El 25 de enero de 2011 la céntrica Plaza Tahrir de El Cairo fue el escenario de un acontecimiento sin parangón en el mundo árabe: fue ocupada por cientos jóvenes que se movilizaron a través de las redes sociales, a la ola de las protestas de Túnez, en contra de las altas tasas de desempleo, los bajos salarios, la falta de viviendas y alimentos, la inflación, la corrupción, la ausencia de libertad de opinión, la represión policial y, en definitiva las pobres condiciones de vida de la población tras casi 30 años bajo el mandato de Hosni Mubarak.
Después de dieciocho días de protestas pacíficas, con un aumento progresivo de manifestantes nunca visto en el país, Mubarak dimitió y se abrió un período de transición de un año que abocó en unas elecciones democráticas en las que ganaron los Hermanos Musulmanes.
Con el fin de analizar la importancia de los sucesos de la Plaza Tahrir y lo que supuso en el devenir de las Primaveras Árabes y en la actual situación de Egipto, el pasado 12 de abril Casa Mediterráneo organizó un encuentro enmarcado en el ciclo ‘El Mediterráneo Hoy’ con Pedro Calvo Sotelo, ex ministro consejero de la Embajada de El Cairo, y Tomás López Vilariño, antiguo consejero de la Embajada de El Cairo, que vivieron en primera persona esos históricos acontecimientos.
Pedro Calvo Sotelo, ex ministro consejero de la Embajada de El Cairo
¿Cómo vivió usted los acontecimientos en la Plaza Tahrir que, pese al carácter pacífico de los manifestantes, se saldó con 3.000 muertos?
No había una tradición de manifestaciones de ese calibre. Los intentos de movilización social se quedaban en manifestaciones de 200 ó 300 personas, por diversas razones: Porque no había interés, porque no tenían gancho las convocatorias… Y los sucesos de Tahrir, como tantas cosas determinantes en la historia, como la Caída del Muro de Berlín, no fue algo previsto. De repente esa plaza se llenó y las personas congregadas no se quisieron ir. Allí se concentró el foco del mundo, que ya venía de Túnez. Una serie de acontecimientos hicieron que el régimen de Mubarak tuviera un miedo enorme a que lo que había ocurrido en Túnez pudiera reproducirse en Egipto.
Entonces, hubo una represión, en efecto, considerable, que por otra parte era relativamente habitual. Los defensores de los derechos humanos señalaban habitualmente en Egipto, en la época de Mubarak, fallos grandes en este sentido.
Con la llegada de los Hermanos Musulmanes al poder, a través de las urnas, ¿todo ese movimiento ciudadano, laico, que clamaba democracia y apertura vio finalmente frustradas sus aspiraciones?
En la Plaza de Tahrir es cierto que hubo en un primer lugar un movimiento juvenil, laico musulmán, aunque también había coptos, y los Hermanos Musulmanes se subieron a ese tren, porque vieron que, sin duda, tenía un recorrido grande. De manera que hay un momento en el que los Hermanos Musulmanes también están en la Plaza. Antes de las elecciones llega la libertad y ese período es lo que nosotros vivimos, el año que transcurre entre la caída de Mubarak y los comicios.
Ése es el momento realmente interesantísimo, de ebullición política, de creación de partidos políticos de todo tipo y también de moderación de partidos políticos tradicionales como los Hermanos Musulmanes, que acaban desarrollando, por presiones de la opinión pública occidental y de la propia opinión pública de la Plaza Tahrir, un programa que asumía los valores de la democracia, de la libertad y de los derechos humanos. En ese período se produjo la creación de periódicos, de partidos políticos, de movimientos asociativos… Como Embajada, de repente, íbamos a ver a gente que inauguraba una sede y nos recibía con las sillas todavía con el plástico por encima del escay.
Luego llegan las elecciones y es cierto que los Hermanos Musulmanes ganan, tienen una gran fuerza en el Parlamento y en las Presidenciales, así como los salafistas, pero en gran parte porque venían de una tradición de enorme presencia social en todo el país. Los Hermanos Musulmanes suplían al Estado donde éste no llegaba. En un país pobre, con 80 millones de personas, este partido atendía a la gente con necesidades y cuando llega la libertad le votan y gana.

Plaza Tahrir de El Cairo durante las manifestaciones de 2011
Cuando los Hermanos Musulmanes llegan al poder, ¿qué ocurre con las demandas de libertad del movimiento ciudadano originado en la Plaza Tahrir?
Lo que ocurre y ése es el debate, donde no es fácil terciar, es que los Hermanos Musulmanes toman el poder limpia y democráticamente en un período de transición donde está todo por hacer. Y por lo tanto, aunque habían elaborado su programa, bastante aceptable, conservan sus inercias antiguas, sin llegar a una democracia plena. Pongamos como caso comparativo Franco en el año 1975: primero hay un periodo de transición, unas elecciones en 1977, una Constitución en 1978, un Golpe de Estado en 1981, seis años después de la muerte de Franco… Es decir, que la transición es un período muy amplio y a Egipto no le da tiempo a realizarla por completo.
