Un tercio de los alimentos producidos para consumo humano se pierde o se desperdicia. Los países occidentales tiran casi la mitad de su comida, no porque no sea comestible, sino porque su aspecto no resulta atractivo. Mientras que los países en desarrollo pierden alimentos por la carencia de infraestructuras básicas para conservarlos. Esto ocurre mientras 690 millones de personas pasan hambre en el mundo según el último informe de la FAO. El activista Tristam Stuart, autor del libro ‘Despilfarro: el escándalo global de la comida’ (Alianza Editorial), abordará este fenómeno en la próxima sesión del ciclo ‘Gastronomía y el Mediterráneo’ que tendrá lugar el lunes 19 de abril a las 19:00 horas en la página web de Casa Mediterráneo y sus redes sociales.
Stuart es conferenciante, activista y experto en el impacto ambiental y social de los alimentos. Ha sido galardonado a nivel internacional y sus libros han sido descritos por el diario The Times como “una contribución realmente reveladora a la historia de las ideas humanas”. Su charla en la plataforma TED sobre el escándalo del despilfarro de alimentos ha obtenido casi dos millones de visualizaciones. En esta entrevista nos atiende desde Londres para profundizar en los impactantes datos del despilfarro alimentario y demandar un uso más responsable de los recursos globales.
En primer lugar, ¿cuál es la diferencia entre pérdida y desperdicio de alimentos?

Tristam Stuart
Esos términos se utilizan para ayudar a comprender que hay dos áreas principales de desperdicio. Lo que normalmente se piensa cuando nos referimos al desperdicio de alimentos es toda la comida que se tira en los hogares, en los supermercados, en los restaurantes, en las fábricas… Es algo deliberado y el resultado de un despilfarro derrochador de comida en buen estado. Se trata de un problema muy asociado a países relativamente privilegiados y a sectores pudientes de la población.
Mientras que la pérdida de alimentos se refiere al tipo de desperdicio accidental de comida, que se da particularmente en las granjas. Por ejemplo, esto ocurre en países africanos y algunos lugares del sur, donde no hay suficiente inversión en infraestructuras que eviten que los cultivos se enmohezcan y se pudran antes de llegar a los mercados. Los almacenes que no están preparados contra la humedad o la entrada de insectos favorecen que éstos se coman el grano o que se enmohezca antes de su consumo. Las frutas también se echan a perder de camino a los mercados porque simplemente carecen de una cadena de frío para conservarlas.
A día de hoy, una gran cantidad de esta pérdida de alimentos en las granjas también puede atribuirse a políticas deliberadas de supermercados que tratan mal a los agricultores y provocan que éstos se vean forzados a desperdiciar alimentos.Se trata de categorías borrosas que pueden ser útiles para comprender la existencia de fuentes muy diferentes en el desperdicio de alimentos.
¿Cuál es su mensaje ante el despilfarro alimentario que actualmente experimenta el planeta?
La comida, tal como la entendemos hoy en día, constituye el mayor impacto negativo que los seres humanos ejercen en el planeta tierra. Es, con mucho, la mayor causa de deforestación, la primordial fuente de emisiones de dióxido de carbono, la principal causa de erosión del suelo, la mayor consumidora de agua dulce, y esencialmente la razón principal por la que nos hallamos ante el actual fenómeno de extinción masiva de especies.
Y el hecho de que un tercio de toda esa producción y todo ese costo ambiental se haga para cultivar alimentos que nadie se come después es un absurdo obvio, al tiempo que constituye una gran oportunidad para reducir nuestro impacto en el entorno, así como para aumentar la disponibilidad de alimentos donde sea más necesario.
Pero hay otro paso más allá de eso, que quiero destacar, y es que hacer campaña sobre el desperdicio de alimentos es una forma muy efectiva de revelar y demostrar la hipocresía que hay en el corazón del paradigma que domina el sistema alimentario actual. Es lo que yo llamo el “paradigma productivo”: el argumento de las grandes corporaciones consistente en que lo que necesitamos en el siglo XXI es duplicar la producción de alimentos para el año 2050, o aumentarla en un 50, 60 o incluso un 70% para evitar una hambruna masiva de millones de personas a mediados de siglo.
Esa idea de que necesitamos duplicar la producción de alimentos para resolver los problemas alimentarios existentes es, a la vez, una estrategia realmente mala (literalmente, si lo hacemos, arrasaremos el planeta y posiblemente éste no pueda proporcionar alimentos a largo plazo), y una maniobra que se basa en la hipocresía, que tiene más que ver con el interés de las grandes corporaciones que con las necesidades nutricionales reales de la población humana. Y el hecho de que actualmente desperdiciemos un tercio de la comida del mundo demuestra que, en realidad, nuestro problema está en otra parte: tiene que ver con la distribución, con el uso sensato de los recursos.
