Revista Casa Mediterráneo

Shmuel Zeltser: “Bajo la esencia melancólica rusa, subyace el mensaje de ‘nunca te rindas'”

en octubre 28, 2018

Shmuel Zeltser es un joven compositor israelí que compagina su pasión por la música con el ejercicio de la arquitectura. Nacido en Tashkent (Uzbekistán) en 1984 llegó a Jerusalén con tan solo seis años ante la amenaza que suponía para la población judía la caída de la Unión Soviética. Desde edades muy tempranas mostró un talento especial para la música y comenzó a actuar y a componer con tan solo 12 años.

Desde entonces, su avidez por conocer diversos géneros musicales ha sido imparable, lo que le ha llevado a fundar su propia banda, Alla Esh, a iniciar carrera en solitario y a implicarse en múltiples proyectos. Uno de los más destacados ha sido la traducción del ruso al hebreo de temas de rock and roll y chanson de la era dorada soviética con el propósito de que las nuevas generaciones no sean ajenas a esa parte de la historia. Y para que ese tipo de canciones realmente llegue a la sociedad se ha esmerado en realizar arreglos musicales adaptados al gusto israelí.

Shmuel Zeltser ofrecerá por primera vez un concierto en Alicante, que pondrá el broche al IV Encuentro con Países del Mediterráneo, que Casa Mediterráneo ha dedicado en esta edición a Israel. La actuación tendrá lugar el domingo 28 de octubre a las 20 h. en la antigua estación de Benalúa. Recién llegado de Jerusalén, sin rastro de cansancio y haciendo alarde de humildad e inteligencia, el músico concedió una entrevista a la Revista Casa Mediterráneo.

¿Cuáles son sus orígenes?

Nací en Tashkent, Uzbekistán, y mi familia y yo nos trasladamos a Israel en 1990 debido a que la Unión Soviética se estaba desmoronando y nadie sabía lo que podría ocurrir. Como judío la situación era doblemente peligrosa, con los precedentes de cómo el antiguo régimen nos había tratado. Para ser iguales a los uzbekos y los rusos, teníamos que ser los mejores. Muchos de mis familiares emigraron a América, a Canadá, a Australia… Pero mis abuelos estaban realmente identificados con el sionismo y por eso nos mudamos a Israel.

La aproximación a la inmigración ha cambiado en los últimos diez o 15 años. Antes era un crisol. Tenías que borrar tu identidad para convertirte en israelí, en casa no debías hablar otra lengua. La mayoría de personas que vino de la Unión Soviética en los años 70 dejó de hablar ruso, nos odiaban por ser capaces de salvar nuestra cultura y continuarla de alguna manera; éramos un millón de personas, la ola más grande de inmigración que hubo en Israel. Y esa enorme masa de gente resultó abrumadoramente fuerte, imposible de manejar. Recuerdo que Tashkent, la capital de Uzbekistán, tenía 5 millones de habitantes, al igual que todo Israel, que de repente recibió otro millón de personas procedente de la Unión Soviética. Nuestros abuelos hablaban ruso, pero nuestros padres no. Enseñar a los niños nuestra lengua es algo nuevo.

Cuando me preguntan si me siento más ruso o israelí me suena a broma. La paradoja es que en la Unión Soviética éramos judíos en un sentido negativo y estábamos presionados para estar en el top, ser los mejores, intelectuales… Y cuando vinimos a Israel nos convertimos en rusos. Finalmente, hoy en día las instituciones están invirtiendo en recrear y conservar la cultura para que no se pierda y a través de la música se preserva la lengua. Ahora estamos orgullosos de ser israelíes y tener otra herencia.

¿Cuándo comenzó a escribir, componer e interpretar su música?

Muy pronto. Empecé a actuar a los 12 años y tras mi primera actuación comencé a escribir canciones. A los 15 años formé mi propia banda y desde entonces la música ha sido siempre parte de mi vida. He tocado todo tipo de géneros, desde heavy metal, música electrónica… estaba obsesionado con absorber más y más estilos y saber cómo interpretarlos. Ya sabes, era una buena manera de impresionar a las chicas (risas).

¿Qué tipo de música hace ahora?

Tengo en marcha varios proyectos. Soy un trovador, voy por ahí con mi guitarra e interpreto todo tipo de géneros. Pero mi proyecto personal consiste en traducir música folk y rock rusa al hebreo, para que la gente la conozca. Música y poesía de primera clase, canciones que forman parte del alma de la gente. Realmente creo que si la gente las conociera, entendería mejor al millón de personas que vino de la Unión Soviética. La música habla de historias, de la vida, de cosas que no puedes explicar con palabras. La música crea una atmósfera y ésa es la esencia. Bajo la esencia melancólica rusa, subyace el mensaje de “nunca te rindas; aunque la vida sea dura, de cualquier modo seguiré luchando y ganaré”.

¿Es difícil traducir las canciones rusas? ¿Gustan al público israelí?

Para mí es una prioridad traducir canciones rusas al hebreo. Me encargo de hacer arreglos para que la canción tenga un significado universal. Los arreglos rusos originales no llegan al oído del público israelí. Quiero que el mensaje les llegue, eso es lo más importante, por eso adapto los arreglos e incluso cambio ciertas palabras de modo que puedan sentirse identificados. Y funciona.

Otro de mis proyectos, que llevo a cabo junto a mi amiga la escritora Galit (Dahan Garlibach), es “Persona non grata”, donde combinamos nuestros trabajos poéticos y mostramos temas en parte sectarios, tabúes, históricos… que no sólo buscan la provocación, sino también llegar al alma. Pero esencialmente, tratamos de ser críticos con lo que vemos a nuestro alrededor. Galit tiene un don para conectar con la audiencia, es al mismo tiempo inteligente y comunicativa.

Además, toco la guitarra en varios proyectos de música uzbeka, junto a músicos de gran nivel a los que considero mi familia, de Tayikistán, de Israel… Me dedico a esto todo lo que puedo, porque es mi vida. En mi día a día soy arquitecto, aunque primero fui músico. Mi profesión vino 15 años después. Todo el mundo sabe que de forma paralela a la arquitectura pongo toda mi energía en la música y nunca voy a renunciar a ella.

¿Cuál es la situación de los artistas en Israel?

Durante mucho tiempo, la cultura ha sido muy elitista y europea, como un castillo al que pocos podían acceder. Pero en los últimos diez años hemos empezado a mirar hacia dentro y las instituciones ven el arte como una amenaza. Hace una semana se ha aprobado una ley de lealtad en el arte, que implica que un artista no recibirá financiación si sus contenidos van en contra de Israel. Cada vez el gobierno es menos tolerante hacia el arte crítico con las instituciones. Realmente, considero que hay una guerra cultural en Israel.

¿En qué consiste su proyecto ‘Iron Poems’?

Es una colección de la música sobre los inicios del rock and roll soviético, de la era dorada, que traduje al hebreo. Son canciones tras el Telón de Acero que he querido acercar a la sociedad israelí. Mi intención es que las personas de mi generación y más jóvenes que yo crezcan con estas canciones. La mayor parte de la música de esa época era ilegal y estaba perseguida, porque iba en contra de las instituciones. Te ponían en una lista negra, no te permitían actuar y si descubrían conciertos clandestinos se arrestaba a los músicos, al propietario del local e incluso al público. Era música manchada de sangre. Pero los héroes culturales de los años 70 y 80 todavía son admirados por la libertad que trajeron en este periodo oscuro de la historia. Quiero que la gente conozca estas canciones, que considero universales, y la barrera lingüística no debería ser un problema, forman parte del mosaico de Israel.

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