En estos momentos se está debatiendo en el Parlamento egipcio una serie de enmiendas a la Constitución que podrían otorgar mayor poder a los militares quitando independencia al poder judicial y alargar el mandato presidencial lo que, junto al incremento de la represión, denuncian organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional.
Me fui de Egipto en el año 2012 y no he vuelto, pero digamos que en un país tan grande e importante, en una región tan inestable, la estabilidad desde un punto de vista general es clave. Los países de la Unión Europea, evidentemente, buscan el bienestar económico, el progreso de la población y también, sin duda, la defensa del Estado de Derecho y de los Derechos Humanos, y en ese diálogo hay fricciones con Egipto. Hay una serie de reclamaciones por parte de la UE, que a la vez tienen que compaginarse con un deseo de estabilidad. Egipto se encuentra en un lugar enormemente tensionado y difícil, con vecinos como Libia, Sudán, Gaza, el mundo palestino e israelí… Ésa es la clave, cómo se puede ayudar a Egipto para que progrese en todos los ámbitos: Estado de Derecho, Derechos Humanos, economía, libertades… Ése es el desafío del diálogo que tiene hoy en día la Union Europea con Egipto.
A la vista de los acontecimientos, las Primaveras Árabes parecen haber conseguido mejorar la vida de la población en pocos casos, como Túnez, frente a lo acontecido en Siria, Libia, Yemen… ¿Por qué ha fracasado este movimiento en términos generales?
Cada caso tiene sus peculiaridades, pero es cierto que cuando empezó el movimiento en Túnez, un egipcio cultivado y viajado me dijo con toda naturalidad: “Si la Primavera Árabe llega a Libia, volverán las tribus, y si llega a Siria, habrá un baño de sangre.” Dejo ahí ese testimonio. Son dos pronósticos que desgraciadamente se han cumplido bastante. Es evidente que cada país tiene sus tradiciones, tensiones, minorías… Y es una pena que esa promesa haya triunfado nada más que en Túnez.
No obstante, indudablemente, aquella revolución de Tahrir sí que demostró la existencia de una juventud en Egipto, en su mayoría musulmana -allí los viernes se rezaba- pero que a la vez era partidaria de un régimen al estilo occidental, con un Estado de Derecho, partidos políticos, libertades, pluralidad de prensa… y que no necesitaba que viniera nadie de Europa para decirle lo que era la democracia. Ellos mismos lo sabían y lo defendían, de manera que fue todo un descubrimiento.
Hay que recordar que durante el año preelectoral todos los países europeos empezaron a venir y en concreto España, a instancias de la sociedad egipcia, organizó todo tipo de actividades para explicar nuestra transición, en el orden socioeconómico, los Pactos de la Moncloa, se distribuyó la Constitución española en inglés, se contó cómo se produjo la transición militar… fuimos a contar nuestra experiencia, no como doctrina, sino simplemente para que utilizaran lo que les resultara útil. Igualmente lo hicieron los países de Europa Central y Oriental, del área comunista, que también tuvieron su transición pacífica en mayor o menor medida, y todos se volcaron para transmitir esas experiencias de cambio.

Tomás López Vilariño y Pedro Calvo Sotelo, en el encuentro moderado por la periodista Sonia Marco – © María Gilabert / Revista Casa Mediterráneo
Tomás López Vilariño, antiguo consejero de la Embajada de El Cairo
¿Qué es lo que desencadenó el movimiento ciudadano en la Plaza de Tahrir?
Había un malestar difuso, no sólo de naturaleza política, sino también económica y social, una sensación de desarraigo, un rechazo a la corrupción, a las formas poco transparentes de gobierno… y cuando sucedieron las revueltas en Túnez se produjo un efecto contagio. Mediante un sistema de círculos concéntricos, primero salen a la calle los más convencidos, el 25 de enero, los jóvenes airados; luego, en un segundo momento, los jóvenes que estaban difusamente descontentos; en tercer lugar, los que se sienten descontentos en general, las amas de casa… Se produce un proceso que luego va generando ya su propia dinámica. Se ocupa el espacio público. Había mucha gente que estaba a disgusto con diversas dimensiones de la vida pública y cuando les presentas la posibilidad de canalizar eso políticamente, mediante una salida, la gente sale.
¿Cómo afectó este fenómeno al turismo, un sector de enorme importancia en la economía del país, que en el pasado ya había sufrido los atentados terroristas?
Se vio gravemente afectado. No se sabe cómo fue posible que tras el terrible terrorismo que hubo en la década de los 90, hubiera una capacidad de recuperación tan inmediata del turismo egipcio y, sin embargo, este movimiento que era cívico, generalizado y pacífico y que no atentó en ningún momento contra los intereses extranjeros provocara un efecto psicológico negativo en la gente.