Lo primero que debemos hacer es dejar de desperdiciar tanta comida, dejar de comer tanto en los países con un consumo excesivo y, en particular, dejar de ingerir demasiados alimentos que consumen muchos recursos, como la carne y los productos lácteos.
Usted enfatiza que, a nivel mundial, los alimentos se desperdician a una escala colosal. ¿De qué cifras estamos hablando? ¿La gente es consciente de la magnitud del problema?
En comparación con hace 20 años, la gente es mucho más consciente de la magnitud del problema y, de hecho, muchos países han adoptado una gran cantidad de medidas para resolverlo. Permítame retroceder 20 años, cuando comencé a hacer campaña públicamente sobre el tema del desperdicio de alimentos: literalmente, la conciencia pública estaba en un nivel cero, la atención de los medios a este tema era prácticamente inexistente, la inversión de los gobiernos para resolver el problema también casi nula, las grandes corporaciones nunca hablaban de desperdicio de alimentos, lo barrían debajo de la alfombra, y eso ha cambiado por completo. La gente es mucho más consciente ahora: no se puede ser una gran empresa alimentaria sin tener una estrategia de desperdicio de alimentos, los gobiernos de todo el mundo han invertido millones y millones de libras esterlinas en la concienciación pública y en convencer a las grandes empresas de que dejen de desperdiciar alimentos.
Ahora hay decenas y decenas de negocios realmente exitosos en todo el mundo, en España, América Latina, Europa y América del Norte, y start-ups dedicadas a abordar el desperdicio de alimentos, ya sea vendiendo verduras poco atractivas, ayudando a los restaurantes a reducir su desperdicio de alimentos o apoyando a las personas para que compartan alimentos que ya no quieren con sus vecinos. La situación se ha transformado por completo. En países como Reino Unido, por ejemplo, se ha producido una reducción per cápita de un tercio de toda la comida que se desperdicia en los hogares, lo que supone un enorme logro. El problema del desperdicio de alimentos todavía es masivo, pero la concienciación pública es mucho mayor.
¿Tenemos trabajo por hacer? ¡Oh Dios mío, sí! Tenemos los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas a los que todos los países del mundo se han adherido, y uno de esos objetivos, del que soy activista oficial de la ONU, es reducir a la mitad el desperdicio de alimentos para 2030. Aquí, en Reino Unido, estamos a medio camino de ese objetivo y el resto de países se encuentra detrás, por lo que debemos transmitir el mensaje de que esto es algo que debe detenerse: es disfuncional, ambientalmente destructivo, socialmente irresponsable y todos podemos ahorrar dinero y recursos asegurándonos de comer alimentos en lugar de tirarlos.
¿De dónde proviene su interés en los alimentos, los sistemas alimentarios y el desperdicio de comida?
Estratégicamente, como ambientalista, uno pretende encontrar los problemas en los que se pueda marcar la mayor diferencia en el menor tiempo posible. En estos momentos estamos ante una crisis total en el planeta y todos tenemos que hacer todo lo que podamos. Identifiqué el desperdicio de alimentos como uno de esos problemas con enormes impactos, pero que era relativamente fácil de resolver. De hecho, el Proyecto Paul Hawken reconoció la reducción del desperdicio de alimentos como una de las tres principales iniciativas ambientales para mitigar las emisiones de dióxido de carbono. Y esto está respaldado por un informe de la consultora McKinsey que determinó que el desperdicio de alimentos es una de las tres principales oportunidades de eficiencia de recursos en el mundo, entre otros muchos estudios al respecto. Es algo relativamente sencillo, podríamos decir.
Biográficamente, también tengo un interés personal en este tema. De hecho, vivo en una pequeña granja en el campo en Inglaterra, donde crecí. Cuando era adolescente comencé a criar cerdos y gallinas y dejé de querer comprar comida para animales. Era muy caro y además sabía que la soja en América Latina estaba creando un grave problema medioambiental, de deforestación.
Así que empecé a hacer lo que tradicionalmente se hacía con los cerdos y las gallinas: alimentarlos con desperdicios de comida. Fui a las cocinas de mi escuela y recogí todos los desechos, al panadero local y reuní el pan sobrante, al tendero… Incluso recogía patatas con formas raras o de gran tamaño a un granjero que no podía venderlas a los supermercados. Eso fue genial, obtuve un montón de comida gratis para mis animales, la convertí en carne de cerdo y huevos y luego vendí los productos de la granja a los padres de mis amigos del colegio. Así me gané el título de “agricultor Stuart” y conseguí mucho dinero para mis gastos.
