ser muy listo, tener muchísima experiencia y entender muchas cosas, pero llego hasta un punto en el que no puedo ir más allá. Tú, sí porque eres mujer. Entonces, ser mujer periodista te permite en estos conflictos llegar más lejos.
Por ejemplo, Mónica Bernabé en Afganistán seguramente llega más lejos en la comprensión de muchas cosas que yo. Aunque yo tenga mucha experiencia y otras cualidades, da igual. Ser mujer te da unas ventajas cuando te sientas con otras mujeres en una casa y empiezas a hablar y, sobre todo, empiezas a escuchar los silencios. Tú sabes por qué no hablan, yo no sé por qué no están hablando y sin conocer el idioma no tengo nada que hacer.
Un fragmento de ‘Cuadernos de Kabul’ puede leerse aquí.