Una cosa que llamó la atención desde el principio y dice mucho del pueblo egipcio y de su naturaleza pacífica, es que un movimiento que se desarrolló durante muchos días con ausencia total de fuerzas de seguridad en la calle, siguió presionando sin una alteración del orden público, estableciéndose un sistema de autoprotección ciudadano espontáneo, con gente que se protegía a sí misma con un grado de civismo enorme y un respeto a las mujeres durante las manifestaciones encomiable.
En todo Occidente, y en España en particular, se vio -porque había una cobertura en televisión 24 horas- un ejemplo positivo procedente del mundo árabe, algo que equiparaba al joven árabe con el joven español, sueco o danés, que pedía dignidad, una política limpia, un techo sobre su cabeza… Durante varios días asistimos a la refutación “en directo” del pernicioso estereotipo del árabe como un ser humano determinado por la religión ¡El 15-M en España, de algún modo, importa ese modelo de protesta de Egipto! Somos nosotros los que importamos su modelo de expresión cívica. En aquellas semanas escribí un artículo en Política Exterior que se titulaba ‘El deseable fin de la excepción árabe’ en el que insistía en eso: En cómo la Primavera Árabe pulveriza el nefasto axioma culturalista que pretende que los árabes musulmanes sólo piensan en la religión. Ahí se demostró que no, porque no hubo un solo mensaje religioso, y todo el mundo lo pudo ver, además, en sus casas a través de la televisión.
Lo que ocurre en Egipto refuta la pretensión de que cualquier reivindicación en esta parte del mundo se canaliza sólo en términos religiosos. Es una idea clave. Demuestra que no es así. La religión es una preocupación, una manera de canalizar inquietudes y una fuente de legitimidad política, pero ni mucho menos la única. Estas personas salieron a la calle y algunas arriesgaron su vida para defender en el fondo un gobierno honrado, transparente, limpio, una sociedad igualitaria con oportunidades para todos, donde no hubiera desempleo…
¿Ese movimiento cívico rebate el estigma que existe en Occidente de que la democracia no es posible en el mundo árabe?
Así es. Esa incompatibilidad no es real, pero repetirla machaconamente en Occidente acaba reforzando a los que en la otra parte consideran que sólo hay una manera de defender la propia identidad. Si nosotros insistimos en que la identidad del otro excluye los valores democráticos, de algún modo estamos fortaleciendo indirectamente a los que en el ámbito musulmán quisieran que efectivamente fuese así. Tenemos que traer más ejemplos de éxito a nuestra sociedad. Necesitamos que también aparezcan en nuestros medios de comunicación mujeres árabes y musulmanas directoras de cine, grandes profesionales, personas que hayan tenido éxito, que reflejen la pluralidad real de estas sociedades y no siempre insistir en una especie de paradigma que parece solamente privilegiar una dimensión: el árabe y el musulmán como perpetrador o víctima de injusticias atávicas e inevitables.
¿Qué significa el Tahrir? Lo que tiene de bueno y de valioso es que demuestra cómo una sociedad árabe contemporánea se moviliza en defensa de valores que todos compartimos y, por tanto, refuta, ante los medios de comunicación de todo el mundo, los grandes tópicos sobre la intolerancia religiosa, la incapacidad de que haya valores democráticos en estas sociedades y sobre la violencia como manera de expresión política. Todos quedan refutados en ese momento.
Con independencia de cómo haya acabado ese concreto ciclo político que llamamos la Primavera Árabe, su ejemplo forma parte ya del acervo árabe. Nunca más se podrá decir que la calle árabe no existe. Lo sucedido esos meses supuso la irrupción del pueblo como sujeto político que llevaba dormido en las sociedades árabes prácticamente desde la época de la descolonización. Al final ese ejemplo permanece.
¿El carácter de pacífico de las manifestaciones fue una decisión meditada o espontánea?
Fue un objetivo deliberado de los manifestantes. No se produjo de un modo impremeditado, sino que fueron ellos quienes deliberadamente quisieron, mediante su acción, subrayar ciertos valores, como eran la naturaleza pacífica de las manifestaciones, su carácter cívico respetando el mobiliario urbano, recogiendo la basura, respetando a las mujeres… Con su propia praxis durante esos días prefiguraron el Egipto que ellos aspiraban a construir. Es una lectura con la que nos tenemos que quedar.
Una lección para el presente es quedarnos con eso que ocurrió y convertirlo en parte de nuestro acervo a la hora de pensar en las sociedades árabes y musulmanas. No caer en la nueva tentación de decirnos que, como el resultado no fue el ideal, tenemos billete gratis para regresar cómodamente a nuestras posiciones culturalistas y deterministas. El problema es que muchas veces cuando pensamos en el mundo árabe y musulmán -y, en realidad, en cualquier hecho social- lo que nos gusta es vernos confirmados en nuestras ideas previas. Y yo animaría a la gente, tomando la experiencia del Tahrir, que yo viví personalmente y todos de algún modo, a no renunciar a que eso sea para todos nosotros un permanente desafío, una llamada de atención ante la tentación de acogernos a los prejuicios de toda la vida. Debemos recordar que aquello pasó de verdad y fue por algo.