¡Pero al mismo tiempo estaba absolutamente consternado por la cantidad de comida que veía desperdiciarse y su calidad! Era mejor que mucha de la comida que comía con mi padre en casa. De hecho, comencé a comer el pan de la panadería orgánica que estaba recogiendo para mis cerdos, que era mejor que el pan del supermercado. Y eso realmente se convirtió en una forma de comprender la magnitud del problema. Era como usar una cuchara de té para excavar la montaña y pensé: “Tenemos que hacer algo al respecto. Ésta es una enorme calamidad ambiental y social”.
En su libro describe el desperdicio de alimentos como un escándalo global. ¿Qué hechos evidencia la obra? ¿Cuáles fueron algunos de sus principales hallazgos?
Fue mi primer intento de hacer una evaluación global del problema del desperdicio de alimentos: analizar las razones económicas, sociológicas, políticas, antropológicas e históricas que se hallaban detrás. El libro trata de contextualizar dónde se está produciendo el desperdicio, por qué y qué podemos hacer para resolverlo. Obviamente, los ciudadanos somos responsables de una gran parte del desperdicio de alimentos, pero ¿qué podemos hacer al respecto? Tengo mucho que decir sobre los supermercados, porque los identifiqué como la unidad más poderosa dentro del sistema alimentario, y vi que gran parte del desperdicio de alimentos que se genera en los hogares y se da en las granjas y las fábricas está causado por las políticas de los supermercados.
Se trata de entidades muy poderosas dentro de la cadena alimentaria. Normalmente, en los países occidentales hay una pequeña cantidad de minoristas muy grandes que dominan el 80 o incluso más del 90% del mercado de alimentos, y esto les proporciona un poder desproporcionado respecto a sus proveedores, los agricultores y las fábricas, y también un gran dominio sobre los clientes que van a sus tiendas todos los días. Por eso, alientan a las personas a comprar más alimentos de los que necesitan. Sus políticas de marketing son increíblemente poderosas, han invertido millones de dólares en tratar de descubrir cómo desencadenar nuestro impulso de comprar más alimentos, y ésa es una de las razones por las que semana tras semana gastamos toneladas de dinero en los supermercados en comida que luego tiramos a la basura.
La mayor parte del libro trata sobre cómo reducir el desperdicio de alimentos. Siempre va a producirse algo de desperdicio, pero ¿cuál es la mejor opción para gestionarlo? ¿Producción de energía? ¿Compostaje? Una parte importante del volumen defiende a los cerdos y las gallinas como la mejor manera de utilizar alimentos que ya no se pueden destinar al consumo humano. Es el alimento reciclable más ecológico y económicamente beneficioso, que de otro modo se desperdiciaría. Los humanos lo usamos así hace miles de años cuando domesticamos a estos animales por primera vez. Tengo mucho que decir sobre la ley europea que actualmente previene sobre la alimentación de cerdos y pollos con desperdicios de comida, que en mi opinión es la legislación más destructiva ambientalmente y científicamente injustificada de Europa.
Finalmente, remato el libro con un poco de optimismo. Echo la vista a las partes del mundo donde se ha logrado un progreso real como resultado tanto de la acción ciudadana como de la política gubernamental y empresarial para abordar el problema.
Usted ha visto comida desechada en todo el mundo. ¿Podría darnos algunos ejemplos de las cosas más sorprendentes que ha presenciado en sus viajes?
Por supuesto. De hecho, cada vez que hago una investigación al respecto me quedo impactado, pero puedo compartir algunas anécdotas. Visité muchos países del sur del planeta que están produciendo alimentos para América del Norte o Europa Occidental. Por ejemplo, en Perú recorrí la costa occidental para ver dónde los agricultores cultivaban espárragos, cítricos y otras frutas y verduras, y encontré a un agricultor que estaba enterrando 1.000 toneladas de tangelos (una especie de cítrico) en el desierto, donde esas frutas se pudrirían y se convertirían en metano que contaminaría aún más la atmósfera. Había invertido miles y miles de dólares en el cultivo de este alimento, pero no pudo venderlo al supermercado del Reino Unido al que se suponía que debía a destinarlo, Morrisons, porque algunos de esos tangelos eran un par de milímetros más pequeños y otros tenían imperfecciones cutáneas muy superficiales. La fruta estaba en perfecto estado, pero debido a esos estándares cosméticos totalmente arbitrarios e innecesarios, literalmente no tenía ningún otro lugar donde pudiera venderlos y su única opción era desecharla. Y esto ocurre en un país, donde cientos de miles de niños no tienen lo suficiente para comer. Se produce una yuxtaposición del uso de los recursos en un país que está luchando por alimentarse a sí mismo y por cultivar alimentos para los ricos, exigentes y explotadores supermercados occidentales, que, a la vez, tiene un impacto ambiental… Mientras que el uso de esa tierra podría haberse utilizado para cultivar alimentos para la gente en la zona.
En Kenia encontré pequeños agricultores que desperdiciaban rutinariamente el 50% de sus guisantes o alubias que cultivaban para los supermercados occidentales. Muy a menudo se les obligaba a deshacerse del 100% de cualquier cosecha porque los supermercados cancelaban un pedido a última hora porque ese año habían encontrado alubias más baratas en Guatemala o en algún otro lugar, porque los productores locales estaban produciendo lo suficiente ese año, porque los consumidores no estaban consumiendo tanto ese producto debido al clima o por otras diversas razones.
Siempre eran los agricultores, las personas a las que se les pagaba menos de dos dólares al día, quienes tenían que asumir el costo de este mercado impredecible, las personas menos capaces de asumir el riesgo estaban siendo obligadas a asumirlo todo. Y creo que nunca me sentí tan avergonzado de ser europeo como cuando me topé con agricultores que se endeudaron para cultivar frijoles para los supermercados de mi país y luego no les pagaron por la cosecha.
¿Cómo podemos los consumidores detener este dramático desperdicio de recursos?
Empezaré diciendo que soy uno de los pesimistas más profundos y oscuros que conozco. Lamentablemente creo que cada vez es más improbable, si nos fijamos en la tendencia a nivel mundial, que vayamos a poner fin a esta calamidad medioambiental en la que nos encontramos. La deforestación continúa, las emisiones de dióxido de carbono siguen aumentando, la extinción de especies crece… Sólo en el curso de mi existencia hemos eliminado más de la mitad de la vida silvestre de la tierra. Es realmente muy, muy desolador. Probablemente, a finales de siglo la mayoría de las especies que comparten este planeta con nosotros se extinguirá a causa de nuestras acciones.
Sin embargo, sigo creyendo que tenemos una oportunidad y, aunque no sea optimista, me aferro a la esperanza. Podríamos estar al borde de un punto de inflexión global que genere una transformación en la economía y en la sociedad. De hecho, veo señales de ello en todas partes. Solía atisbar pequeñas islas en un océano de esperanza, y ahora creo que debajo de esas islas hay un continente esperando a emerger. Hay empresas, individuos, gobiernos haciendo grandes esfuerzos para tratar de darle la vuelta a este enorme Titanic. Y es ahí, en este contexto al borde del precipicio, en el que insto a todos a que se despierten ante la urgencia del desastre ambiental y social al que estamos enfrentándonos.
¿Cómo puede producirse esa transformación? Por supuesto, comienza con nuestro propio comportamiento. El tema del desperdicio de alimentos es simple: compremos lo que necesitemos y comamos lo que compremos. Asegurémonos de que si vamos a las tiendas, si es que tenemos que ir, adquiramos lo que precisemos, y cuando lo llevemos a casa, nuestra responsabilidad moral es gastar la comida. Una vez que entiendes ese principio fundamental, no necesitas que te dé recetas sobre cómo hacer batidos con plátanos maduros, ya sabes que esa comida es sagrada, es un vínculo importante entre el planeta y tú, y entre tú y tus semejantes.
La segunda medida es que votemos con nuestras libras, nuestros dólares, nuestros euros, nuestras liras, lo que sea que estemos gastando, ése es nuestro poder como consumidores. Que pensemos dónde gastamos ese dinero, a quién se lo damos… ¿Vamos a dárselo a un supermercado que está explotando a los agricultores africanos y no les paga cuando cancela los pedidos en el último minuto? No conozco a una sola persona que piense que eso es lo correcto. Así que infórmese sobre las cadenas de suministro, cada vez hay mayor transparencia, y entregue su dinero a las empresas que sabe que están actuando de manera responsable hacia el planeta tierra y sus semejantes.
La tercera, y yo diría que la más importante a nivel de activismo, gira en torno a la política gubernamental, porque sin regulación, las empresas continuarán actuando de manera que generen ganancias, pero también degradación medioambiental y social. Los tipos de política a los que me refiero son cuestiones específicas relacionadas con el desperdicio de alimentos. Por ejemplo, Reino Unido debía hacer una consulta, que se pospuso debido a la pandemia pero que ahora está considerando, sobre el establecimiento de información obligatoria para las grandes empresas acerca del desperdicio alimentario, de modo que éstas tendrán que exponer públicamente cuántos alimentos desperdician anualmente.
Ese tipo de política puede ayudar de manera práctica a abordar el problema del desperdicio. Como empresario que vende alimentos, quiero saber dónde se produce el desperdicio y dónde debo invertir en las soluciones. Y como miembro de la sociedad quiero conocer qué supermercados desperdician más y cuáles desperdician menos para poder elegir dónde gastar mi dinero, por lo que ese tipo de políticas es muy importante. Reino Unido, por ejemplo, aprobó una ley pionera en 2013 que hizo ilegal que los supermercados cancelaran sus pedidos a última hora, evitando así que los agricultores y las fábricas desperdiciaran alimentos a su costa. Es una ley imperfecta, pero fue realmente transformadora. Y hay medidas más grandes y estructurales que los gobiernos deben controlar. La primera de ellas son los subsidios agrícolas, en los que se gastan 700.000 millones de dólares de dinero público a nivel mundial cada año.
En la actualidad, según un estudio reciente de la Food and Land Use Coallition, solo el 1% de esos subsidios se destina a una agricultura beneficiosa para el Medio Ambiente. Necesitamos darle la vuelta y hacer que estas ayudas apoyen en un 99% este tipo de agricultura sostenible, porque nuestro sistema alimentario es, como dije, uno de nuestros mayores problemas, pero creo podría ser la herramienta más poderosa para resolver la crisis ambiental en la que estamos inmersos. Por ejemplo, las tierras de cultivo constituyen la mayor oportunidad para extraer el carbono de la atmósfera y devolverlo al suelo. De hecho, eso es lo que las plantas han estado haciendo durante miles de millones de años, pero es lo que hemos agotado en las últimas décadas a través de malas prácticas agrícolas y son precisamente las buenas prácticas las que pueden revertirlo. Sabemos cómo cultivar de una manera que cree hábitats para la vida silvestre, en lugar de destruirla. Yo, en mi propia finca, hago grandes esfuerzos para incluir flores silvestres y hábitats para aves e insectos. Es asombroso lo que se puede hacer por la vida silvestre con tierras de cultivo.
Terminaré diciendo sólo dos cosas más. La primera es que creo que todos estos problemas se pueden ver a través de la lente de mi palabra favorita: “compañero”, que etimológicamente viene del latín. “Com” es “con” y “pan” es “pan”, y un compañero es alguien con quien compartes la comida. De hecho, compartir la comida es un comportamiento humano universal. Lo encuentras absolutamente en todas las culturas del mundo. Ni siquiera es un comportamiento exclusivamente humano. Nuestros parientes animales más cercanos, los chimpancés bonobos, mis favoritos, salen proactivamente y encuentran a otros bonobos con quienes compartir sus excedentes de comida. Y es muy interesante: eligen a un extraño en lugar de a un amigo con quien compartir su comida sobrante. Eso puede parecer contradictorio, pero lo que hacen es convertir los excedentes de alimentos en capital social para hacer nuevos amigos.
Si los humanos somos capaces de revaluar el sistema alimentario a través del prisma del compañerismo y decir: “Mira, el desperdicio de un tercio de nuestra comida cada año es obviamente una tontería”, a la vez, podemos verlo como una oportunidad para hacer nuevos amigos y asegurar que todos tengan suficiente comida compartiendo los recursos alimentarios que tenemos en lugar de desperdiciarlos. Y para terminar con este segundo punto, creo que tenemos que hacerlo desde una perspectiva internacional, incluso global.
En el contexto del Estado nacional y la forma en que hemos dividido el mundo en estas entidades políticas separadas, permitimos que las corporaciones multinacionales enfrenten a estas naciones entre sí mediante la reducción de impuestos, la creación de paraísos fiscales y la búsqueda del lugar con las condiciones ambientales y regulaciones sociales más bajas. Ese sistema de Estado-nación se interpone en el camino de las soluciones globales que necesitamos construir. Por lo tanto, nuestro pensamiento debe ser ante todo global. Necesitamos representación global y gobiernos globales, pero incluso antes de eso necesitamos una cultura global, pensar en nosotros mismos como individuos dentro de una especie planetaria, con problemas planetarios que resolver.